Iñaki Egaña
Historiador

El córner

La puerta era clara y estabilidad se llamaban PSOE y PP: la izquierda abertzale era enemigo de clase. La transformación de las cajas de ahorro vascas en banco fue uno de los entonces paradigmas.

Las estrategias de comunicación mandan sobre la ideología. Los partidos políticos históricos han abandonado sus ideales para convertirse en un objetivo en sí mismo. Así asistimos cada vez menos perplejos a esos cambios de rumbo, a esas declaraciones que expresan hoy lo contrario que mañana, llegando a defender antagonismos sin otra vergüenza que la que proclama un currículo de jardín de infancia.

Dentro de este marcado acento en la comunicación, la ofensiva jeltzale para salir de ese atolladero en el que voluntariamente se ha introducido buscando la alianza con la ultraderecha más tramontana de Europa es de manual. Ante las dudas de parte de sus votantes que no entienden ese apoyo que han concedido y recibido mutuamente a/de los carceleros y verdugos del proceso soberanista catalán, con detalles tan significativos como el apoyo a los procesos que llevaron a la cárcel o al paredón a miles de vascos entre 1936 y 1945, la dirección jeltzale ha culpado de su elección, como es habitual, a quienes no defienden sus movimientos políticos.

Apenas he encontrado declaraciones de Urkullu, Ortuzar o Egibar alabando su pacto, a esta altura ya natural, del PNV con el PSOE y el PP, en uno de los acontecimientos coyunturales más intensos de las últimas décadas. Ni siquiera explicaciones para aquellos que no entendían que su vocación es la que es, la estabilidad que necesitan los mercados para expoliar. Que medrar en fiscalidad para los ricos y aumentarla para los pobres es el sino de los tiempos. Y tiene su lógica. La del vencedor, la del explotador, la de los expropiadores de nuestras vidas.

No han tenido coraje para expresar sus sentimientos políticos en toda su crudeza, como no lo tuvieron cuando defendieron ese muro de la vergüenza que han construido en el puerto de Bilbao para proteger, como dijo aquella pérfida consejera de Desarrollo Económico, los «derechos humanos». El relato jeltzale está llegando a semejantes niveles demagógicos que pronto entrarán en esa pugna, bien es cierto que con muchos contrincantes alrededor, por hacerse con un puesto en el libro de los Guinness.

En esa línea de echar balones fuera, de acusar al oponente de ser enemigo y al enemigo de veras de saludarle como aliado, Egibar se refirió recientemente al córner, ese lugar del campo de fútbol alejado del centro y, aunque cercano a las áreas, inútil para prevenir el juego. El córner, dijo, como lugar de vecindad de la izquierda abertzale. Entendiendo que si la izquierda abertzale quiere salir de ese córner, lo preceptivo sería apoyar presupuestos, valorar la estabilidad con el PP y denostar la «deriva» catalana. Es decir, convertirse en PNV.

Tres han sido los momentos en los que el PNV ha considerado su decisión política de alianzas de manera estratégica. La primera con motivo de las falsamente llamadas «primeras elecciones democráticas», año y medio después de la muerte del dictador. Y falsamente llamadas democráticas porque los partidos independentistas y/o revolucionarios estaba expresamente prohibidos (algunos tuvieron que vestirse de lagarteranas en coaliciones electorales), y los presos no habían sido amnistiados, aunque la mayoría había abandonado la prisión.

En la primavera de 1977, en pleno proceso de Txiberta entre partidos de ámbito vasco, el PNV maniobraba en otro escenario que finalmente le llevaría a alinearse con el PSOE en aquella candidatura que llamó Frente Autonómico. Tal y como había sucedido desde 1945, con la creación del Gobierno Vasco en el exilio, PNV y PSOE ahondaban en una sintonía que, al día de hoy, sigue en vigor. En hechos puntales, consensuaron la expulsión del Partido Comunista del Ejecutivo vasco (1948) siguiendo los dictados de Washington y se unieron a favor de la reforma del sistema franquista, en contra de su ruptura (1976).

Diez años más tarde de la asunción reformista, la escisión de Eusko Alkartasuna llevaría al PNV a mantener de compañero de viaje nuevamente al PSOE. Frente a la opción de abrir una nueva etapa política, con los GAL como ariete contra la disidencia vasca, el PNV se alió con el PSOE e incluso con el PP para evitar que probables acuerdos entre Herri Batasuna y EA les convirtieran en secundarios. Ardanza de la mano con Rosa Díez, hoy subida al mástil falangista, la fotografía de la década.

Las elecciones municipales en Donostia en 1991 fueron uno de los paradigmas de esa unión. Odón Elorza (PSOE), tercera fuerza, fue alcalde gracias a los votos de la cuarta y quinta fuerza, PP y PNV. La primera había sido Eusko Alkartasuna y la segunda Herri Batasuna. En función del pacto a tres, Gregorio Ordoñez entró como responsable de Urbanismo. Abrieron las puertas al caos.

Con 40 años de experiencia política, de guerra sucia, torturas, política penitenciaria y negación de derechos civiles y colectivos, las reacciones «naturales» van marcando los espacios de manera nítida. El pacto de Ajuria Enea, a pesar de lo que se diga 30 años después, fue previsto para hacer frente a la pujanza política que daría la ya abierta negociación entre ETA y el Gobierno español. Como freno a la misma. Entonces, alianzas «contrainsurgentes».

El PNV repetiría alianzas nuevamente tras el penúltimo período, el de Patxi López. Después del anuncio de la organización vasca del fin de su ciclo armado en 2011 y el auge espectacular de la izquierda abertzale en las elecciones siguientes (municipales, españolas, autonómicas) a pesar de su más de una década ilegalizada, la dirección jeltzale apretó tuercas y recondujo ese espíritu que parecía flotar en el ambiente desde Lizarra-Garazi.

La puerta era clara y estabilidad se llamaban PSOE y PP: la izquierda abertzale era enemigo de clase. La transformación de las cajas de ahorro vascas en banco fue uno de los entonces paradigmas. El PNV necesitaba en Gipuzkoa la alianza del PSOE, del PP, del sindicato del régimen CCOO y de la aquiescencia de los jueces para logar la mayoría. Y la obtuvo. El sistema, los de orden, contra la izquierda abertzale. Sin fisuras.

Por eso, ahora me extraña que vuelva a extrañar a gentes de buena fe pero con poca memoria, que la alianza histórica PNV-PSOE se amplíe a la derecha española más rancia de los últimos cien años, comparable a la que dio el golpe de estado cruento de 1936. Siempre que el guión lo ha exigido, la alianza ha tenido recorrido propio. Y ha funcionado.

Hoy, el PNV es un partido moderno cuya gestión diaria, electoral y política es encargada a empresas especializadas, tanto de marketing, información o logística. Pone imagen y rostro a Confebask y a sectores que, en otros aspectos como el de la seguridad o el de la construcción, se han convertido en lobbies. O quizás el PNV en lobby de sus intereses empresariales.

Para ello cuenta con una estructura constreñida donde toma las decisiones estratégicas (EBB) y una élite de hombres y mujeres que no llega al millar y que hacen que la máquina se active. Hombres y mujeres cuyo único valor es la fidelidad. Sabiendo que en un consejo de administración, en una diputación o en una empresa subsidiaria siempre van a tener un buen sueldo y su retaguardia económica cubierta hasta la prejubilación. Son también un fin en sí mismos.

Así que lo del córner, la falta de centralidad, el «alejamiento de la realidad» y esas explicaciones (amenazas) tienen un componente notorio de exclusividad. En mis años de juventud se decía que Ardanza y los suyos gobernaban la parte que les tocaba de nuestro país como si fuera un batzoki. Hoy, los batzokis como centros de cohesión abertzale pasaron a la historia. El PNV y sus aliados gobiernan como si el territorio fuera propiedad bancaria. En términos de ganancias económicas. Y lo hacen desde el palco de autoridades, donde apenas hay visibilidad para notar los movimientos del córner. Que mal que le pese a Urkullu, los hay.

Bilatu