Iñaki Bernaola
Teólogo de a pie

El Hereje

Hay muchos elementos en ella que, desgraciadamente, nos resultan mucho más cercanos a nosotros, por mucho que la novela se desarrolle en la España de hace cinco siglos.

Acabo de terminar la lectura de una novela escrita por un vallisoletano, a la cual he robado el título para ponérselo a este artículo. No creo que su autor vaya a incomodarse por ello, ni tampoco porque cuente algo del argumento, y esto por varias razones: porque falleció hace ya algún tiempo; porque la novela salió a la luz hace casi veinte años; y porque la trama es, por demás, previsible: cuenta la vida de un ciudadano de Valladolid, desde su nacimiento hasta que es quemado vivo en la hoguera por orden de la Inquisición, después de que todos sus bienes fueran confiscados.

El protagonista no es un revolucionario, ni un desheredado, ni un delincuente: es un rico hacendado, exportador de lana, que además intenta generar riqueza y progreso en su ciudad dedicándose no sólo a exportar la lana como materia prima, sino también prendas de vestir confeccionadas en la propia villa vallisoletana. Además, movido por un encomiable interés en profundizar sus conocimientos sobre el sentido de la vida desde una óptica cristiana, acaba integrándose en un círculo luterano, lo que por otra parte ejerce una influencia notoria sobre su forma de vivir y de actuar. Así, aparte de un modo de vida sobrio nada dado a despilfarros y ostentaciones, adopta medidas de indudable interés social, como por ejemplo repartir a partes iguales con los arrendatarios los beneficios obtenidos de las tierras de su propiedad.

El círculo luterano se mueve en la clandestinidad por miedo a la Inquisición, lo que no es óbice para que, al final, sean descubiertos, apresados, interrogados, torturados y presionados hasta el último extremo para que se «arrepientan» en última instancia, lo cual les salvaría de morir quemados pero no de ser ejecutados a garrote vil. En el más puro estilo orweliano, el autor nos describe las miserias de la cárcel, las torturas, las delaciones mutuas, el derrumbe de la personalidad por efecto de las penalidades de la cárcel y del tormento, el rechazo agresivo por parte de un populacho ignorante y fanático que pide sangre a toda costa, y al final las diferentes formas de encarar el trance supremo de la muerte.

La trama se desarrolla en la época en la que el rey Carlos I, retirado al monasterio de Yuste tras abdicar en su hijo Felipe, le exhorta a éste, ya en su lecho de muerte, a que persiga con todo rigor a los protestantes, lamentándose de que en su tiempo no eliminó a Lutero cuando tuvo ocasión. Y Felipe, por su parte, cumple a rajatabla el exhorto de su padre, con más rigor aún si cabe.

Por encima de controversias que hoy se nos antojarían absurdas, como la existencia o no del purgatorio, o la suficiencia o no de la fe para salvarse, hay que tener en cuenta que la reforma protestante supuso un nuevo reparto de poderes en Europa, consecuencia del cual países como Inglaterra, Holanda o Suecia, sin olvidar a Alemania, iniciaron su despegue como potencias emergentes, a la par que en dichos países florecían como no lo habían hecho hasta entonces la filosofía y las ciencias positivas. Hay que entender también que en el siglo XVI las creencias religiosas ocupaban en buena parte el papel que tienen hoy las ideologías políticas.

Miguel Delibes fue un gran escritor. Y supo como nadie acercar los personajes, sus vicisitudes, su ambiente, a la mente del lector. Por eso su novela impresiona. Pero también porque hay muchos elementos en ella que, desgraciadamente, nos resultan mucho más cercanos a nosotros, por mucho que la novela se desarrolle en la España de hace cinco siglos. La tortura y el garrote vil son como quien dice de anteayer. El apresar y encarcelar a gente por defender sus ideas políticas es de hoy, así como también lo son la obsesión por imponer el pensamiento único, por establecer como indiscutibles e inamovibles principios que de hecho no lo son, como por ejemplo la absoluta supremacía jerárquica de la Iglesia Católica entonces, o la sumisión absoluta hoy a lo dictado por determinados preceptos legales, por encima de las voluntades de gentes y de pueblos. Pero, no lo olvidemos, la persecución hasta la muerte en la hoguera de los disidentes luteranos, al igual que otras «acciones» realizadas por el poder hoy en día, se llevaban a cabo desde la más estricta legalidad.

También son de hoy en día, o casi, la absoluta intransigencia con quien discrepa, la misma que mostraron los poderes españoles con el protestantismo, y la misma que exhiben hoy en día, y ayer, y anteayer, para con los que desean para sus pueblos mayores dosis de autogobierno. También lo son los insultos y las invectivas del populacho pidiendo mano dura con los que se enfrentan al poder establecido, así como también lo es la forma más genuina que se ha tenido en España para hacerse con los bienes y haciendas de los condenados por su disidencia: el apropiarse de ellos por la mera imposición de la fuerza. Eso sí: desde el máximo respeto a la legalidad vigente. Pasó en el franquismo, y me temo que va a seguir ocurriendo en un futuro próximo.

Me gustaría que aún viviera Miguel Delibes, y también saber qué es lo que pensaría de los acontecimientos que están desarrollándose en la España de hoy. También quisiera saber si, visto lo visto, se acordaría de la novela que escribió hace veinte años.  Yo creo que sí.

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