Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Los estafadores

Analicemos ante todo esta híspida propuesta de estafa –liberando al término de su ordinario empleo en el lenguaje comercial– que han lanzado al viento los Sres. Rajoy, Sánchez y Rivera, como principales dirigentes antidemocráticos de esta pobre España huérfana de la Ilustración.

Empecemos por las definiciones de ciertos vocablos y las múltiples interpretaciones que pueden tener, porque hoy vamos a examinar lo que constituirá a mi parecer una fenomenal estafa si alcanza a realizarse el proyecto final del Gobierno de Madrid para amortizar una vez más a Catalunya. Una estafa en este caso ideológica urdida por la casi totalidad del mundo político español contra Catalunya si el Govern de la Generalitat acepta lo que se le ofrece arteramente desde Madrid.

Pues analicemos ante todo esta híspida propuesta de estafa –liberando al término de su ordinario empleo en el lenguaje comercial– que han lanzado al viento los Sres. Rajoy, Sánchez y Rivera, como principales dirigentes antidemocráticos de esta pobre España huérfana de la Ilustración.

Estafa.- «Cometen estafa los que con ánimo de lucro utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciéndole a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno» (Código Penal)

Lucro.- «Ganancia o provecho que se saca de una cosa» (Real Academia de la Lengua Española)

Engaño.- «Falta de verdad en lo que se dice, propone o piensa» (RAE)

Todos los términos tienen una aplicación moral y no sólo sirven en el ámbito económico como sería la estafa en su entendimiento vulgar: puede haber estafa en las ideas, en el gobierno, en las promesas sociales, en las ofertas políticas… Estafa, igual a engaño.

Pero antes de meternos en harina les relataré una historia en que estuve presente y con una sustancial participación, lo que me proporcionó una rotunda certeza de la indignidad con que se procede repetidamente en la política de España, lo que ha producido su permanente menosprecio en los círculos del pensamiento.

Hace muchos años, aún caliente el cuerpo del Genocida, nos reunimos en «Pa i Trago», una popular casa de comidas situada en el Mercado de los Encantes barcelonés, cinco personas: Múgica Herzog y Nicolás Redondo (padre) por el PSOE, y Juan Raventós y yo por el Moviment Socialista de Catalunya, más el anfitrión cuyo nombre no estoy autorizado a dar.

Materia del encuentro: ver si el Movimiento Socialista de Raventós se integraría en el PSOE –poco después PSC, absorbido políticamente por el socialismo español– a fin de unir fuerzas autoproclamadas socialistas. Raventós aceptó esta integración al cabo de un corto tiempo –lo recompensó Felipe González haciéndole embajador de España en París; Raventós era un hombre honrado que no se movía por dinero, que ya poseía en abundancia–. El caso es que yo me fui de su formación por considerar que podíamos incurrir en una estafa política a nuestros afiliados dado el fondo ideológico del PSOE aprehensor que a su vez ya había transitado hacia el SPD mediante su entrega político-social al Sistema capitalista. Felipe González había sido en España, aunque sin categoría intelectual, el Ebert alemán que destruyó a cañonazos la izquierda que decía representar el SPD.

Cuento esta historia de una estafa más de los socialistas porque estamos a la puerta de otra mayúscula estafa, que será sonora, parte de la socialdemocracia que encabeza el Sr. Sánchez respecto a la cuestión catalana.

Al salir de «Pa i Trago» Múgica me retrasó un poco del grupo para asegurarme que cuando llegara el momento de las autonomías el PSOE las amortizaría con centralizaciones enérgicas. Esta revelación estimuló, creo, mi actuación política que, pese a su irrelevancia, estaba anclada en la concepción de reducir el creciente volumen de los Estados para acercar el poder al espacio más democrático de las naciones. Yo, antisistema desde mis pasos universitarios, creía y creo crecientemente en que toda suerte de globalizaciones anestesia el poder popular y recrece la servidumbre del pueblo y de las ciudadanías nacionales. Imbuido de esa creencia hablé después con Raventós para darle cuenta de lo que me había casi susurrado Múgica y al ver que Raventós no hacía el menor caso en torno a la apertura del debate en mi partido sobre tal afirmación, me fui de él hasta que llegó el momento de adherirme a otra formación con horizonte popular más definido.

He escrito lo anterior, que está muy vivo en mi memoria, porque me temo sobre la rebelión catalana en marcha que acontezca una nueva estafa en que operen de consuno la ultraderecha «popular», la izquierda impopular y ese chico que porta la cesta para que los dirigentes del Sistema pongan sus huevos juntos. La estafa tiene ya un diseño tan claro como infantil, protagonizada por niños que solamente deletrean y por adultos que no leen. Decir que si el Govern de la Generalitat retira la decisión de sacar las urnas a la calle Madrid aprontará un diálogo capaz de robustecer la autonomía catalana y su valor constitucional representa un engaño tan elemental como hiriente. El diálogo con un poder coactivo solamente vale para solemnizar el poder de ese poder. Y añadiré seguidamente el porqué pienso de tal forma, que avala mi experiencia personal o histórica de lo que suele hacer España cuando se le tiende la mano abierta y que me parece perfectamente definido en esta frase de Deleuze: «El sistema en que vivimos no puede soportar nada, de ahí su fragilidad radical en cada punto, al mismo tiempo que su fuerza de represión global». Un diálogo del Govern de la Generalitat con el poder español en la situación actual únicamente conduce al desarme moral y emocional de una ciudadanía que ha decido ejercer su voluntad desde una calle que proclama nada menos que la necesidad de otras leyes. A los catalanes no se les puede ofrecer que esperen tres meses tras la renuncia a su noble sueño de independencia para que Madrid ponga una mesa de supuestos progresos políticos, pero en la que todos los platos contienen un «no» final a lo que ha decidido lograr la nación catalana. Después de esos tres meses vendrá una comisión fatigada e inerte, un debate que tiene ganado de antemano el parlamento español y que finalizará con un retoque constitucional en cuyo fondo volverá a latir la falsedad de otra contaminada transición que me brindaba Mújica Herzog como un triunfo del poder absoluto del Sistema. Un diálogo así se abre y se cierra con las llaves de la rendición de Breda.

A la altura en que se desenvuelve la dominación imperante –que solamente pretende perpetuarse– pensar en una noble igualdad entre los debatientes es hundirse en una ingenuidad infantil o abrir la puerta a acomodaciones de las que no quiero siquiera hablar. Esto lo han reconocido hasta las instituciones católicas de Catalunya, que han apelado a la sacralidad del ejercicio de la libertad frente a las confusas y torcidas leyes de quienes pretenden mantener en su poder las puertas de la granja orwelliana.

La ciudadanía de Catalunya está en la calle frente a deslealtades protagonizadas por unos cuantos intelectuales que aspiran a una difícil personalidad universal y enfrentada también a unos cuantos manipuladores de la riqueza global de la que quieren participar convirtiendo el alma de su pueblo en mercancía. A esos críticos de la libertad básica para «ser» les diré, con Foucault, que las leyes que les apoyan mediante la acción judicial y el poder policial que ejecuta las correspondientes decisiones «no tienen otra función que dividir a las masas» y convertir al Estado en instrumento  de clase para impedir que una nación lo sea. Ante tal hecho he añadir que cualquier ataque a una libertad básica, sea donde sea, hace que yo tampoco sea libre. No soy sedicioso y me produce dolor que me hagan.

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