Iñaki Egaña
Historiador

Consultas

Hace un tiempo, el 13 de setiembre de 2009, se produjo un hecho aparentemente intrascendente. Tengo en mi retina la fecha porque en ese día de hace más años, en 1936 concretamente, los fascistas entraron en mi ciudad, saquearon sus viviendas, llevaron al paredón a 400 de sus vecinos y abrieron una época gris de la que nos costó varias décadas desvestirnos. Decía que hace un tiempo, en 2009, un hecho casi insignificante cambió nuestra forma de ver la política: la consulta de Arenys de Munt. Con una pregunta definida: «¿Está de acuerdo en que Cataluña pase a ser un Estado de derecho, independiente, democrático y social, integrado en la Unión Europea?».

En Hego Euskal Herria, fue Etxarri Aranatz el primer municipio que intentó realizar una consulta popular sobre el futuro de nuestro país. Lo pretendió en 2013 y su Ayuntamiento fue inhabilitado para ejercer de notario. Al año siguiente, en cambio, una plataforma popular llevó adelante la consulta. «¿Quiere ser ciudadano de un Estado vasco independiente?». Aquel 13 de abril de 2014 votó un 42,76%. Y, palabras mayores, los convocantes de aquella consulta democrática fueron llamados a declarar al cuartel de la Guardia Civil de… Altsasu.

Arenys de Munt es un pequeño municipio del Maresme, en la provincia de Barcelona. Tiene una población similar a la de uno de los estados más pequeño del mundo, el atolón de Nauru, en la Micronesia. Poco más de 8.000 habitantes. Nauru, que merece una lectura sosegada por su transición de ser uno de los países más ricos del mundo a otro endeudado, mantiene un extraño sistema de elección a su Parlamento. Es el único estado del mundo en hacerlo. Le llaman el Método Borda, en honor a un matemático occitano de origen vasco, Charles Borda, que lo popularizó en 1770. No es complicado en absoluto. El elector va dando un voto a cada uno de los candidatos, de mayor a menor. El que más suma sale elegido y así sucesivamente.

Nauru y Arenys de Munt no tienen más en común que el número de habitantes. Uno es Estado, el otro un municipio con vocación de pertenecer a una entidad estatal distinta a la actual. Me entienden. Quiere formar parte de esa Cataluña independiente de España. Nauru es una pequeña anécdota dentro de los sistemas electorales así como por su minúscula naturaleza política. Arenys de Munt, en esa línea irrelevante, pareció entonces una pequeña mancha de polvo en el atribulado escenario peninsular. Sin embargo, las diferencias se harían notorias. El MAPA (Movimiento Arenyenc per a l'Autodeterminació) trabajó y convocó la consulta, en la que tomó parte, oficialmente, el 41% de la población y destapó, sin proponérselo, un huracán que llega hasta hoy.

¿Qué pasó entonces para que la consulta tuviera semejante visibilidad, para que fuera el mojón de salida de un proceso soberanista inédito en la historia peninsular? Sin duda la reacción española. La memoria es frágil y por eso nos llega de forma asociativa. En mi caso con la cita de aquel 13 de septiembre de 1936. En el de 2009, la previa la gestionó España y su proyecto jacobino y excluyente. Falange convocó a una manifestación el mismo día de la consulta, frente a las urnas. Los jueces apoyaron a los franquistas. De ahí mi asociación.

Arenys destapó las vergüenzas del sistema constitucional español. Lo miren por dónde lo miren. “El País” titulaba con una mentira que la participación en la consulta había sido del 33% (en letra pequeña la aumentaba a la cierta, 41%), prohibida por un juez de Barcelona e impugnada por el abogado del Estado. Las referencias demostraron, una vez más, la falta de civismo de los políticos españoles. Los más templados llamaron «parodia» a la consulta. Imaginen a los más exaltados.

Incluso algunos medios de propaganda se lanzaron a demonizar a los vecinos de Arenys y hasta el CNI puso su grano de arena, introduciendo micrófonos en las salas del Ayuntamiento catalán que, como sabemos, únicamente se prestaba a organizar una consulta. Espías, medios de comunicación, tertulianos, policías, clero, jueces, folclóricas, banqueros... la Marca España al completo. Por cierto la consulta de Arenys era no vinculante. Más de 300 periodistas acreditados para el día señalado.

El resultado no importaba. El acontecimiento era el de la osadía de un pequeño municipio catalán, tan minúsculo como el atolón de Nauru, que había propuesto a todo una estado imperial, glorioso en su historia, la posibilidad de abandonar su territorio y, por extensión, su naturaleza política. Una propuesta que era inoportuna para la derecha catalana e impertinente para el bipartidismo español. Que actuó en consecuencia, con sus habituales argumentos y su sistemática filosofía de Reconquista.

La consulta popular tampoco tuvo valor estadístico. Acaso simbólico pero, sobre todo y como escribía al comienzo, nos hizo cambiar el sentido de cómo hacer política. Los campos abiertos, las zonas de retaguardia, los escenarios históricos, son encuentros para la derrota en términos absolutos. El conflicto engulle hasta sus efectos colaterales. En cambio, la confrontación en términos democráticos (¿no era ese el terreno al que nos querían llevar?) abre la identificación de los sujetos.

Ahí nos hacemos fuertes. ¿Respetan ustedes los valores democráticos? Es evidente que no lo hacen, que incluso han construido una ley base (la Constitución de 1978) claramente antidemocrática. Vamos a demostrarles en su terreno que su estructura política está fundamentada en valores excluyentes, construida en una imposición permanente. Somos sapiens, no creemos en la predestinación de la que hacen gala algunas sectas. En consecuencia, tenemos derecho a decidir sobre nuestras vidas, nuestro futuro. Y lo vamos a ejercitar.

No debería ser, por el contrario, el argumento estrella para avalar un proyecto y proceso democrático. No debía ser por despecho que nos atrevamos a plantear el derecho a decidir, sino porque es parte de nuestro camino. Es nuestra decisión, en la que obviamente se acumularán múltiples factores. Pero no debiera ser el destructivo el principal, sino justamente el contrario, el constructivo. Queremos construir un espacio comunitario diferente, por muchas razones, cada cual puede tener incluso la suya. Y por ello apostamos por decidir entre todos, por la consulta.

Esta es mi lectura. La simbólica que puso en marcha una de gran calado, política. Como es sabido, más de 500 ayuntamientos catalanes continuaron la estela abierta por Arenys, haciendo buena aquella cita de Karmelo Etxegarai de que de pequeños arbustos pueden crecer grandes árboles que darán cobijo a las generaciones venideras. Este valor, suficientemente sólido en sí mismo como para darle pábulo, viene acompañado de otro de no menor trascendencia. La famosa y manoseada «transversalidad». Un término que utilizamos, equivocadamente a mi entender, para referirnos a los acuerdos o entendimientos entre partidos, sindicatos, asociaciones. Que deberíamos focalizar, en cambio, para referirnos a esa porosidad de la que ahora llamamos «sociedad civil» y en términos clásicos «pueblo». No caigamos en el fango que nos propone el enemigo. La sociedad civil es más adulta de lo que suponemos.

Las consultas devuelven también la ilusión por la política en ámbitos locales y, por acumulación, en nacionales, en un momento de horas bajas para el concepto. La ilusión, la fe si me permiten el término, es un término radicalmente humano que nos permite resistir en unas épocas, avanzar en otras, construir nuestro futuro en todas. Hace décadas, como en mi ciudad al borde del Cantábrico, toda una generación fue derrotada. Les seguimos sus hijos, sus nietos, borrados del mapa algunos, silenciados la mayoría. No busco la revancha, sino la restitución. De esa democracia por la que pelearon nuestros mayores. De la proyección de ese vínculo comunitario que intuyo en mi barrio trasladado a cotas superiores. De ese derecho a ser, a constituirnos en lo que decidamos entre nosotras y nosotros.

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