Daniel Montañez Pico
Latinoamericanista

La colonialidad contra el referéndum catalán de 2017

Con los Reyes Católicos comienza el periodo de invasión, colonización y homogeneización religiosa y lingüística forzada de los pueblos de América y no se fue mucho más amable con la propia diversidad interna del territorio ibérico, que era mucha.

Como tantas y tantos migrantes españoles «transterrados» en México, pese al paso de los años, sigo leyendo el periódico "El País". Era el periódico que leía mi padre y siempre andaba rodando por la casa cual rastrojo de los westerns. Con sólo ver su portada me sumerjo en aquel universo del suelo de madera donde nací y yacían desperdigados los números de días pasados, aquellos que esperan un futuro mejor en el que terminen dando su vida por la justa causa de que no se manche de pintura el suelo o se llene de hollín la parrilla. Pero me he planteado cambiar esta costumbre, por su culpa cada vez sufro más de indigestión y no sé si esa mezcla de melancolía familiar con acidez gástrica sea saludable.

No hay portada que no comience con «el problema» de Venezuela y Cataluña. La persecución mediática y política es intensa y constante. Dicen que en esos lugares no existen las cosas básicas y normales como la democracia y la legalidad. En el caso de Venezuela ya sabemos que son resabios del colonialismo que nos invade junto al Capital desde hace más de 500 años en esta larga noche que recorre nuestra región latinoamericana. Pero el caso de Cataluña en nuestro contexto extraña más: ¿Cómo que se quieren independizar? ¿Por qué? ¿De veras que hablan otra lengua?

Pues resulta que el problema en ambos lados del charco tiene alrededor del mismo tiempo. El conflicto colonial interno de España es centenario, ha atravesado diversas fases y en cada región toma sus diferentes e importantes matices. Con los Reyes Católicos comienza el periodo de invasión, colonización y homogeneización religiosa y lingüística forzada de los pueblos de América y no se fue mucho más amable con la propia diversidad interna del territorio ibérico, que era mucha. Cataluña, como parte de esa diversidad, no encajaba lingüística y culturalmente con la invención de España, aquel país supuestamente homogéneo en el que impera un sistema político, una lengua y una religión comandadas desde la cultura de Castilla con capital en Madrid. De hecho, no encajaban la mayoría de los pueblos de la Península.

En Cataluña acontece un proceso muy interesante de unidad política asombrosa. Bajo las siglas de Junts pel Sí (Juntos por el Sí) se unieron en coalición electoral numerosos partidos y organizaciones sociales para generar una mayoría absoluta parlamentaria con la que convocar un referéndum de independencia, que se celebrará el día 1 de octubre de 2017, en la línea de experiencias contemporáneas como las de Montenegro, Escocia o Quebec. En el seno de esta coalición encontramos desde personajes de centro-derecha liberal como Carles Puigdemont (actual presidente de Cataluña), hasta socialistas republicanos clásicos como Oriol Junqueras (actual vicepresidente) y compañeras de trayectoria cercanas al anarquismo como Anna Gabriel (actual diputada por las CUP, única formación política que no es parte de la coalición electoral, pero sí del apoyo a la estrategia independentista). Imagínense, esto sería, traducido a México, como si se unieran el PRD, Morena y proyectos de candidatura independiente como los de Álvarez Icaza y María de Jesús Patricio (vocera del Concejo Indígena de Gobierno impulsado por el CNI y el EZLN) con el objetivo de aplastar electoralmente al PRI y convocar una constituyente para que de una vez se cumplan los Acuerdos de San Andrés y se traten de enmendar los desastres que las reformas neoliberales hicieron sobre nuestra constitución de 1917 y la realidad del país. ¿Imposible de imaginar? Pues en Cataluña está sucediendo.

Pero para el gobierno central de Madrid esto no es sinónimo de esfuerzo por la unidad política y el derecho a decidir de los pueblos. Para ellos sólo existe el pueblo español y este esfuerzo sólo es sinónimo de la dictadura de los pocos sobre los muchos. También los partidos de centro y de izquierda de la oposición titubean. El PSOE y Podemos proponen una «nación de naciones» o una «plurinacionalidad» a la boliviana, cosa que en Cataluña no termina de convencer. No vaya a ser que ese «Estado plurinacional» termine siendo el Estado español de siempre, con la diferencia de que se reconocerían plenamente a nivel estatal el resto de nacionalidades, permitiendo más extensivamente su folclore y participación dentro del inalienable seno del Estado. En definitiva: el colonialismo no es un problema reductible a lo de las izquierdas y las derechas. Para este bloque colonial españolista el pueblo catalán no es un sujeto político, dado que el único sujeto capacitado para decidir como pueblo es el español y el pueblo catalán existe sólo como pequeña diferencia étnica y folclórica dentro de la gran nación española. Cualquier parecido con muchas situaciones que viven los pueblos indígenas en nuestro continente americano es mera coincidencia.

Dos son los argumentos principales contra el referéndum. Primero, es inconstitucional, porque la constitución de 1978 dice que España es indivisible. Segundo, relacionado, es ilegal y, por lo tanto, quienes lo lleven a cabo son delincuentes. Pero tenemos que matizar que la constitución de 1978 sirvió como mediadora sociopolítica entre la dictadura de Franco y la democracia electoral, razón por la que se ha quedado bastante poco funcional para nuestro tiempo. Además, la constitución está a la misma altura que el derecho internacional y no podemos olvidar la rica tradición de esos derechos que nace de los procesos de descolonización de los pueblos y países no-alineados organizados desde la Conferencia de Bandung en 1955. Éstos ratifican la “Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos” en Argel en 1976. Sabemos que es más conocida la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” de la ONU ratificada en París en 1948, que nos protege a los seres humanos como individuos, pero la de Argel nos defiende como pueblos. La Conferencia de Argel (1973), donde se cuajó la declaración posterior, fue el mayor acontecimiento diplomático conocido en la historia, con la participación de más de 86 países y 14 movimientos de liberación nacional. Su declaración dice en la sección II, artículo 5: «Todo pueblo tiene el derecho imprescriptible e inalienable a la autodeterminación. Él determina su status político con toda libertad y sin ninguna injerencia exterior». Pero, para el bloque colonial españolista, todos esos países, comunidades y movimientos no son dignos de la categoría de pueblos y no se les puede ver, escuchar o tomar en serio, aunque conformen la amplia mayoría del mundo.

El problema es que mi padre sigue leyendo "El País".

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