Julen Elgeta Guenetxea
Presidente de HETEL, Heziketa Teknikoko Elkartea, Asociación de Centros de Formación Profesional de Iniciativa Social de Euskadi

La formación profesional con F de felicidad

No sé, pero en ocasiones las personas que nos movemos cercanas al mundo de la empresa, de los jóvenes, de la formación…, solemos tratar determinados temas desde puntos de vista exageradamente profesionales o excesivamente sesgados hacia lo que llamamos grupos de interés: competencias transversales, alta cualificación tecnológica, necesidades globales…

Durante los últimos años los indicadores de empleo registrados en Euskadi muestran, en cierta manera, una mejora y una tendencia hacia escenarios más reconfortantes. Se está haciendo, entiendo, una labor importante desde diferentes lugares para revertir la situación que se fue generando con la crisis económica. Con críticas, con desacuerdos, con diferentes opiniones en algunas ocasiones; pero también, con el ánimo y la ilusión de ofrecer a nuestra juventud contextos que les ofrezcan proyectos de vida más interesantes.

En esos análisis y debates de temas relacionados con la empresa, con el empleo, con la formación, echo de menos un aspecto, una vertiente más simple, más natural, menos técnica, que tal vez se obvie deliberadamente en ocasiones y no se estime importante o se olvide en otras pero que, en mi opinión, debemos rescatarla.

El aspecto al que me refiero es la felicidad.

La Formación Profesional, se nos olvida, pero presenta una característica demoledora, y que, como digo, suele pasar desapercibida en los análisis, además del repetido énfasis en que ofrece alternativas personales y profesionales para una diversidad de personas, con diferentes perfiles y cualificaciones, que está muy bien, por supuesto y hay que recordarlo con mucha frecuencia, y es la de hacer más felices a sus alumnos y alumnas. El sistema de FP de Euskadi, a través sobre todo de los centros de FP, proporciona a esos alumnos y alumnas momentos de satisfacción, de agradecimiento, de bienestar, de felicidad, que no lo hacen probablemente otras situaciones y ámbitos educativos o de cualquier otra naturaleza.

Alumnos/as que llegan a la FP básica sin retos, sin ambición, sin ilusión, con un mar de dudas, de frustraciones, de sinsabores y de otras carencias mucho más descarnadas, y que encuentran en el día a día de su nueva etapa formadora, nuevos alicientes, otros escenarios, un equipo de profesores y profesoras que les ayuda a plantearse, a través de la formación profesional, caminos más largos que pensar en qué voy a hacer mañana.

Es una etapa integradora que intenta cualificar a los alumnos/as en competencias profesionales pero sobre todo en capacidades personales y colectivas, que les permitan continuar con la decisión tomada de alcanzar en un futuro cercano, un lugar importante en la sociedad y en el mundo laboral. La Formación Profesional proporciona a esas personas y a sus familias una inesperada dosis de felicidad en sus vidas absolutamente gratificadora.

Alumnos/as que llegan a los ciclos formativos de grado medio después de una vida de trabajo en la que apenas han tenido tiempo para formarse, para seguir estando académicamente bien posicionados/as para el futuro. De pronto, porque la vida, el entorno, el mundo avanza rápido y sin que nos demos cuenta, uno/a se encuentra sumido en una situación personal y laboral en la que no sabía que estaba y de la que es difícil salir. Ahí está la Formación Profesional, para acompañar también a estas personas, maduras, que quieren desembarazarse del bucle en el que se encuentran y apostar, sí, a pesar de todo, por otros rumbos profesionales. La sensación, nuevamente de felicidad, que rodea a estas personas al sentir que han tomado la decisión correcta, es percibida por toda la comunidad educativa como un éxito colectivo (y del sistema de FP, claro que sí).

Alumnos/as que llegan a los ciclos formativos de grado superior que provienen de la Universidad sin encontrar lo que buscaban, o simplemente sin buscar, o habiendo encontrado lo que no buscaban, desencantados/as. Prácticamente a la semana ya están sorprendidos con las metodologías colaborativas de trabajo que se aplican en el aula y en los talleres, con los equipamientos que sí los utilizan, con los conocimientos tecnológicos a los que encuentran sentido real, con los problemas didácticamente diseñados para que los solucionen, con un planteamiento, en definitiva, que les rompe los moldes con los que se han acercado a la Formación Profesional y que les reorganiza sus esquemas mentales acerca de la empresa en la que, ahora sí, pueden visualizar su futura aportación personal. Y todo esto, por supuesto, contribuye a enriquecer un poco más el caldo de la felicidad de los jóvenes, en algunos casos desgraciadamente insípido a estas alturas.

Finalizo volviendo a la casilla de salida. La Formación Profesional es un valor social de primer nivel. ¿Verdad?

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