J. Carlos García Sánchez

Defensa de las preguntas

La máquina extiende su dominio. Los ingenieros encargados de la tarea no han podido construir una máquina que tenga la capacidad de pensar y de sentir de los humanos;  las máquinas no hacen más preguntas que las que están ya sabidas y cuando topan con la maravilla de una paradoja o con una contradicción no pueden hacer otra cosa que escribir en una pantalla: «Imposible, el problema no tiene solución.»

Están fabricadas para que no pase nada imprevisto, para que su actividad consista en llenar un tiempo vacío desde su programación a su ejecución.

Desde sitios distintos se opone resistencia a esta reducción de lo que sea la experiencia humana al modelo maquinal, pero los grandes filósofos clásicos ya muertos están también en este ámbito más vivos que muchas personas y dirigentes que padecemos, no importa de qué lugar del planeta estemos hablando. En varios países africanos algunas compañías internacionales se están empezando a hacer cargo de la educación a partir de las nuevas tecnologías informáticas. Para el próximo curso, concretamente en Liberia estas compañías van a dirigir varias escuelas de primaria, con la intención de que los resultados, las notas, lo escrito en el boletín correspondiente, mejoren. Uno de los detalles que llaman la atención es que para ser maestro en tal sistema bastará con recibir apenas unas clases de formación sobre el manejo de una tablet, porque todo lo que tienen que saber está incorporado en ese manual de instrucciones; según parece, desde cuándo hacer una pregunta hasta el tiempo que tienen que dar al alumno para responderla; preguntar «qué», «por qué», «para qué» al maestro ahí no tiene sentido porque el maestro sabrá muy poquito sobre la materia.

Éste lo podemos tomar como un caso extremo dentro de los sistemas educativos, pero nos estaría revelando el caso normal, de desprecio del pensar de verdad, de la creencia en que pensar es hacer meros acopios de datos para ser embutidos en cabecitas que fueran puros papeles en blanco. Hay una credulidad alarmante en eso de las nuevas (y altas) tecnologías; una credulidad que lleva a defender el acoplamiento de los humanos a la máquina, olvidando que son características del niño la ductilidad y la creatividad, características que cualquiera siente como cualidades a promover a lo largo de toda la vida. Y para ello parece un obstáculo esa falta de aprecio por la Historia de la Filosofía que promueve la nueva ley de educación: si en algún ámbito de la educación no se dan las cosas por cerradas y sabidas, sino vivas, es en ese trato con los que se han planteado las cuestiones con profundidad. Y uno siente que la renuncia a hacerlo es un eslabón más en una misma cadena que va desde aquí al África central: es la imposición de unos saberes y unas maneras que, dejando fuera dudas y preguntas, buscan la docilidad de los esclavos.

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