Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Las cucarachas

La obra fue escrita en pleno triunfo del fascismo alemán y como recusación del mismo. Ahora esas moscas ya no vuelan. Se han convertido en cucarachas que en la noche de la razón salen tumultuosas desde debajo de las alfombras de las leyes que las protegen.

Preferiría haber encabezado este papel con el título sartriano de “Las moscas”, pero hay dos razones para no provechar ese hermosa referencia: la grandeza del escritor francés, que ha de ser respetada y no ponerla al servicio de mi pequeñez, y la realidad política y miserable que nos asfixia, que no pasa de la degradación de las cucarachas, en cuya cohabitación se consume hora a hora nuestra realidad sin posibilidad de vuelo alguno aunque se trate, como el de las moscas, de un vuelo repugnante. De cualquier forma vale una cita de “Las Moscas” para explicar lo que quiero decir en mi referencia a la obra sartriana. Vayamos a la escena octava del II Cuadro de “Las moscas”:

Electra.-¡Ahí están! ¿De dónde vienen? Cuelgan del techo como racimos de uvas negras y son ellas las que oscurecen las paredes; se deslizan entre las luces y mis ojos y son sus sombras las que me hurtan tu rostro.

Orestes.- Las moscas…

Electra.- ¡Escucha! Escucha el ruido de sus alas, semejantes al ronquido de una forja. Nos rodean, Orestes. Nos espían, dentro de un instante caerán sobre nosotros y sentiré mil patas pegajosas sobre mi cuerpo ¿Dónde huir, Orestes? Se hinchan, se hinchan, ya son grandes como abejas, nos seguirán por todas partes en espesos remolinos ¡Horror! Veo sus ojos, sus millones de ojos que nos miran.

La obra fue escrita en pleno triunfo del fascismo alemán y como recusación del mismo. Ahora esas moscas ya no vuelan. Se han convertido en cucarachas que en la noche de la razón salen tumultuosas desde debajo de las alfombras de las leyes que las protegen, de los entresijos del viejo mobiliario institucional en busca de la basura que esparcen los gobiernos, buscando algo inconcreto con que calmar su hambre ansiosa, su horrible pretensión de un poder bastardo que se multiplique en la oscuridad. Son bichos espantosos, informes y descarados que proceden con ladina concordancia en su aniquilación de lo claro y honesto porque nadie enciende la luz que los disperse. Son conniventes con todo lo que pudre el orden físico y moral. A ellos podría aplicarse el mito griego sobre la Edad del Hierro que recuerda Erich Fromm en el inicio de su obra acerca de la destructividad humana: «A medida que pasan las generaciones se vuelven peores. Vendrá un tiempo que serán tan malvados (y en ello parece que estamos) que adorarán el poder; la potencia será su razón y dejarán de reverenciar cualquier bien. Finalmente, cuando nadie se indigne ante el mal, ni se avergüence en presencia de lo miserable (repito, y en ello parece que estamos) Zeus los destruirá (en esto no parece que estemos ahora). Pero antes podría hacerse algo si la gente del común se alzara y debelara a los gobernantes que la oprimen». Subrayemos: alzarse. Contra lo deletéreo ¿Acaso eso es injusto? Cuando medito sobre lo que nos pasa y en ello transigimos, busco el hueco de lectura en que encontré este puñado de líneas escritas por el zoólogo holandés Nikoolas Tinbergen: «El hombre es semejante a muchas especies de animales en que pelea contra su propia especie. Pero por otra parte, entre los millares de especies que pelean, es la única en que la lucha es destructora. El hombre es la única especie que asesina en masa, el único que no se adapta a su propia sociedad».

Hace muy poco seguí la comparecencia de Luis Bárcenas ante la comisión parlamentaria que investiga su participación en los sucesos que han hecho del Partido Popular una máquina de corrupciones. Nunca había presenciado un desprecio tal del compareciente hacia los parlamentarios que trataban de determinar el alcance de tan deplorables hechos. El Bárcenas que había admitido anteriormente y ante los jueces esas corrupciones absolutamente desarbolantes de la moral pública giró ciento ochenta grados su posición de denuncia para convertir su comparecencia ante la comisión parlamentaria en una ignominiosa adhesión al Sr. Rajoy manifestada, además, con menosprecio lujurioso hacia la diputación que le interrogaba. Insultó a los parlamentarios, les negó todo diálogo y estiró repetidamente las comisuras de los labios en un gesto vil de desdén hacia quienes protagonizaban la presunta soberanía nacional. El parlamentarismo había muerto una vez más en la gusanera política española y, ya ausente la luz, las cucarachas siguieron corriendo ciegas y ahítas en el salón del Congreso inexistente. En la Moncloa un frígido caballero –el del «Se fuerte, Luis. Mañana te llamaré»– seguía azuzando a los malditos ortópteros que el régimen franquista había dejado en las cavidades apolilladas de las instituciones.

Las cucarachas. En el trascurso de un tiempo muy breve dos ministros –el de Justicia y el de Hacienda– han sido reprobados por el Congreso y siguen sin embargo en sus cargos porque su vida la reciben del presidente del Gobierno y no de la soberanía nacional expresada mayoritariamente en la cámara de diputados. La luz sigue apagada y cientos de incursos en manipulaciones políticas, judiciales, económicas y tributarias siguen correteando por la oscuridad del país. Nadie desde el poder ejecutivo trata de rendirse a una evidencia: que la salubridad moral de la sociedad es la primera e irrenunciable obligación política de un gobierno. No puede nadie telegrafiar al ministro como hizo un gobernador civil de Toledo en los años veinte: «Se anuncia una aurora boreal; preciso instrucciones». Pese a la moral escurridiza de aquella monarquía el ministro respondió sobre la marcha: «Cuando sobreviene una aurora boreal hay que cambiar al gobernador civil». El gobierno nunca puede alegar ignorancia, porque cuando el gobierno alega oscuridad para declararse inocente las cucarachas hacen su agosto. La cuestión estriba en que alguien ha de hacerse cargo del exterminio de las cucarachas y no limitarse a apagar la luz en el parlamento para ignorar a los asquerosos bichos que utilizan la noche al parecer perpetua para entrar en la cocina del país. ¿Entiende esto la Moncloa? No parece, si uno de dedica a contar y recontar las cucarachas que todo lo invaden.

Hay incluso dirigentes del PP que hablan de la deuda que España tiene con el Sr.Montoro por haber sacado al país de dos situaciones muy comprometidas: la de evitar el rescate de la banca española por el Banco Central Europeo haciendo ese rescate con fondos presupuestarios españoles y la de haber instrumentado una amnistía fiscal que nada beneficia y que, por el contrario, adiestra en los trásfugas de la divisa el camino para repetir ese  colosal negocio que demuestra que siempre es más barato una multa o reintegro tributario protegido que cumplir honestamente con hacienda en el momento de la tributación. Pues veamos con luz ambas jugadas maestras: rescatar bancos desde los propios presupuestos equivale a comprometer a los españoles con un gasto que está obligado a soportar sin garantía de devolución –ahí están las cantidades sin devolver por la banca nacional–, mientras proceder al rescate desde el Banco Central Europeo compromete a toda Europa en un préstamo que hay que devolver por exigencia de los mercados, pero que es debatible en largas negociaciones sin afectar ruinosamente al presupuesto nacional. Respecto a la amnistía fiscal está todo dicho. Ahora bien, con la luz apagada las cucarachas aumentan su rancho diversificándolo, como demuestra que la deuda exterior de España –suma de recursos obtenidos por el Estado, grandes empresas y diversos poderes públicos en los mercados exteriores de capital– alcanza ya la impagable amortización de un billón novecientos mil millones de euros, es decir, el 174% por ciento del producto interior bruto español, que supone además un aumento de cien mil millones sobre el trimestre anterior. Habrá que recusar también al ministro de Economía. Pero no encendamos la luz para espantar a las cucarachas, que al parecer son las tiernas mascotas del Gobierno.

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