Teresa Toda y Araitz Zubimendi

Hoy, la enésima separación de madre e hija en Picassent

Aunque parezca contradictorio, para estas niñas y niños los momentos más difíciles y complejos no son los que pasan en la cárcel, sino los que se producen respecto a la separación de sus madre

No son pocas las niñas y niños vascos que han nacido y vivido en cárceles: 40 en total. A lo largo de los años, Carabanchel, Yeserías, Fleury, Teixeiro y otras han sido el lugar de nacimiento y primera casa de decenas de criaturas. Sólo en la última década, 35 niñas y niños han sido separados de sus madres. En el caso de la número 36, tras un terrible suceso y gracias a la respuesta que dio este pueblo, afortunadamente se consiguió que continúen juntas: nos referimos al caso de Izar. Pero hay en este momento otras dos niñas y un niño en prisión con sus madres. Hoy mismo separarán a una niña de su madre Josune Oña. La niña cumple hoy tres años, y, como se sabe, la legislación penitenciaria no le permite permanecer más tiempo junto a ella.

Pero no acaba aquí. El siguiente será el hijo de Idoia Mendizabal. En mayo cumplirá tres años y tendrá que pasar por el mismo trance. A partir de entonces, en principio, Olatz Lasagabaster será la única presa política vasca que quedará en prisión con su hija.

Si el vínculo entre cualquier criatura y su madre es de por sí estrechísimo, especial, qué decir en el caso de estas niñas y niños. La madre es para ellas la imagen del afecto, del apego, pues están con ella 24 horas al día durante tres años. Es la madre quien les ofrece tranquilidad, seguridad y equilibrio. En consecuencia, su falta les ocasiona inquietud e inseguridad.

Una vez fuera de la cárcel, estos niños y niñas tienen que vivir un largo y complejo proceso de adaptación a esas carencias. El cambio es enorme, y, aunque la protección y ayuda de otros familiares es fundamental, la falta de la madre les supone un vacío muy grande. De hecho, y aunque parezca contradictorio, para estas niñas y niños los momentos más difíciles y complejos no son los que pasan en la cárcel, sino los que se producen respecto a la separación de sus madres. Sí, en la cárcel tienen muchas carencias pequeñas, pero cuando salen a la calle, notan una más grande: la falta de su madre.

A partir de entonces, la relación entre la madre y la hija o hijo se reducirá a una visita vis a vis mensual de hora y media, y como mucho, a dos encuentros, según las prisiones. De hecho, pese a que la ley permite que niñas y niños estén en las visitas por locutorio, no es muy corriente que padres y madres opten por ello. Además de ser el locutorio de por sí un lugar duro, las relaciones con una criatura de tres años no se basan en la conversación a secas, sino en el juego, el movimiento y el contacto físico. Los locutorios no dan ninguna posibilidad para ello. De igual manera, y por las mismas razones, las ocho llamadas semanales de cinco minutos que tiene la madre no satisfacen de ninguna manera las necesidades infantiles.

Los cumpleaños son siempre alegres para cualquier niño o niña. No se puede decir lo mismo en el caso de quienes los pasan en la cárcel. Pueden estar con sus madres tres años, pero desde que cumplen los dos empieza la cuenta atrás para ambos: a la madre le quedan 12 meses para preparar a la pequeña o pequeño para la separación. Que se adapte a la vida fuera, que se acostumbre a estar con las personas que serán sus nuevas referencias, y, especialmente, que aprenda a vivir sin su madre.

Así pues, el último año que pasan en la cárcel se llena de preocupación y tensiones. Paradójicamente, al revés que otras personas presas, estas madres están deseando que el tiempo pase lo más lentamente posible. Después, pasarán a ser madres virtuales: aunque siempre estén ahí, para sus hijas e hijos serán la madre que nunca está.

La separación tiene consecuencias profundas para la mujer que queda presa. Ella también tiene que atravesar un proceso largo y difícil de adaptación a la nueva etapa, si es que llega a adaptarse del todo. El alejamiento, el no tener conocimiento directo de las vivencias de su niña o niño en la calle, le causarán inquietud y quebraderos de cabeza. No se vive igual la cárcel cuando sabes que tus hijas e hijos te necesitan, cuando no estás para atender a sus necesidades, cuando surge la duda de si sabrá cuánto le queremos, o de si nos seguirá queriendo. En todos los casos, estas separaciones son difíciles y muy duras. Para quien se queda en la cárcel, para las criaturas mismas, y también para quienes forman el tercer ángulo de este triángulo, las y los familiares que, en la calle, cuidan a estas niñas y niños.

El caso de Izar ha puesto sobre la mesa varias situaciones atroces. Una, la de la violencia de género, una violencia incrustada en la médula de esta sociedad. Ha encendido todas las alarmas entre nosotras. Y, por otro lado, Izar se ha convertido en el rostro de todas esas niñas y niños a quienes separan de sus madres. En esto también, nuestra Izar ha encendido todas las alarmas.

Como hemos señalado, son muchas las criaturas alejadas de  esa manera de sus madres en estos años y va siendo hora de acabar con estas separaciones desgarradoras. Por eso hoy, el día en que Josune Oña y su hija van a ser separadas, queremos plantear esta reflexión a la sociedad vasca. No podemos condenar a más niñas y niños a vivir sin sus madres. Ha cambiado la situación política en Euskal Herria, pero las criaturas que nacen en la cárcel siguen viviendo como en una guerra, sufriendo en sus carnes las consecuencias de lo que ya es pasado.

Hay que garantizar los derechos básicos de estos niños y niñas. En ese sentido, vemos imprescindible que se cumplan dos condiciones. Una, que sus madres y padres estén en cárceles de Euskal Herria. El alejamiento de padres y madres tiene consecuencias directas en la calidad de vida de estas criaturas, pone su salud en constante riesgo (el estrés de los viajes, el peligro de accidentes, etc.) y rompe esas rutinas que son tan necesarias en la infancia (ocasiona que falten a clase, que no puedan participar con normalidad en actividades sociales, etc.). Dos, para que tengan más ocasiones de estar con sus padres y madres, es absolutamente necesario que se derogue la legislación de excepción que se impone a éstos.

Este pueblo necesita soluciones, a gran escala, pero también a pequeña medida. Salidas generales pero también respuestas a situaciones muy concretas. En el tema que hoy nos ocupa, las soluciones vendrán cuando los derechos y el bienestar de estas niñas y niños estén plenamente garantizados. Ellas y ellos tienen derecho a ser felices, lo merecen, y es responsabilidad de las personas adultas asegurárselo. Y qué decir de las instituciones y las leyes. La protección de los derechos de estos niños y niñas debería primar sobre cualquier otra cosa, por encima de otros intereses o venganzas. Ahí se mide el nivel de humanidad de un Estado; es un espejo de sus valores éticos. Que no haya más separaciones de madres e hijas o hijos. Que padres y madres estén en Euskal Herria. Como dice la canción, con el aliento de todo un pueblo, desde el Cantábrico hacia el sur, despleguemos las sonrisas de la infancia.

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