Jesús Valencia
Internacionalista

La tregua que nunca existió

El 9 de setiembre, Estados Unidos y la Federación Rusa acordaron una corta tregua en territorio sirio. Su duración fue breve, sus resultados efímeros y su final dramático.

Las expectativas que dicho acuerdo despertó se debían exclusivamente a los anhelos de paz que la tragedia siria suscita; los datos objetivos no daban pie a la esperanza y así sucedió. Voces del Pentágono habían cuestionado dicho acuerdo y Turki al Faisal, saudí experto en financiar mercenarios, ya lo había adelantado: «Los combates en Siria continuarán a pesar del alto al fuego». La mesa de Ginebra se asentaba sobre algunas de las muchas contradicciones que la coalición imperialista arrastra: los terroristas buenos, los calificadores descalificados y los humanistas inhumanos.

Es doctrina común en las democracias representativas que el ejercicio de la violencia es patrimonio exclusivo de los estados; según ella, quien recurre a la rebeldía armada incurre en delito de terrorismo y, si algún otro estado apoya a los insurgentes, vulnera el derecho internacional. Todo este andamiaje teórico había quedado patas arriba en Siria: la coalición reivindica sin ambigüedades su apoyo a numerosas agrupaciones de opositores armados.

Los dirigentes de dicha coalición se arrogan el derecho de clasificar a los alzados como terroristas o como luchadores por la libertad. Clasificaciones interesadas y clasificadores carentes de autoridad moral ya que son precisamente ellos, quienes más violencia derrochan y más terror generan. Por lo que se refiere a la zona en cuestión, los pretendidos clasificadores la han sembrado de armas y la han convertido en una escombrera.

De un año a esta parte, la estrategia de la Coalición hace aguas; sus patrocinados retroceden, cediendo buena parte del terreno que antes controlaban. Cada vez que sus peones se baten en retirada, no faltan voces que plantean detener la violencia apelando a razones humanitarias: garantizar a la población recursos básicos. Quienes hacen estas apelaciones, son los mismos que mantienen un severo bloqueo para que Siria no disponga ni de alimentos ni de medicinas. Quienes pulverizaron Irak, Libia y Gaza se estremecen ante los duros bombardeos que han seguido a la tregua y reclaman que Al Assad y sus aliados sean declarados enemigos de la humanidad.

En cuanto alto el fuego de septiembre, nació con demasiados boquetes. La frontera turca siguió siendo un tobogán por donde se deslizaban a tutiplén armas, mercenarios y municiones. Israel –omnipresente en toda esta agresión– continuó entrenando opositores y atacando a Siria a pesar de que el acuerdo estaba en vigor; Akram Hason, parlamentario israelí de origen druso, fue contundente «No es ningún secreto que las fuerzas armadas israelíes bombardean al ejército sirio». Veintidós de los muchos grupos armados que mantiene activos la coalición, no aceptaron la tregua y ejecutaron más de 300 ataques en cinco días.

Era el 17 de setiembre, cuando Washington, en contra de lo acordado, bombardeó durante una hora un destacamento del Ejército Nacional Sirio; el saldo fue de ochenta soldados muertos y cien heridos. Los yanquis consideraron desproporcionado trasladar el asunto al Consejo de Seguridad ya que se había tratado «de un simple error». Uno más. Como las inexistentes armas de destrucción masiva que almacenaba Saddam, los informes erróneos que aconsejaron la demolición de Libia o el lanzamiento aerotransportado de miles de armas a zonas controladas por los yihadistas.

El destacamento militar aniquilado pugnaba contra los milicianos del Ejército Islámico por el control de una localidad. Estos, tras comprobar la eliminación de sus adversarios, se instalaron rápidamente en Al Tarda. Los nuevos ocupantes pertenecían a uno de los grupos a los que la coalición se ha comprometido a neutralizar. Aquella mañana lo tenía muy fácil; fruto de la inadmisible actuación yanki, los takfiristas estaban identificados en una localidad de Der Ezzor ¿Qué harían los pilotos norteamericanos? Aparcaron sus aviones y se fueron a la cantina de la base a tomar una coca cola. Habían conseguido que el ejército sirio contara con doscientos soldados menos y que otro pedacito de Siria hubiera pasado a manos yihadistas. En cuanto a la destrucción de un convoy de camiones el 19 de septiembre, hay un cruce de acusaciones mutuas sin que nadie haya aportado hasta el momento pruebas fehacientes de lo ocurrido.

Mientras el imperialismo mantenga intacta su pretensión de controlar el Medio Oriente, fragmentar Siria y balcanizarla, intentará por todos los medios prolongar la guerra. La persistencia del Estado sirio unificado con un gobierno nacional y soberano, obstaculiza sus planes; por el contrario, las numerosas bandas a las que abastece y financia, le resultan funcionales y de gran utilidad. Rebelión publicó un interesante artículo de Guadi Calvo que –referido a la agresión capitalista– titulaba: «Siria y el perro que no la suelta». Acertada metáfora.

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