Francisco Burguete

Lengua e identidad desde la diáspora

Sostener que la lengua es neutra e inocente pero no así su contexto social, es decir, las condiciones que le permiten ser en cuanto lenguaje, resulta contradictorio, o al menos irrelevante, ya que el fenómeno lingüístico nunca aparece como objeto aislado sino como un complejo de interacciones socioculturales.

Esta reflexión y los comentarios que siguen son producto de la lectura de dos artículos sobre identidad lingüística del Sr. Víctor Moreno.

Las tres lenguas habladas en Euskal Herria tienen su existencia dada en un contexto social, cultural e histórico concreto. No son tres marcas diferentes pero equivalentes de ropa interior. Su aprendizaje y uso suponen muy diferentes y complejos procesos sociales. En Euskal Herria, hoy, elegir (o no) hablar euskara, y no francés o castellano, conlleva una toma de posición tanto en lo social, cultural, laboral, ético, político, y hasta familiar, pues en todos estos planos tal decisión acarreará consecuencias palpables.

Ver una relación mecánica entre lengua e identidad individual es desde luego un despropósito pero no ver en la lengua uno de los más importantes factores en el largo y siempre inacabado proceso de formación de una identidad social, llámese esta pueblo, nación, etnia o como se quiera, es otro grave error, y raramente casual e inocente. Y no lo es porque entre los varios factores que concurren en lo que el Sr. Moreno llama la «metafísica del big-bang, es decir, del ser y sus circunstancias», está no solo lo que hacemos, sino también lo que el poder nos prohibe hacer o nos obliga a hacer. La lengua dominante suelen ser la lengua de los dominadores, los que ejercen el poder político, mediático, policial y militar. No somos seres ideales con incontaminada capacidad de elección a cada instante.

Desde la diáspora vasca latinoamericana somos dolorosamente conscientes del gigantesco genocidio cultural perpetrado por las potencias coloniales europeas y sus herederos criollos aquí y en especial del peculiar encarnizamiento contra las lenguas indígenas. Decir de estas, que se extinguieron, es un obsceno eufemismo. Fueron extinguidas a sangre y fuego, no murieron de muerte natural.

Tratemos de aplicar aquí las tajantes afirmaciones del Sr. Moreno. ¿Deberemos creer que, los azotes que recibían los indígenas por el uso de su lengua, y otros desprecios y abusos que llegaban hasta la eliminación física, constituían simplemente un error, pues esta, su lengua en vías de ser extinguida, era neutra e inocente, y no tenía nada que ver con su identidad?

No lo creemos. En el largo y aun persistente proceso de aniquilamiento de las culturas originarias americanas tanto los opresores como los oprimidos tenían y tienen razón en asignarle importancia al lenguaje. Quitarle la lengua a un pueblo es quitarle mucho. Así mismo lo sentían, tanto los edecanes culturales del franquismo como los niños vascos que eran castigados por hablar euskara en la escuela. Y creo que así también lo siente tanto el que entra a un bar y dice «garagardo bat, mesedez» como el que le responde «no me hables en swahili». No hay inocentes en un proceso de sustitución de una lengua por otra. Los que quieran negarle todo vínculo identitario a las lenguas amenazadas y verlas como imparciales opciones lingüísticas equiparables a las lenguas dominantes, estarán por supuesto en todo su derecho de hacerlo, pero no esperen aplausos de este lado.

¿Se puede explicar la singularidad cultural vasca sin el euskara? Pensamos que no. Obviamente no creemos que ninguna lengua pueda crear una realidad pero, por el contrario, afirmamos que toda lengua es reflejo y obra de una realidad, de un devenir histórico y de una evolución cultural. El lenguaje de alguna forma sistematiza, a través de un provechosamente inestable consenso, una forma de ver el mundo. Más o menos símil o disímil de otras, pero ineludiblemente específica, y forjadora de una identidad social.

¿Como restarle importancia a esto sin deslizarse hacia el etnocentrismo, que frecuentemente tolera, «comprende», o directamente preludia la discriminación contra las lenguas minoritarias, y que caracteriza a los grandes estados nacionales? Como decía Martí, la contradicción no es entre la barbarie y la civilización sino entre la naturaleza y la falsa ilustración. El euskara es un ingrediente natural y esencial de la identidad cultural vasca. Pretender que se trata solo de una opción idiomática equivalente a la lengua dominante, y que no guarda relación alguna con lo identitario nos parece insostenible.

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