Félix Placer Ugarte
Teólogo

La Virgen Blanca de la «nova Victoria»

El rey Sancho el Sabio de Navarra, para defender sus territorios ante las progresivas conquistas de los reyes de Aragón y Castilla y asegurar su dominio y protección dentro del Reino de Navarra, concedió fueros fundacionales a diversas poblaciones alavesas; entre ellas, en el año 1181, a Gasteiz que ocupaba un emplazamiento privilegiado en medio de la Llanada desde la colina bien amurallada y protegida: «…Yo Sancho por la gracia de Dios Rey de Navarra hago esta carta de donación y confirmación a todos vosotros pobladores de la nueva Victoria…» (texto original en latín medievaI).

No duró mucho tiempo su territorialidad navarra en la «nova Victoria», ya que el rey castellano Alfonso VIII, aprovechando la ausencia de Sacho VII el Fuerte, la sitió y, a pesar de la valerosa defensa de sus habitantes durante más de un año, con su tenente Martin Ttipia, la invadió y tomó en el año 1200.

Parece ser que fue Sancho el Sabio quien introdujo en esta villa la devoción a la Virgen bajo su advocación de «Blanca», cuya imagen, según opinión de varios historiadores  –entre ellos, Venancio del Val, Ángel de Apraiz, Manuel Díaz de Arcaya, Jesús Izarra– se instaló probablemente en la antigua y románica  iglesia juradera de San Miguel, situada a sus puertas («que est ad portam villa vestre»), cuya fiesta se celebraba anualmente (según texto del Fuero). En los siglos XIV/XV, en su lugar se construyó el templo gótico actual con la misma advocación.

El nombre de Virgen Blanca no era original. Existían con este nombre varias advocaciones de la Virgen María en Navarra y en otros lugares de la península, como demuestra un documentado estudio de Angel de Apraiz, quien subraya especialmente la de Ujué, la situada en la catedral de Pamplona (Santa María de la Blanca y de los Reyes), la del monasterio de Marcilla (reedificado por Dña. Sancha, esposa de Sancho el Sabio), entre muchas anteriores y posteriores en el camino de peregrinos, que detalla en su investigación.

Posteriormente, cuando se edificó el templo vitoriano de San Miguel, la nueva imagen de la Virgen Blanca, datada por Emilio Enciso, Angel de Apraiz, Mª Lucía Lahoz en el s. XIV se emplazó en la parte este de la iglesia y luego, con su hornacina neoclásica, en el lugar actual, como consta en inscripción de su base: «Se trasladó de la espalda de la sacristía a este pilar a devoción de la cofradía y devotos de la Ciudad. Por el maestro Nicolás Aramburu en 13 de abril de 1788».

Más tarde se relacionó con esta advocación navarra la de «Virgen de las Nieves». Tal título hace referencia al legendario milagro de la nieve caída en Roma en pleno mes de agosto del s. IV para señalar el plano de la actual basílica de Santa María la Mayor, que se recuerda en la capilla de la Virgen Blanca de Vitoria. El mismo Angel de Apraiz, en su citada investigación, demuestra que nada tiene que ver dicha advocación de la «Blanca» con la de las «Nieves»; aunque asociadas y coincidentes en la fecha de su celebración del 5 de agosto en algunos lugares como Vitoria (en otros se celebra en días diferentes), concluye el historiador vitoriano, que el verdadero nombre de su Patrona es el de «Virgen Blanca».

A lo largo de los siglos se mantuvo esta advocación navarra de «Virgen Blanca» que fue arraigándose lentamente en la villa, luego ciudad por título otorgado el año 1431 por el rey Juan II de Castilla. En primer lugar fue particular patrona de algunas vecindades vitorianas como la del Arrabal y de la Correría. Su devoción creciente llevó a sus vecinos a constituirse en «Cofradía de Nuestra Señora la Virgen Blanca», promovida por el gremio de cereros, y canónicamente erigida en 1613 (en 2013 se celebró su cuarto centenario). En 1730 se extendió a toda la ciudad. Desde 1854 es patrona principal de Vitoria por decisión de su Ayuntamiento; en 1921 fue reconocida canónicamente, siendo coronada en octubre de 1954 en un acto multitudinario en la Plaza Nueva de la ciudad.

El recorrido histórico de la devoción popular a la Virgen Blanca, desde sus orígenes con Sancho el Sabio de Navarra, se encuadra en el largo periodo de la cristiandad que penetró en Europa y arraigó en Euskal Herria cuya religión primitiva, sus mitos y creencias fueron lugar y cultura donde el cristianismo se inculturó con diversas tendencias y formas. Una de sus expresiones más extendidas fue precisamente el culto a María en múltiples advocaciones y lugares, reemplazando creencias ancestrales y mitos identitarios entre los que destacaba, según mostró José Miguel de Barandiaran, el de Mari.

La «Nova Victoria» de Sancho el Sabio, caracterizada por su ya entonces arraigada religiosidad cristiana, protegida por sus iglesias amuralladas, donde el culto a los santos y, en especial, a la Madre de Dios marcaban el ritmo de su vida cotidiana, de sus fiestas y celebraciones, fue evolucionando demográfica, social, cultural y políticamente. Hasta tiempos recientes se mantuvo como sociedad religiosa y confesional en una cristiandad envolvente y socialmente referencial. Hoy Vitoria-Gasteiz es otra «nueva» ciudad: laica, con una ciudadanía plural, donde la emigración ha tenido un protagonismo muy especial y positivo en su desarrollo y progreso, que va recuperando la «lengua de los navarros», el euskera, común en los tiempos de Sancho el Sabio. Manteniendo su memoria histórica, quiere ser hoy una ciudad abierta, sin muros, acogedora, solidaria, con capacidad de decidir su futuro junto a otros herrialdes, con importantes desafíos para una integración sin desigualdades, para un desarrollo armónico como ciudad verde, con capacidad de respeto y diálogo para otras formas de religión y culturas, afianzando su identidad vasca y sus raíces que precisamente nos evoca el origen de la devoción a la Virgen Blanca.

Su advocación contiene, además de su sentido religioso tradicional y actualizado para los creyentes, un importante significado cultural, cuyo color blanco, síntesis de colores, aglutina, relaciona y amalgama la colorida sociedad de Vitoria-Gasteiz. Desea lograr una convivencia armónica, respetuosa y mutuamente enriquecedora e intercultural y también, por supuesto, reivindicativa y luchadora por erradicar formas de pobreza y marginación, por un trabajo digno para todas y todos, por viviendas sin desahucios, por la urgente vuelta a nuestra ciudad de tantos presos y presas dispersados, por el reconocimiento y reparación de todas las víctimas.

En definitiva, las fiestas de La Blanca plantean y exigen una vez más el cumplimiento y realización de todos los derechos humanos. Por este camino iremos realizando la «nova Vitoria» que la mayoría deseamos en el siglo XXI. Para los creyentes la devoción a la Virgen Blanca tiene una radical expresión evangélica en boca de María que alaba a Dios porque «desbarata los planes de los arrogantes, derriba a los potentados de sus tronos, despide vacíos a los ricos y levanta a los humildes y a los hambrientos colma de bienes».

Así serán felices fiestas de La Blanca.

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