Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

El valor de la herencia política

Cuando un proyecto político o un pueblo busca un camino para proyectarse hacia el futuro aparece demasiadas veces las tentaciones de hacer tabla rasa del pasado. Como si fuera la mejor manera de cimentar el mañana, de que los pasos serán más sostenidos si se sustraen de la mochila y se echan a un lado las referencias de lo que hemos sido. Como sí, de pronto, calara una apresurada necesidad de rasear el pasado propio para, de ese modo, ser mejor acogido entre las nuevas relaciones.

Si se mira hacia atrás desde los sombríos ojos de la vergüenza, los pasos al frente titubean por la pesada losa de los complejos. Cuando eso ocurre, aflora una urgencia por expiar las presuntas culpas del pasado y, entonces, el presente se puede convertir en un cenagal que hipoteque el futuro y lo ponga en manos de otros.

Es imposible construir un futuro digno desde la renuncia. Tratar de limpiar o tapar el pasado para presentarse inmaculado en un nuevo escenario con nuevos agentes tiene bastante más de hipocresía que de sincero reconocimiento de los errores cometidos. Es a todas luces evidente que poco futuro puede tener un porvenir sustentado en hipocresías o en espectáculos públicos de contrición. No se puede transitar a buen destino por ese camino.

Con las luces y las sombras que nos quieran poner, la izquierda abertzale tenemos un recorrido histórico que representa un valioso patrimonio del que no podemos sentir vergüenza. Mucho menos cargarlo como fuente de complejos que lastren o condicionen el desarrollo de nuestro proyecto de liberación nacional y social.

Sería absurdo establecer que en todos estos años no hemos cometido errores, o que incluso no hayamos tenido actitudes que pudieran calificarse de impropias o injustas. Únicamente los hipócritas se miran las manos y se las ven siempre limpias, sin sacar los pies de las cloacas. ¿Hay, acaso, algún agente de este conflicto que pueda tirar la primera piedra? La piedra de la pureza política, social.

La izquierda abertzale en su conjunto miramos nuestro pasado y reconocemos sus virtudes y carencias, nuestros aciertos y también los errores. Fuimos y somos, para lo bueno y lo malo. Se trata de una mirada que no puede partir del revisionismo de los confundidos, sino desde la dignidad y el orgullo de quienes entienden el pasado como un patrimonio.

Para los militantes de la izquierda abertzale, la trayectoria histórica de todo nuestro movimiento de liberación nacional y social es un valor primordial que debemos preservar. Porque es fundamental para el mantenimiento de nuestras señas de identidad, sin desviaciones claudicantes, y porque representa la correa de transmisión de nuestra personalidad política. Así, reivindicamos sin ambages la tradición militante de nuestra idea de la acción política, que desde siempre ha aflorado del principio de la entrega total al servicio de Euskal Herria. Una disposición a darlo todo por el pueblo vasco, sin contraprestaciones.

Esa estrella de la entrega militante es la que ha hecho brillar la trayectoria de la izquierda abertzale en la defensa de la causa vasca. Y no nos ha salido gratis. Durante decenios, este compromiso nos ha llevado a la tortura, a la cárcel, a la muerte. Lo hemos pagado con la deportación, el exilio. Y también con muchas caídas, exclusiones, ilegalizaciones, alentadas por quienes ahora pretenden no dejarnos ni recordar.

En el momento en que nos encontramos es vital gestionar adecuadamente los valores tradicionales que caracterizan nuestro patrimonio político, para hacer la debida lectura de nuestro pasado y no perder en el proceso los rasgos de identidad que desde siempre han distinguido a la izquierda abertzale.

Porque somos pasado, presente y futuro. Porque lo que hemos logrado ser es precisamente gracias a lo que fuimos políticamente, que debe ser la garantía de lo que seremos. De ahí la importancia de la correcta gestión de nuestra herencia política, algo que, a veces, no parece completarse como sería deseable.

Se cae más de lo debido en el error de intentar caminar sobre las arenas movedizas de un pasado construido de manera perversa para que nos hundamos en él y no avancemos políticamente, mientras desde la orilla los auto considerados inmaculados nos señalan con el dedo y piden que abjuremos de nuestro pasado y pidamos perdón. Y más aún, lo perpetran desde la búsqueda de desafecciones y rupturas en nuestro seno para debilitar el movimiento de liberación nacional y social vasco.

Nuestra divisa siempre ha sido la lucha y la entrega por un proyecto político para Euskal Herria, para su emancipación. En ese compromiso, no entran ni los complejos, ni la vergüenza, independientemente del profundo y sincero reconocimiento de lo que no hicimos adecuadamente. Pero una cosa es reconocer los posibles excesos o errores cometidos en el desarrollo de la lucha, y otra, muy diferente, convertirlas en estigma por el que tengamos que estar de manera permanente purgando y hundiéndonos en el barro.

Que nadie venga a hablarnos desde una pretendida superioridad moral. ¿Quién nos va a marcar eso que tan pomposamente llaman «suelo ético»? ¿Los sucesores de los cuneteros, que mantienen aún calles y plazas en honor a asesinos fascistas? ¿Los que fueron a las puertas de la prisión de Guadalajara a jalear a los criminales de los GAL y siguen encubriendo a sus compañeros de partido? ¿O lo van a hacer los «indios buenos», nuestros malinches autóctonos, quienes tanto saben y más callan sobre la guerra sucia, represión y colaboración con la metrópoli?

Los que se consideran moralmente limpios de mácula buscan blanquear su pasado a través de querer forzar nuestra renuncia al nuestro. Por eso es tan importante mantener nuestra herencia política de compromiso y lucha y no caer en las redes que nos lanzan al paso, o pensar que sonrojándonos al mirar las imágenes de nuestra trayectoria política vayamos a hacer un mayor servicio al pueblo vasco.

Nuestro proyecto siempre ha estado unido al de la liberación de Euskal Herria. Y, por ello, es con la nación vasca con quien tenemos asumido nuestro único compromiso, un compromiso que ha sido sostenido durante decenios por una militancia totalmente entregada a su pueblo. Es ante este pueblo frente al que tenemos y tendremos que responder.

Por eso creo que debamos prestar menos atención a las vías que nos marcan los otros porque ya sabemos hacia dónde quieren llevarnos. Menos espectáculo, menos declaraciones y más compromiso y participación para que desde lo que fuimos y lo que ahora somos hagamos realidad lo antes posible el futuro de independencia y libertad que nos corresponde como personas y como pueblo.

No olvidemos nuestro genuino ADN de izquierda abertzale y desechemos cualquier traza de complejo o vergüenza. La lucha no es ni estigma ni culpa sino motivo de orgullo. Cada uno en su lugar, sin olvidar los contextos, los tiempos y las señales emitidas por cada uno de los agentes implicados en el conflicto.

En este proceso democrático en el que estamos inmersos, nosotros caminamos hacia la independencia y la transformación social. Vamos a hacer visible el recorrido y la meta. Con iniciativa, determinación y firmeza. Con orgullo de lo que somos; por lo que fuimos y por lo que vamos a ser y lograr.

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