Josu Iraeta
Escritor

De autocríticas y magisterios

En ocasiones, el escritor advierte que se desnuda ante la hoja en blanco. Siente cierto vacío y duda de si enfrentarse una vez más, con sinceridad, al reto de vaciarse y transmitir lo que ve y oye defendiendo aquello en lo que cree, o por el contrario optar –siempre desde el prisma de la realidad– por la creatividad, la ficción, la metáfora.

De cualquier forma, y siendo consciente de que no es ampliamente compartida, en mi opinión, el protagonista es siempre uno mismo.

Al principio, el protagonista de este relato sin título –un adolescente que trata de normalizar el salto del colegio a la facultad– que se cuestiona todo, incluso a sí mismo, pretende configurar y desarrollar sus propias ideas, entender los latidos del mundo que le rodea sin intermediarios, sin la más mínima manipulación.

Este adolescente percibe que la sociedad de la que se siente parte –a pesar de la inercia oficialista de instituciones tanto políticas como religiosas– permanece sumida bajo los efectos derivados de un enfrentamiento duro y cruel –del que su abuelo tantas veces hiciera referencia– cuyas consecuencias reales y prácticas todavía no ha metabolizado como debiera.

No se siente capaz de dimensionar las consecuencias de que el ideario republicano y abertzale que defendieron cientos de miles de vascos, como su  abuelo, hubiera sido derrotado. Pero sí sabe que tanto Franco como sus «colaboradores» vascos y no vascos impusieron el terror y la rapiña durante el largo franquismo.

En su afán por introducirse y convivir con el pasado, observa que en la clase política vasca, mientras unos se enfrentan a la actual derivación «democrática» del franquismo, otros –a pesar de los quince lustros transcurridos– se resignan y aceptan el trato vejatorio y revanchista del Gobierno de Madrid para con los «todavía hoy» vencidos.

Este adolescente universitario no puede evitar caminar entre dos mundos con versiones, objetivos e intereses diferentes, pero racionalmente obligados a convivir. Pero eso no le impide que su radicalidad en busca de la «verdad inteligente» reconozca la dificultad que supone desarrollar su proyecto de vida siendo fiel a sí mismo, no solo con el conjunto de la mayoría social que le rodea, también con la actual generación de su propia familia.

Es consciente de que si quienes engendraron el actual núcleo familiar fueron vencidos y como tales fueron tratados, hoy sus descendientes se han acogido a este régimen –en aras de la paz y la convivencia–, pero bajando la cabeza.

Es una opción, otra opción. Sería peor que solo hubiera una. Mientras el adolescente universitario añora y envidia la disposición de su abuelo, él observa con claridad cómo otros se limitan a soñar con los beneficios de la vida.

En sus reflexiones, el adolescente protagonista del relato es consciente de la dificultad que supone sostener –de una forma inteligente– una causa momentáneamente perdida. Quiere saber quién es, cómo de verdad es y dónde está, no quiere que nadie se lo ponga delante, lo tiene que averiguar él, él solo.

Sabe de sobra que la referencia es su abuelo, la memoria de su abuelo supone para él situarse ante un hombre hecho a sí mismo, embebido en la generación que se vio obligada a defender su casa, su familia, su pueblo, su país, pero vencido y frustrado.

Este joven universitario es inteligente, no hay duda, pero es joven y en ocasiones también dubitativo. Como consecuencia de su formación en centros religiosos, este adolescente dueño de un cerebro que actúa como si de una esponja se tratara, se nota contradictorio y teme ser demasiado «permeable».

Respecto a su quehacer formativo, nunca tuvo problemas para conjugar estudios y deporte, lo que le inspira cierta seguridad para, sin demasiado esfuerzo, lograr sus objetivos académicos.

Los problemas son otros, no quiere ser espectador de lo que interpretan otros, ha decidido ser protagonista. Pretende esforzarse lo necesario para situarse en un plano de superioridad sobre los que década tras década continúan predicando «continencia» y adecuación a la realidad, aunque sea impuesta.

El adolescente universitario quiere llegar, no se resigna, no quiere ser «práctico» y adolecer de criterio y dignidad real. No acepta la dignidad concertada, busca la verdad, la realidad.

Es joven, muy joven, pero las severas y perversas contradicciones del sistema le están enseñando que la «realidad oficial»  se la inventan los vencedores y la manejan tal y como les conviene, y de ahí emergen consecuencias. Consecuencias políticas, sociales y económicas, que han determinando no solo el pasado de su abuelo, también el presente y futuro de muchas generaciones de vascos. Consecuencias todas ellas trazadas por los «vencedores».

Un adolescente universitario vasco, íntegro e inteligente. Ojalá tenga suerte.

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