Alfredo Serrano Mancilla
Director del Celag y doctor en economía

Estimado señor riesgo país

Confieso que lo he intentado. De mil maneras. Modelos econométricos que relacionan el riesgo país de Venezuela con cualquier variable económica que se le ocurra. Lo hice tal como mandan los cánones neoliberales. Usé todos los manuales ortodoxos que uno pueda imaginar.

Lo primero fue seguir la propia definición convencional del término. El riesgo país es un indicador financiero que mide la probabilidad de pérdida que puede sufrir un inversionista al invertir en deuda emitida por un país en los mercados internacionales de capital. Según esto, lo primero fue relacionar el riesgo país con el pago de la deuda externa. Pero no. No salió correlación. Todo lo contrario. Venezuela, pagador serial de deuda externa, sin incumplimiento en estos últimos años, sufre el mayor incremento de riesgo país en relación con cualquier otro caso mundial.

Pero, igualmente, no quise tirar la toalla desde el primer intento. Y seguí probando con el resto de indicadores macroeconómicos clásicos. El riesgo país y las reservas (totales o líquidas). Riesgo país con la inflación. Lo probé con el PIB. Con el déficit fiscal, endeudamiento interno (público y privado), niveles de consumo, morosidad de la banca, tipo de cambio implícito, niveles de productividad, tasa de ganancia empresarial, precio del petróleo. Ni siquiera con este último pude encontrar correlación. Porque cuando el precio del crudo en Venezuela estaba por encima de 100 dólares por barril, el riesgo país ya era más alto que en cualquier otra nación de la región.

Un ejemplo: el riesgo país fue igual a 973 para un precio del petróleo de 113 dólares por barril el 23 de agosto de 2012. ¿Por qué? Además, hubo momentos de caída del precio, con baja del riesgo país (véase estas últimas semanas) o viceversa. Así que nada de nada. No hubo manera de encontrar un coeficiente de correlación positivo y significativo entre el riesgo país y otra variable macroeconómica tradicional.

No quería hacerlo, pero al final no pude librarme de la tentación. Ante tanta desesperación, lo acabé intentando con el tipo de cambio ilegal, el dólar-today, y no. Tampoco pudo ser: no había ninguna relación.

Por si acaso, también lo probé con indicadores sociales (pobreza, necesidades básicas insatisfechas, desigualdad, desempleo) a sabiendas que eso le importa muy poco al gran capital. Como se suponía para tal caso, tampoco logré encontrar ninguna relación.

Dado que por esa vía no supe encontrar una respuesta válida, me atreví a plantear algoritmos aleatorios por si de casualidad había una relación azarosa en las oscilaciones del riesgo país para Venezuela. Ni mucho menos. Probé hasta con el nivel de agua del Guri (embalse de agua más grande del país). Pero no. Tampoco pude detectar ninguna pista bajo ese enfoque aventurado.

En un momento se apoderó de mí la devoción por la economía política, y quise saber si el riesgo país estaba relacionado con hechos políticos determinantes. Encontré algunas evidencias: por ejemplo, el riesgo país bajó mucho justo después de las elecciones de diciembre de 2015, cuando la oposición venció. Otro ejemplo, pero en sentido contrario: en agosto de 2015, cuando se cerró la frontera con Colombia, también subió el riesgo país. En 2014, con el anuncio del presidente Nicolás Maduro del sacudón, también subió el riesgo país; o a principios de 2016, con el cambio de gabinete económico, también subió el riesgo país.

Lo último fue la subida del riesgo país ante la salida del vicepresidente económico Pérez-Abad. Podría seguir, pero prefiero evitar que me llamen poco riguroso por haber querido relacionar lo político con el riesgo país. ¿A quién se le puede ocurrir que esta variable tan seria pueda tener cierto carácter político? Sigamos.

Así que después de tanto análisis, sin encontrar la solución precisa a tal sudoku, me pregunté si era tan importante saber cómo se comporta el riesgo país. En otras palabras, quise saber si el riesgo país había sido realmente capaz de avisar anticipadamente que un país entrara en riesgo y eclosionase. Y no. Ninguna de las crisis. Ni las de Estados Unidos con la quiebra de Bear Stearns, Fannie Mae, Freddie Mac y Lehman Brothers. Ni las crisis bancarias de Grecia, Portugal o España. Tampoco la de Finlandia. Ni Irlanda. Ni las crisis asiáticas de 1997. El riesgo país, por lo visto, tampoco sirve para esto.

La evidencia empírica es irrefutable en este sentido. Ni el riesgo país ni ningún otro indicador de las agencias de calificación de riesgo tienen capacidad para estimar anticipadamente un colapso económico en un país. Ni Credit Suisse, ni Bank of America, ni JP Morgan, ni Morgan Stanley, ni Deutsche Bank. Ninguno de ellos con su cálculo de riesgo país han logrado alertar verdaderamente sobre el riesgo de que un país acabe en default o en suspensión de pago en el pago de la deuda externa. Venezuela es el caso más paradójico: se han pagado escrupulosamente todos los compromisos de pagos de deuda externa y el riesgo país ha crecido.

Después de no haber entendido casi nada, me pregunté por qué existe el riesgo país. Y ahí sí encontré una respuesta absolutamente objetiva: el riesgo país tiene la función de encarecer la deuda emitida por un país. Es decir, la hace más costosa para quien mayor riesgo país tenga. Una tautología muy típica de la teoría económica neoclásica que soporta a la hegemonía neoliberal. Quien tiene el monopolio de decir lo que es el riesgo país, tiene el monopolio de endurecer las posibilidades de acceder al crédito financiero internacional para un determinado país soberano. Esto significa que la soberanía se acaba donde comienza a actuar el señor riesgo país.

Frente a ello, no nos queda otra alternativa que pedirle que se apiade de nosotros. O si no, habrá que poner todo el empeño para llevar a cabo una política soberana calculando un verdadero riesgo país, tanto para los inversionistas como para los pueblos. Una agencia de calificación de otro riesgo país en la Unasur o en la Celac es una necesidad cada vez más imperativa.

© La Jornada

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