Antonio Alvarez-Solís
periodista

Dos países

El problema catalán no debiera figurar como un problema de legalidad. Es simplemente una excusa para otra buena guerra de «liberación nacional» ofrecida a una ciudadanía inane y abandonada que espera siempre un caudillo

¿Quién le prepara los papeles al Sr. Rajoy para que diga tantas necedades y se despeñe estúpidamente por sus declaraciones? ¿Qué tiene en la cabeza el Sr. Rajoy para decir a los españoles tal sarta de simplezas y falsedades? Si piensa que con tales declaraciones va a repetir sus resultados electorales pone a los analistas ante una disyuntiva cuyos términos son igualmente detestables: o él es un necio políticamente hablando –no entro en lo personal, que sería improcedente– o el pueblo en el que recolecta sus sufragios carece de la mínima inteligencia para el análisis de la realidad. En suma, hemos de aceptar que para vivir normalmente hay que renunciar al Sr. Rajoy o alejarse de España.

Hace unos días el jefe del Gobierno español hizo unas declaraciones sorprendentes acerca de las medidas adoptadas en Catalunya mediante su interpretación del art.155 de la Constitución, aunque haya que ir más allá de esa furibunda interpretación de la carta magna para ir a una lectura de su texto, que a mí me ha parecido siempre un papel apócrifo empapado de franquismo y de traiciones a la democracia. Así lo escribí ya en 1978.  Traiciones que se incrementaron día a día por parte del Partido Socialista o los restos estropajosos de un Partido Comunista que ha quedado sin sentido alguno.

Ahora el jefe del gobierno acaba de certificar que en el Estado español hay, aunque él mismo predique lo contrario, otras naciones que la española al decir que si los catalanes regresan «a la normalidad, sensatez y seguridad sería bueno no solo para Catalunya sino también para la economía (española, por supuesto) porque se podría recuperar una subida del producto interior bruto que generaría más trabajo y empleo para todos». Con esta reflexión el Sr. Rajoy reconoce la importancia motora de Cataluya, lo que la convierte legítimamente en aspirante a ser dueña de si misma mediante la soberanía que reclama. Es decir, que como nación fuerte y dotada de claras señales identitarias aspira Catalunya a su propia política soberana mediante un Estado propio, lo que no implica que esa soberanía, anclada en una serie de razones históricas y geográficas, la conduzcan al rechazo de una profunda relación con su vecina española. O sea, que si uno mira al trasluz las palabras del Sr. Rajoy resulta que Catalunya vive en un coloniaje esperpéntico siendo mucho más moderna y poderosa que su metrópoli, que precisa de Catalunya para subsistir a cierto nivel de modernidad ¿Hay quien pueda negar eso si es honestamente lógico?

Ahora queda asimismo claro también que los «pied noirs» catalanes –¡que existen en las alturas del poder económico catalán!– desean que Catalunya sea plenamente española o todo lo más que esté encajada en un autonomismo de medio pelo, con lo que evitarían el triunfo de una catalanidad profunda y horizontal que   resurgiría en toda su dimensión social, económica y cultural. Una Catalunya alejada con prudencia de muchas y humillantes tentaciones globalizadoras, que son el suelo sobre el que asientan su dominación indiscutida una serie de poderosos ciudadanos catalanes que son siempre, como poderosos, interesadamente apátridas.

En cierto modo este relato conecta, aunque sea de modo transhistórico, con el espíritu de la casta saducea que inventó el auto colonialismo judío bajo la protección de las legiones romanas que les facilitaban negocios y brillo. A ellos también podría referirse el mítico requerimiento de «¡Caín, Caín ¿qué has hecho de tu hermano?» ¿Serán saduceos los que comparten tal sociedad; los integrantes del partido de los arrimados o la tropa que sigue al intemperante y expeditivo Sr. Albiol? Y no menciono siquiera a los escribas del dinámico bailarín Sr. Iceta.

A mí me confortaría que se recobrara la calidad de modos honestos en la política y el Sr. Rajoy se redimiera de la insolencia con que afirma, por ejemplo, el «renacimiento» español a pesar de los datos catastróficos económicos que nos facilitan organizaciones internacionales a las que el jefe del Gobierno de Madrid cita calurosamente y con mucha frecuencia si le son favorables y obvia despectivamente cuando denuncian su desnortada gestión.

Sin más reflexiones introductorias. A España no la está «arruinando» con extraña subitez el conflicto catalán. Miente el presidente Rajoy y miente mal; perifonea desde una retórica que se niega a destapar las cifras de una ruina que quiere ocultar a los ciudadanos. España cae en barrena desde hace años y con mayor velocidad de la que indican las cifras referentes a los demás socios de la Unión Europea, que también vuelan con plomo en el ala. Pero el Sr. Rajoy se aferra a una nube desde la que nos muestra el sol de medianoche en un velo mal pintado.

Ahora veamos y contrastemos algunos de estos datos en que asiento mi crítica y de los cuales también hacen desprecio muchos ciudadanos para elaborar su juicio sobre la sociedad en que viven, lo que desemboca en un inexplicable sufragio electoral de las masas socialistas o «populares» repleto de furor contra la razón ilustrada que el Estado español, por su parte, no ha querido o no ha sabido cultivar. Ciudadanos del «oé, oé», con bandera agreste y vino sin paladar. Estos datos aparecen, por ejemplo, en el informe facilitado en agosto por la Comisión Europea. Entre los países demográficamente más significativos de la Unión es en España donde menos han subido los salarios –la subida en el año 2019 llegará no más que al 1,4%–. A España la siguen en aumento débil de los salarios Italia y Francia, aunque los franceses ya empiezan a reaccionar con una recuperada fuerza típicamente francesa. Esta caquexia salarial explica la atonía del consumo entre una gran masa de ciudadanos y, al contrario, la creciente riqueza de los grandes empresarios, que se nutren de insociales plusvalías suministradas principalmente por la cortedad de los salarios. No olvidemos que un consumo sólido es el que mantiene un verdadero crecimiento ¿Y cómo el consumo estimulante con estos salarios? Pues bien, a la vista de este primer cálculo afirma el Sr. Rajoy que ostentamos el liderazgo europeo en cuanto al crecimiento.

El informe de la Comisión añade que el paro estructural español ha descendido hasta el 16% desde un nivel 35% en la culminación de la crisis, pero los analistas subrayan que este descenso no recoge la cantidad de desempleo existente, como el de quienes esperan un empleo no disponible de inmediato, los trabajadores desanimados que han renunciado a la búsqueda de un trabajo reconocible, aquellos trabajadores a tiempo parcial que desean un verdadero empleo a tiempo completo y que su empleo mutilado aleja de las listas del paro… La Comisión estima que con una estadística honesta al paro español habría que añadirle once puntos por mano de obra infrautilizada, con lo que estaríamos ante un paro real del 27%.

El problema catalán, definido por el Sr. Rajoy como «un brutal ataque a España» –¿y qué pasó el 1-O con el comportamiento de las fuerzas del «orden» en Barcelona?– sirve para enviar al olvido o sedar con tiempo la corrupción económica y la destrucción de las instituciones. El problema catalán no debiera figurar como un problema de legalidad. Es simplemente una excusa para otra buena guerra de «liberación nacional» ofrecida a una ciudadanía inane y abandonada que espera siempre un caudillo. Rajoy pasó su tiempo hibernado, se dedicó luego unas horas al anuncio de violencias represivas para defender el Estado como única herencia de los españoles y al fin descubrió un futuro negro cuando dijo cínicamente que «hizo lo que no quería hacer» y que los componentes del Gobern «políticamente debieran estar todos inhabilitados». ¿Hay a la vista, Sr. Rajoy, un nuevo tipo de delito? ¡Españoles, Franco no ha muerto!

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