Jesús Valencia
Internacionalista

Identidad y memoria

La trayectoria internacionalista de nuestro pueblo ha sido mucho más precisa. Cuando el imperialismo se cebó contra Centroamérica, cientos de paisanas y paisanos se desplazaron a aquellas tierras para enfrentarlo.

En recuerdo de Satur Abon, cuyo compromiso internacionalista fue ejemplar.

Escribo estas líneas entre las Ramblas del horror de días pasados y las del fervor de próximas fechas. Apenas arrollada la última víctima, una pregunta desgarradora estremeció al mundo: ¿Por qué? E, inmediatamente, comenzó una lluvia de respuestas a dicha pregunta. Unas apelaban a la psicopatología de los autores y a sus trastornos de doble personalidad. Otras a la sociología de una juventud sin horizontes que traduce en crimen sus frustraciones. Algunas, escatológicas, insinuaban su proyecto de un mundo nuevo aunque intenten construirlo sobre millones de cadáveres. No faltaban las religiosas: adhesión a una fe cruenta que garantiza al mártir la felicidad eterna. Puede que todas ellas tengan algo de razón. Yo, perteneciente a un pueblo aferrado a sus raíces y a su historia, pienso en la identidad y memoria del mundo árabe.

No es fácil determinarlo ya que conceptos como nación, pueblo, mundo árabe se entremezclan. Y todavía resulta más difícil el definirlo; atravesado por diferencias, matices o contradicciones que unas veces lo compactan y otras lo enfrentan. Pero, por debajo de esa capa arcillosa resquebrajada, fluye la conciencia difusa de unos sentimientos identitarios comunes y de unas percepciones históricas compartidas. A las veinticuatro horas de que Israel se autoproclamase Estado, numerosas naciones árabes le declararon la guerra. Aquellas sociedades dispares consideraron una traición  la complicidad del rey jordano con los sionistas; cuando  fue asesinado en la mezquita de Al Aqsa, millones de personas salieron a las calles para celebrarlo. Me comentaba un palestino que apreciaba una sintonía fraterna cuando se presentaba como tal al taxista sirio, al comerciante libanes o a la hostelera egipcia. Pese a los disensos de sus dirigentes, la base humana de este mundo árabe mantiene profundas afinidades.

Su identidad y memoria siguen vivas. Si mantienen fresco el recuerdo de El Ándalus, ¿cómo no van a recordar las canalladas más recientes? Cuando occidente declaró la guerra a Irak, todas las sociedades árabes se sintieron agredidas; vivían pegadas a los televisores siguiendo la evolución de los acontecimientos y con la esperanza de que los «suyos» derrotarían a los invasores. Por aquellas fechas, visitamos a un amigo palestino que estaba preso en la cárcel de Alcalá. Habitualmente cordial, en aquella ocasión resultó imposible comunicarnos con él. Rebosaba odio cada vez que escuchaba a los gigantescos B52 despegar de Torrejón para descargas muerte en cualquier población iraquí. Quienes alquilaron las furgonetas de la muerte quizá nunca visitaron el Albaicín ni habían soportado los bombardeos de Mosul pero estoy convencido de que, en sus entornos, se aviva a diario el relato de las incontables salvajadas que soportan.

Euskal Herria estuvo ampliamente representada en Barcelona el sábado 26, pero son numerosas las tareas que nos quedan pendientes. Somos complacientes con los exportadores de bombas y aceptamos que se sancione al honesto bombero que lo denunció. Aplaudimos la eficacia de los Mossos que, con gatillo ligero, resolvieron el operativo sin margen a la detención ¿eso les acredita para encabezar el cortejo?. Engrosamos una masiva marcha en la que se primó la seguridad como criterio determinante ¡qué miedo! Nos incorporamos a una denuncia fácil contra el terrorismo que miraba, casi exclusivamente, en una sola dirección.

La trayectoria internacionalista de nuestro pueblo ha sido mucho más precisa. Cuando el imperialismo se cebó contra Centroamérica, cientos de paisanas y paisanos se desplazaron a aquellas tierras para enfrentarlo. Cuando hubo que posicionarse en contra de la OTAN nos alzamos al grito de «Euskal Herria Bai, OTAN ez»; y lo hicimos con tanta fuerza que conseguimos repudiarla a pesar del padrinazgo con que contaba. Cuando los tres criminales de las Azores decidieron conquistar Oriente Medio, fuimos capaces de ocupar calles y plazas con un imponente «Gerrarik ez». Ahora está emergiendo un movimiento a favor de quienes huyen de las guerras y de las miserias. Esta sensibilidad vigorosa es la que, en otros tiempos cultivó Satur Abon y, sobre todo, la que nos perfila como pueblo solidario.

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