Alejandro Ciarra Irurita

Ir a la raíz

Todos los errores y horrores cometidos por la conducta inquisitorial de los mandamases y capitostes que hemos contemplado, han dado lugar a las reclamaciones de los pueblos de la península ibérica que no quieren seguir bajo tan mala y no deseada, además de corrupta, tutela.

«¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
 ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
» (Fco. Gómez de Quevedo, 1580-1645)



La Humanidad ha llegado hasta su hoy acumulando tantos errores y horrores –guerras, invasiones, matanzas, expolio, colonizaciones, imposiciones de regímenes– que si no nos apresuramos a enderezar tanto entuerto, el mal llegará a ser irreversible.



A los filósofos, a los científicos, cuando les surge alguna dificultad la resuelven yendo a la raíz, así que... ¿Por qué no vamos a la raíz en el caso de la península ibérica y sus pueblos?



Sí, hay que ir a la raíz, en vez de llevar «las legiones» para provocar una algarada y que todo quede en eso.



Para este territorio comprendido entre el mar Cantábrico, el Atlántico y el Mediterráneo, la verdad ancestral, profunda, genuina, es la península ibérica y sus pueblos.



Y, esos pueblos, eran muchos. Había uno en cada gran comarca natural. Eran tantos que solamente daremos una muestra: galaicos, cántabros, vascones, lacetanos, ausetanos, layetanos, astures, berones, vaceos, edetanos, ilercaones, vetones, carpetanos, celtíberos, beturios, oretanos, contestanos, turdetanos, bástulos...



Con el transcurso de los siglos, esos pueblos fueron concretándose en lo que hoy conocemos como autonomías, que no lo son pues «auto» significa por sí mismo, y, la última actuación de «las legiones», ha demostrado que son tan dependientes de los capitostes mandamases unionistas-centralistas como si no tuvieran ese nombre de autonomías: «tú tienes derechos; pero no los demandes. Tú eres libre, pero no se te ocurra ejercer, que la bandera de las flechas tiene, también, un yugo».



Los pueblos de la península ibérica, ya en el 238 a/era, padecieron a los cartagineses. Después, hasta el siglo V de la era, a los romanos, de los que hay quienes dicen que ¡vinieron a civilizar!



(Si a mí, alguien, quisiera civilizarme, le pediría que me enviara a sus científicos, a sus poetas, escritores y músicos, a sus escultores, pintores y arquitectos, a sus cocineros y bodegueros, ¡pero no a sus legiones!

).

Después de los romanos llegaron gentes del norte, que en la historia figuran como godos y visigodos.



Tras los del norte, por el sur, llegaron los árabes.



Luego empezó a llevarse a cabo la reconquista, y, enmascarada tras la reconquista, fueron perpetrando la unión forzada de los pueblos de la península ibérica entrando en juego las inicuas ambiciones de algunos monarcas como Alfonso I de Aragón quien, por su matrimonio con Urraca de Castilla (hija de Alfonso VI), se vio monarca de León y Castilla, y, como ya lo era, también, de Navarra y Aragón, debió sentir la insana ambición de poseer toda la Península y se auto nombró «el Emperador».



Algo parecido debió sucederle a Alfonso VII «el Imperados» (1105-1157), monarca de Galicia (1111) ¡a los 6 años!, de León (1126) y Castilla, quien, en 1135 se hizo coronar emperador de León, y, al verse monarca-emperador de Galicia, León y Castilla, debió sentir agigantarse su ambición y empezar a pensar ¿por qué no de toda la Península?



Estamos resumiendo y vamos, a grandes saltos, hasta el «tanto monta» de Isabel y Fernando, primeros inquisidores de la península ibérica y sus pueblos por un breve, bula o como quiera que se llamen esos papelotes, de Sixto IV, de 1478.



Estos monarcas ya poseían casi toda la península ibérica y sus pueblos, y, finalmente, con el duque de Alba y el cardenal Cisneros al frente, sus legiones entraron a sangre y fuego en navarra, sometiéndola a castillería.



Los unionistas de esa especie, llaman –con acento de reproche peyorativo– separatistas, a todo el que quiere separarse de una «unión» llevada a cabo a la fuerza, sin contar con él, sin preguntarle lo que quiere. Y, a mí me parece que, con ese mismo acento, habría que llamarles unionistas a quienes unen atropellando voluntades.



Después del tanto monta, a grandes rasgos, los pueblos ibéricos han estado bajo la corona y la pezuña de Carlos V, Felipe II (el monarca faraón, su pirámide el Escorial) y algunos otros Felipes, entre los que se encuentra el V, que ya llevó, entonces, sus legiones a Cataluña.



A finales del s. XVIII y principios del XIX, el monarca espeluznante fue Fernando VII (1784-1833), monarca desde 1808, restaurador del Fiero o Sandio Oficio llamado Inquisición.



El 11 de febrero de 1873, para sustraerse a la asfixia monárquica y ser ciudadanos en lugar de vasallos o súbditos, los hombres de los pueblos ibéricos constituyeron la I República, a la que los poderes fácticos (y ya pro-fascistas) solo dejaron que viviera un año.



A la segunda república, constituida el 14 de abril de 1931, esos mismos poderes (el cardenal Tomá escribía que: «el general (mismísimo) no hace nada sin consultarnos previamente», ¿por qué?, nos preguntamos) junto con los generales fascistas, la torpedearon y demolieron entre 1936 y 1939.



Poco después del fallecimiento del «Adefesio» (así le llamó Alberti) perpetraron una constitución, muy retrógrada con respecto a la del 31, que se llevó a cabo durante un lapso al que llamaron «transición» (?). Transitar es ir o pasar de una cosa o lugar a otra, pero, al ir o pasar de la monarquía de antes del 31 a la de después del 75 –estando de por medio las pistolas, fusiles y cañones del «sangriento enano de El Pardo» (así le llama un gran escritor levantino)– puede llamársele transición? ¡Eso es ir de Oca a Oca!



Para que esa «transición» no pareciera lo que era, trataron de prestigiarla trayendo a la Ibarruri, Alberti, Carrillo y Sénder (el autor del "Réquiem por un campesino"), y solo este último debió decirles: «Este entuerto háganlo sin mí», pues se volvió a la universidad extranjera en la que era profesor.



El entuerto consistía en que se ponía al monarca de Franco (y su descendencia) y se mantenía, más discretamente, como entre bastidores, todo el aparato franco-fascista.



Durante todos estos (para Cataluña) aciagos días, muchos interesados en mantenerlo todo así de mal como está (¿para mantener, también, su gigantesca y, para el pueblo, arruinante, corrupción?), han estado llenándose la boca con la palabra democracia, y, se tiene la impresión de que, de tanto manosearla, han olvidado su significado, quizá, no lo han sabido nunca: «demos»=pueblo, «cratos»=fuerza, poder, autoridad del pueblo, demócrata=el que quiere la autoridad del pueblo. Y, esto, debe estar en vigor para todos los pueblos permanentemente. Y, ¿donde está la autoridad del pueblo catalán? ¿Dónde está la autoridad de los demás pueblos de la península ibérica? Porque «lo otro» no es más que un rótulo, un letrerico, una etiqueta, una pegatina que, aunque tiene la «razón» de la fuerza, no tiene la fuerza de la razón.



Otra palabra con la que también se han llenado la boca ha sido «ley».



Si las costumbres hacen leyes, las malas costumbres harán malas leyes. ¿No?



Desde una considerable antigüedad hasta casi finales del siglo XIX, la ley era poder tener esclavos... ¡Y hubo que abolirla!



Cuando las cruzadas (¿cristadas?), entre 1099 y 1274, la ley era invadir Tolemaida (s. Juan de Acre), Jerusalem y otros lugares de Oriente Medio y llevar a cabo grandes matanzas y expolios. Guillaume de Tyr, arzobispo, historiador y arengador de la 3ª cruzada, escribió ¡sacando pecho!: «los cruzados entraren en Jerusalem chapoteando en la sangre, que les llegaba a los tobillos». Esa era la ley... ¡Y hubo que abolirla!, a pesar de que estaba arengada, jaleada y exaltada por los tiarados de turno y sus cardenales, obispos y arzobispos.



Cuando la Inquisición –un solo inquisidor, el de Córdoba desde 1499 a 1507, Lucero, al que el pueblo llamaba Tenebrero, hizo arder, en una catedralicia hoguera, a 107 «judaizantes»– la ley era poder denunciar y acusar a cualquiera, para descoyuntarlo y/o quemarlo vivo... ¡Y hubo que abolirla! (Llorente, clérigo, en su historia de la Inquisición, da la cifra de 350.000 víctimas documentadas).



Cuando el franco-fascismo, desde 1936 a 1975, la ley era poder encarcelar y fusilar a todo republicano, comunista o liberal... ¡y hubo que abolirla!



Todos los errores y horrores cometidos por la conducta inquisitorial de los mandamases y capitostes que hemos contemplado, han dado lugar a las reclamaciones de los pueblos de la península ibérica que no quieren seguir bajo tan mala y no deseada, además de corrupta, tutela, y, para los que la solución según mi pacífico criterio (yo no tengo legiones, yo quisiera una gran concordia mundial sin fábricas de armamento, sin ejércitos y, por lo tanto, sin guerra) sería: pen-ibe-r, siglas de Repúblicas de la PENinsula IBErica, Repúblicas de Cataluña, Galicia, Andalucía (un recuerdo para Blas Infante), Euskal Herria Zazpiak Bat y todas las demás repúblicas de la península ibérica, limpias y libres de patrañas monárquicas y eclesiástico-clericales.



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