José Luis Orella Unzué
Catedrático senior de Universidad

Cosoberanía en los derechos humanos individuales y sociales

El hombre actual que vive en un mundo globalizado no puede olvidar su ser individual y social. La reclamación de ambos derechos individuales y sociales de los que todo humano es titular debe abocar al ejercicio de la cosoberanía en este mundo globalizad

Cosoberanía entre los ciudadanos manifestándose en asambleas o referéndum y los estados. El tema es demasiado serio e importante como para dejar la titularidad y el ejercicio de ambos derechos en manos de partidos políticos nacionales o europeos o de los propios estados.

Los derechos humanos individuales y sociales son aquellas «condiciones instrumentales que le permiten a la persona su realización». En consecuencia el titular de esos derechos asume aquellas libertades, facultades, instituciones o reivindicaciones relativas a bienes primarios o básicos por el simple hecho de su condición humana, para la garantía de una vida digna, «sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición». Más aún. Al no existir sino una diferenciación, solo lógica, entre la esfera privada y la pública, el ámbito de actuación del ciudadano responsable se extiende a una correlación estratégica entre la actividad diaria en el ámbito del desarrollo personal y social.

En el ámbito de los derechos individuales se ha acostumbrado a incluir la exigencia concomitante del desarrollo personal, de la vida familiar y laboral, de las relaciones con los amigos, de la utilización de una o varias lenguas para su comunicación y del desarrollo de una cultura. Pero la gestión de este ámbito conlleva una idiosincrasia de barrio, de ciudad, de pueblo y de forma nacional que trascienden el círculo de una vida personal para proyectarse en un abanico social en el que se integran los bienes comunes de la humanidad.

Más aún, al reafirmar los derechos humanos sociales debe incluirse entre los mismos el de libre determinación de los pueblos, exigencia que Naciones Unidas solo aceptó en 1960. La libertad de las personas no puede reconocerse y garantizarse en situaciones de opresión o sujeción de sus respectivos pueblos.

Frente a un insuficiente y manco desarrollo sostenible y derecho humano individual, hay que llegar a incorporar el reconocimiento de los derechos de la naturaleza, que deben ser defendidos ante instancias de justicia tanto de pueblos como de Estados y también internacionales. Los derechos de la Madre Tierra son el fundamento definitivo de los derechos verdaderamente humanos. Esto exige una revisión de las perspectivas conceptuales y de las prácticas tanto sociales como políticas que defienden a la Naturaleza como sujeto de derechos, en contraste con las posturas antiguas y convencionales que la entienden únicamente como objeto de valoración por los seres humanos.

Según el análisis de Eduardo Gudynas, para entender el sentido de la naturaleza hay que partir de un punto de vista biocéntrico y no tanto antropocéntrico Ya no basta la exigencia de un derecho humano a un ambiente sano y a una calidad de vida, sino que hay que considerar los derechos propios de la Naturaleza y de los seres vivos no humanos. De estos derechos no somos sino corresponsables ante las generaciones futuras.

La Tierra es un ser vivo. El aire que respira es cada vez más pobre en oxígeno y así envejece precozmente. Sus arterias -los ríos, el mar- están contaminadas e infestadas, lo que le resta energías y le envejece prematuramente. Las células que la conforman -especies vegetales y animales- corren el riesgo de desaparecer. Y el ritmo que le exige una de estas especies, la humana, es tan acelerado que en menos de 20 años necesitaría una hermana gemela, un segundo planeta, para ser capaz de seguir ofreciendo y regalando todo lo que hoy le exigimos a la Tierra a golpe de perforadora, arrastrando redes sobre su lecho marino y envenenando su fina capa de piel -la tierra fértil- con productos químicos muy agresivos.

Por nuestro propio interés todos los humanos somos responsables de consensuar una Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra, pues llevamos muchos siglos considerando a la naturaleza como un espacio salvaje que hemos de dominar para, bajo nuestro control, convertirla en una despensa supuestamente inagotable para nuestro disfrute.

La elaboración y supuesta aprobación de esta Declaración se erigiría en un nuevo referente ético, frente a políticas masivas de extracción. Aunque el hombre individual tiene derecho al disfrute de un ambiente sano y de las riquezas naturales, este derecho debe ser compatible con los conjuntos de biodiversidad y, por lo tanto, se deben rechazar técnicas agrícolas que acaban con ecosistemas de cualquier orden.

No se pueden contraponer los derechos humanos personales a los derechos de la Madre Tierra que supondrían deberes y solo deberes para las restantes generaciones de la humanidad.

En una perspectiva exclusivamente antropocéntrica, la afirmación de los derechos humanos ha sido un objetivo de la cultura occidental. En una visión globalizadora hay que cambiar el enfoque y se debe partir de existencia de valores propios en la Naturaleza y por lo tanto del reconocimiento de sus derechos.

No hay ámbitos tan personales e íntimos que no estén tan inmunes de lo social como para poder quedar anclados en un espacio y un tiempo anacoréticos y extraños a los que nos rodean. Los humanos, ni somos marionetas de maniobras globales, ni somos entes tan amorfos que con nuestras acciones no estemos condicionando el desarrollo de la vida social que nos rodea en un mundo globalizado.

No hay movimiento humano físico, psicológico y aun cultural que no quede fiscalizado por las cámaras, por los radares, por las redes sociales, por Internet, por los agentes de fiscalización y de espionaje. Pero, a la vez, no hay movimiento minimalista que no rebote e influya en la construcción exigente de un universo globalizado de derechos personales y sociales.

De esta manera la antigua batalla por los derechos del hombre y del ciudadano se ha convertido en la guerra por los derechos de todos los miembros del planeta y de todos los instrumentos de su desarrollo.

Por esta razón la globalización en la que estamos inmersos no nos permite desistir de nuestro ideal de cosoberanía para dirigir tanto el proceso de desarrollo individual como social.

En nuestro mundo globalizado es muy difícil seguir con la dicotomía antigua entre lo público y lo privado entre el derecho individual y el social. El ámbito de la intercomunicación y de las redes sociales ha simbiotizado los derechos y los deberes privados y públicos. Pero las reclamaciones de los derechos humanos individuales y sociales siguen en pie y no han desaparecido. Los instrumentos de reclamación y de denuncia se han agigantado de modo que las herramientas tecnológicas nos han capacitado para corresponsabilizarnos tanto de la pérdida individual como de la social de los derechos.

Y así exigimos tanto el mantenimiento de una esfera de privacidad en la que potenciar nuestros derechos individuales como la posibilidad de maniobrar la defensa a nivel universal y global de los bienes sociales comunes de la humanidad. Las nuevas tecnologías de Google o Twitter no han supuesto una disminución en la exigencia de los derechos individuales y sociales, sino, por el contrario, han sido un altavoz de resonancia para el conocimiento de las injusticias y un instrumento de ayuda para realizar la revolución global.

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