Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El arte de leer documentos

La imposibilidad de vivir en democracia actualmente dimana en buena parte de la difícil lectura por los ciudadanos de los documentos emanados desde el poder que impera en la sociedad. Hablo de los documentos redactados desde el poder, con sus variadas ramas, y no de documentos nacidos políticamente, ya que la política en su cabal esencia ha dejado de existir.

La política es una pretensión de sociedad, mientras el poder es una voluntad de explotación ¿Y quién abriga ahora desde el poder la ambición de elaborar una verdadera sociedad, que es un objetivo moral? Los que aún se esfuerzan en este propósito de ciudadanía han de habitar su caverna y dormir prendidos boca abajo, como los murciélagos.

Me di a esta meditación al leer una entrevista con Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, que asistía a una selecta reunión en Bruselas. Tras examinar varias veces el documento decidí repasar la galería de poderosos que han gobernado el mundo en estos últimos treinta años, en los que ha cristalizado la colosal estructura de los mercados, que han enviado la democracia al desván de las antigüedades políticas. Parece claro que el Sistema ha sustituido a la política; la contabilidad, al pensamiento. Pues bien, tras este repaso he de confesar que pocos personajes me han sobrecogido más que la Sra. Lagarde, una sugestiva francesa de las que conmueven el mundo. Hay en su habitual pañuelo de seda como una intimidadora alusión a la soga destinada al ahorcado. Una soga fina y tan elegante como definitiva. Y sus palabras hay que leerlas desde una cierta preparación en el arte de la hermenéutica. El mismo título de la entrevista encierra una pretensión aún más oscura, pero encubierta con un texto críptico, que la realidad que ya viven muchos españoles bajo el asistente de verdugo que nos vigila desde la Moncloa: «Esperamos una (nueva) reforma laboral en España» –dijo la francesa sucesora lejana, en cierto modo sugestivo, de madame Corday en su determinación de encarrilarnos hacia la normalidad civil, cosa que la asesina de Marat, bella también, educada también en perfecciones sociales, girondina católica y parpadeante, pretendió al acuchillar al jacobino y que por el contrario no hizo sino agravar la Revolución Francesa hasta el Terror, del que se han escrito muchas vaciedades. «Lo que busca Europa –ha dicho la Sra. Lagarde– es la experiencia y la disciplina del Fondo Monetario». Experiencia y disciplina… Dado este panorama ¿acaso pueden los jóvenes renovadores ampararse en la experiencia? Pues eliminémoslos ¿Es posible que sus manifestaciones públicas puedan aceptarse dentro de la impuesta corrección disciplinaria? Pues entreguémoslos a los jueces. Con todo ello se avisa seriamente a los nuevos jacobinos, a quienes se les arrebata el triunfo de su razón a no ser que su brazo esté armado. Si ustedes quieren profundizar en este sugerente lance histórico que enfrentó a la burguesa Gironda con los jacobinos revolucionarios les recomiendo el libro del Sr. Lamartine dedicado al «ángel asesino». He de anotar al paso que las ilustres señoras francesas han sido grandes protagonistas de la sociedad: Madame Corday, que desmandó la Revolución Francesa; madame Staël, que enloqueció a Napoleón; madame Lagarde… Es un tema apasionante y, según parece, recurrente en el cuenco pequeño de la historia. Bastó con que una joven francesa saliera a la calle luciendo un pecho para que desapareciese la monarquía absoluta en París. Francia siempre ha sido feroz en su feminidad y lánguida en sus varones.

Pero retornemos a la cuestión hodierna. ¿Qué ha querido decir la Sra. Lagarde con eso de «esperar» una (nueva) reforma laboral en España para lograr avances ciertos? Temo lo peor. Ahora bien, yo no tremolaría si supiese el cómo, hasta dónde y el cuándo de la reforma a que invita la exquisita francesa. Practiquemos, pues, la hermenéutica y huyamos de la eutrapelia. Por si acaso hago constar que no recibiré visita alguna mientras me bañe, como hizo para su mal el Sr. Marat al recibir a la Sra. Corday, que iba a verle cuchillo en mano. Así lo hago saber a madame Lagarde. Prefiero morir del salario mínimo.

Y dice también la directora del Fondo Monetario: «Las expectativas de crecimiento son claramente visibles en las valoraciones del mercado; los precios de los activos están en su nivel más alto en ocho años. Queda por ver qué medidas se pondrán en marcha realmente, cuándo se activarán, cómo afectarán a la economía real». O sea que los activos que crecen ahora no tienen nada que ver con la economía real que necesitamos cotidianamente. Pues si traduzco con certeza, más vale un toma que dos te daré.

Difícil traducción la de estos papeles en los que la Sra. Lagarde sella con un elegante diamante de sangre lo que quiere realmente decir acerca de los pobres. Y advierte con refinamiento, refiriéndose a la cuestión griega, la directora del Fondo: «Es posible que el Fondo participe en el programa griego, pero con dos condiciones: que se pongan en marcha reformas significativas y que haya una reestructuración de deuda». O lo que es igual, los griegos verán otro horizonte cuando compren su propia libertad al amo, como legislaba ya la romanizada forma de superar la esclavitud. Al leer tal cosa superé mi comezón de entonar la Marsellesa o ciertos pasajes de “La Internacional” y me limité a entonar sotto você la letra de aquella opereta española, “La Generala”, en que unos apremiados ciudadanos cantaban a la aristócrata descocada: «¡Señora, señora, parece mentira/ que tenga, señora, tan poca aprensión./ El ver lo que vimos, señora, señora/ nos ha llenado de estupefacción».

Pero a madame Lagarde le preocupa algo mucho más importante que el desbarajuste del empleo en España, que reduce a nuestros trabajadores a una supervivencia azarosa y agonizante ¿Y qué le preocupa sobre todas las cosas?: «Las reformas para solucionar la inestabilidad del sector bancario y los créditos tóxicos». A la luz de este candil ha de entenderse todo lo que realmente preocupa acerca de España a la gran banquera, salida de esa enigmática fuente que es la globalización o el poder que se gesta a sí mismo.

La clave del mundo que representa la Sra. Lagarde es la estabilidad de los gobiernos, mediante los controles debidos. Estabilidad cuya significación hay que desencriptar asimismo. Un grupo de economistas españoles que trabajan para el Fondo manifiesta que por encima de las ideologías la fragmentación política y las elecciones suelen distorsionar la política fiscal más que ningún otro factor. Es decir, si levantamos la falda de este párrafo es fácil deducir la falsedad con que la inmensa mayoría de los partidos redactan sus programas electorales preñados de dádivas que luego no pueden atender, pero que de momento destruyen el doloroso equilibrio fiscal que incrementa la recaudación de los «mercados». Lo que olvidan estos españoles arrellanados en los sillones del Fondo es que estas retóricas concesiones otorgadas a los empobrecidos electores son congeladas con mucha diligencia una vez vuelto a instalarse el poder «estable», que es la joya del Sr. Rayoy. O sea, que según los expertos del Fondo lo que se debe hacer en los países globalizados es impedir las consultas electorales todo lo que sea posible. La Sra. Lagarde insiste en que una radical unión europea es la desiderata a alcanzar en el terreno fiscal, pero con «el truco –el vocablo es suyo– de respetar las raíces nacionales, las tradiciones nacionales, las culturas nacionales». En una palabra, lo que la Sra. Lagarde considera los juguetes para que se entretengan los pueblos y no aspiren a soberanía o bienestar material alguno. La política se ha convertido en un vale de beneficencia. Y para finalizar el papel, esta perla: «El comercio libre, justo y global va en buena dirección… Pero hay que discutir qué es comercio justo». «Señora, señora, parece mentira…»

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