Juan Enrique Elua Suarez
Trabajador del Hospital de Basurto

La mayor empresa de Euskadi

En cualquier escenario y más en este de contracción económica, acertar en los fines del gasto y en los modos de administrar para optimizar el empleo de «siempre insuficientes recursos» que el Gobiernos Vasco aporta a la sanidad pública, es una obligación económica, social, política… e incluso moral.

Este imperativo no está presente en la mayor empresa de Euskadi (Osakidetza) con 33.000 trabajadores entre eventuales y fijos:

- Jefes de servicio vitalicios, sin evaluaciones periódicas, y algunos con intereses
directos en la sanidad privada.

- Médicos, supervisoras, enfermeras, fisioterapeutas… añaden a su retribución
pública otra privada por cuenta ajena, acaparando puestos y rentas.

- La autoconcertación o peonadas, supone un sobresueldo para médicos,
enfermeras, técnicos en Rx…. que la practican.

- Hace siete años se transformó el “complemento de exclusividad” (lo cobraban
los médicos que trabajaban solo en la pública) en un “plus de productividad” para todos (incluyendo así, a los que mantenían su actividad en la privada).

- No hay un término medio, en el Hospital de Basurto existe una inflación de
supervisoras, incluso, algunas haciendo guardias; mientras en el Hospital de
Cruces (por ejemplo, Reanimación) hay una supervisora que dirige un equipo
de más de 100 personas.

- En la atención primaria nos encontramos con agendas de Enfermería con
escaso contenido.

- Una jornada completa en la actividad asistencial compaginada dentro de la
misma con la enseñanza (médicos sobre todo), tiene un coste, ¿quién lo
asume? y ¿a costa de qué?

- La jubilación a la carta, supone que el médico que quiera la retrasa sin control
ni criterio alguno, salvo el suyo propio.

Alguien ha decidido que en esta empresa no existe un «conflicto de intereses» ni
«incompatibilidades», ni es necesario «rendir cuentas» ni «evaluar», ni «justificar los incentivos a los directivos», ni «reclamar auditorias» para, al menos, determinados servicios… y la representación sindical, ha comprado esta mercancía averiada, a tenor de su incapacidad o falta de voluntad para hacerle frente.

Urge revertir estas prácticas ineficientes e injustas que permiten que externalicemos aquello que no nos gusta (los ajustes) para minimizar el impacto en nuestros bolsillos; que actuemos como máquinas extractivas de lo público; que fomentemos la desigualdad, hoy por hoy, en constante crecimiento (no sólo lo hacen los mercados); que hace que el mensaje que llega a los parados, precarizados, excluidos, pensionistas… sea el de «perded toda esperanzaç.


Todo lo expuesto hasta aquí se tiene que trasladar, con propuestas, a la Mesa Sectorial de Osakidetza, pero mucho me temo que la desigualdad no es una prioridad para nuestra «flamante intersindical», como para sugerir-organizar unas «jornadas de puertas abiertas» para que los parados, pensionistas, etc. visiten los servicios más activos en peonadas, trabajos privados… y vean en vivo y en directo, cómo el contrato con la sociedad deja de ser social y pasa a ser mercantil privatizando las salidas (pensiones privadas –Itzarri–).

Mientras no se aborde esta situación, el contundente rechazo sindical a la propuesta de Osakidetza del pasado 18 de febrero, no pasará de ser más que un postureo, con grandes dosis de maximalismo para consumo interno.

Si es verdad que queremos construir una sociedad democrática y decente, necesitamos cimientos éticos y morales para enfrentarnos a la creciente fractura social desde nuestros entornos laborales y sociales.

No esperemos a mañana para iniciar lo que debemos y podemos hacer hoy y abordemos el cambio social también, desde la mayor empresa de Euskadi.

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