Joan Llopis Torres

Las carabelas salieron del sur de Coruña, la virtud de María Cristina y la soberanía de Cataluña

Queda definir la soberanía que quedo huérfana con la revolución francesa al perder los reyes el poder absoluto, y con la soberanía la cabeza. Hasta hoy, la soberanía se ha ido repartiendo, y, ella misma, no sabe lo que es.

No creo que los «españoles» identificados como «reacción» (no dicha despectivamente aquí) no tengan ese «sentimiento de pertenencia» que explica la voluntad independentista de Catalunya, sino que hablamos del mismo sentimiento desde dos perspectivas distintas, sin importar las históricas –no importa una etiología cuando el término tiene significado y uso corriente–; la idea de independentismo es aleatoria y circunstancial y, por el mal uso del término, la confusión está servida y es evidente, el nombre hace y debe hacer a la «cosa», hay que fijar pues «el hecho catalán» sin añadidos, aun siendo conocidos, o por ello, innecesarios (la Historia siempre es falsa y su uso injustificado para explicar nada). Tampoco las razones económicas importan o no deberían importar para explicar y definir finalmente los términos (qué importa ser rico o pobre). Lo importante es que hay comunidades que se sienten identificadas consigo mismas y quieren vivir en esa identidad que no pretenden sea exclusiva ni excluyente, ni «separatista» (de lo que son falsamente acusadas) sino identitaria (los hechos también conforman el lenguaje, y el adjetivo está en el diccionario).
 
El hecho es que, en una realidad de (hoy, y por ello también causal y casual, por un azar que hubiera podido determinar otra situación, léase Portugal o el norte de los pirineos; Gibraltar, en otro sentido) comunidades autónomas, Galicia, País Vasco y Cataluña, tienen en amplios sectores de su población muy arraigado ese sentimiento de identidad nacional (los interrogantes que no mencionamos, pudieran ser una muestra de respeto a los ciudadanos de esas comunidades que no comparten ese sentimiento, o lo hacen a la vez compartido con el nacional español, pero eso es obviamente falso en esta nomenclatura: no se es aficionado del Real Madrid, y dos domingos al año del «Depor», como no se tienen dos madres o, lo dicho, dos naciones en el sentido de patria. 
No se tienen dos identidades («son» del Real Madrid –como se es del Barça, sin duda– por una sola razón: porque ganan (es así de sencillo); y porque aquellos quieren ser ganadores como los niños, esa es la educación que les damos (ganan en todas las acepciones: con un Estado y una democracia mal formulados desde antes y después de la constitución de 1978, sin olvidar que todas las burguesías son iguales en todas partes, esa es su identidad (al igual que la identidad de las oligarquías), y su único interés es mantener el beneficio propio (sus prerrogativas), sea legítimo o corrupto, incluso cumpliendo las leyes hechas por ellos mismos. La transición nos ha llevado al mismo sitio de salida. El desastre institucional y social que vivimos lo explican claramente. Las generaciones futuras pagarán esa mentira explicada como un modelo a seguir. El «independentismo» no quiere separarse, quiere «su identidad» no cedida ni subrogada por quienes tienen el poder «central», quieren determinarse con su derecho a hacerlo sin permiso de nadie, quieren «autodeterminarse»; no quieren sentirse «conllevados» ni se sienten definidos por Menéndez y Pelayo. Una identidad, si hay dos, destruye, subroga y lleva a la otra al folclore, el franquismo lo intentó en el mayor grado posible de exterminio, con sangre en las calles, no nos engañemos. El español, el castellano (como concepto político) quiere destruir a lo que no lo identifica a sí mismo y quiere hacerlo en toda la geografía peninsular, Canarias y Baleares.

Si no lo hace en algún período histórico es por su debilidad (la democracia, aunque muy deficiente, les fue arrancada en el perenne conflicto de soberanías, cuando ellos creen, aún hoy, les pertenece por derechos históricos, militares, genealógicos, financieros, culturales y dominio de las estructuras e instituciones del Estado que endogámicamente controlan. Criminalizan falsamente a todos aquellos que con derecho (el que decide lo que los padres quieren legar a sus hijos) quieren determinar su futuro acusándolos de los que ellos han hecho y siguen haciendo: excluir y eliminar (lengua, tradiciones y costumbres, democracia y derechos), mixtificando de español todo lo sobornable, qué importa si Recaredo fue arriano o cristiano.

¿Acaso terminó la Edad Media con la conquista de Granada? Cuándo empieza la Historia de España dejando atrás la historia de la península. ¿Qué es España? ¿Dónde radica su soberanía? Se equivocan aquellos que dicen que España no se ocupó de definirse como nación ocupada en el Imperio. Qué fue la metrópolis sino Madrid, siempre Madrid (como concepto político, otra vez). Madrid es hoy España y no hay otra, y las provincias (las comunidades autónomas) su imperio. Ese es el sustrato. No renuncian a la pérdida de su imperio, lo han sustituido por otro, somos colonias, y las colonias solo adquieren la autodeterminación por su sentimiento de nación. Sólo con la debilidad de la Metrópolis se conquista esa libertad, no hay otra manera, sin atender a razones, ni históricas ni económicas ni de ningún otro tipo. La democracia no la trajeron «ellos», aceptamos que se la arrogaran con una constitución y una transición a su medida, pero el bipartidismo de Cánovas, la Restauración de Cánovas, el centralismo de Cánovas y la Constitución de 1978 están en cuestión, como está en cuestión si María Cristina guardó el coño.

Queda definir la soberanía que quedo huérfana con la revolución francesa al perder los reyes el poder absoluto, y con la soberanía la cabeza. Hasta hoy, la soberanía se ha ido repartiendo, y, ella misma, no sabe lo que es: cuando no ha sido nacional, ha pertenecido al pueblo (articulada ahora mediante partidos que solo se representan a sí mismos y a quienes les financian, con una jefatura del Estado, por lo sabido, mediadora a comisión de todas las oligarquías) aceptando la «oposición» (los que han roto el bipartidismo, incluyendo a partidos que figuran como tales, pero no aportan nada nuevo) las reglas establecidas por la constitución, el reglamento del Parlamento (el Senado no sirve para nada, sino para más que mantener a políticos fuera de juego pero en nómina). En las Cortes constituyentes de Cádiz, como hoy en día, se reñía a los diputados que se decían «de» donde habían sido elegidos, para reconvenirlos a ser «por» tal o cual circunscripción, pero que eran diputados españoles (para toda España) no trataran de representar a su lugar de elección u origen, sino a los intereses generales (de España). O precisemos que la definición está clara en la Constitución, pero articulada y mediatizada (otra vez) en la misma Constitución, de tal manera que pierde todo su significado: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado».

No dice: «La soberanía nacional reside en el pueblo español y de ahí no emana ‘nada’ para ‘nadie más’ que para el mismo pueblo español, y no se da en usufructo ni a los poderes del Estado ni a la misma Constitución ni a la Corona, y además el pueblo español se encargará de todo lo que se tenga que encargar, como ha hecho siempre, por otra parte, cuando ha hecho falta; y, para que quede más claro: el pueblo español es soberano absoluto, y fuera de la Constitución articulará, como decida, la forma de Estado y cual sea la misión de las Fuerzas Armadas, y lo que le dé la gana articular», porque una vez los poderes del Estado se atribuyen la soberanía, lo que tenemos es una «soberanía de los poderes del Estado». Para seguir después: «La forma política del Estado es la Monarquía parlamentaria», y, «Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional». Dice «garantizar la soberanía de España» (de España). No dice «Garantizar la soberanía de los españoles» (incluidos los gallegos, vascos y catalanes), eso no lo dice.

El pueblo español ha perdido la soberanía que reside ahora, claramente, en la Constitución, (a la que recurren «los poderes del Estado» a quienes han emanado «todos los poderes soberanos» desde aquélla soberanía del pueblo español ya olvidada) que se redactó en circunstancias en las que el pueblo español no tenía soberanía ninguna, no nos engañemos, y votó en circunstancias históricas hijas de una dictadura larga y durísima (hoy todavía con las víctimas de la guerra civil y asesinados, pues no hay otro nombre para ellos, enterrados en las cunetas, sigamos sin mentirnos) que gobernó para una sola España, la de la religión católica, los militares y las oligarquías que le dieron su apoyo interesado (apoyándose a sí mismas con una generosidad de ida y vuelta), como hoy se lo dan a la monarquía parlamentaria y a esta democracia constitucional en la que el pueblo español está de oyente (sigue sin sentarse a la mesa caricaturizada entonces con el cura, el maestro, el guardia civil y el boticario jugando al dominó) para votar cuando le dejan, que no es el caso de Catalunya, sin querer confundir a los que en nombre de de la libertad a decidir apoyan que se vote, con los independentistas que quieren que Catalunya tenga la oportunidad de ser ella misma con sus tradiciones, su historia (común con la de España aunque frecuentemente en bandos distintos y siempre perdedora), sus costumbres, una vida que se perdió con la pérdida del cultivo de los campos, la pesca tradicional y tantos oficios y labores con sus nombres olvidados (no vivamos, Luis Cernuda, donde habita el olvido) Cataluña quiere recuperar una Historia perdida que nunca ya será posible, pero, aún así, merece esa oportunidad o, cuando menos, merece ser oída en esas urnas que he querido explicar y, aunque mal, quienes no lo permiten.

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