Josemari Lorenzo Espinosa
Escritor e historiador

Los señores de la sangre

Un año más las fiestas (?) de Bilbao repiten alguno de sus esperpentos favoritos. Demasiada suciedad. Demasiado alcohol. Demasiado ruido y estruendo. Demasiado machismo. Y, cómo no, demasiada tortura de animales vivos. De la ingesta de cadáveres mejor no hablar.

Pero este año, los torerófilos pro-españoles no las tienen bien amarradas. Temen las buenas intenciones de los grupos antitaurinos de la ciudad. Y temen, sobre todo, que se les acabe el negocio de la tortura española. Por excelencia, cultura y tradición. La matanza de toros.  

Los torerófilos se agrupan en medios poderosos, como El Correo Español. Que dedica, cada día de matanza pública, unas seis o siete páginas a vender su deporte favorito: torturar y matar inofensivos herbívoros. Entre pasodobles, olés y rojigualdas. Tratando de vestirlo de «arte y cultura». Y pretendiendo estrafalariamente vestir de rojo y gualdo la Aste Nagusia. Para vender su españolidad derrotada.
 
Hace unos días, Iñaki Uriarte criticaba muy acertadamente el sonrojante papelón de Donostia. En este asunto de sádicos. Capital de la cultura, nada menos. Qué vergüenza. Pretender colar la música, el arte, el cine, el euskera, el paisaje, las playas, la pintura etc. en el mismo paquete de una bochornosa carnicería. Que horroriza a tantos donostiarras. Hasta el punto que el escurridizo alkate jauna peneuvero, experto en regates, se disculpó de su ausencia en la tortura pública, con un «Tengo que hacer otras cosas…»
 
Hoy en las Eusko Jaiak no solo echamos en falta a los presos. También a los toros sacrificados a la diosa del sadismo. La patrona de los psicópatas torerófilos. La gran España de Cagancho y Manolete. Y nos sobran los colaboradores del sangriento entretenimiento. Entre ellos los venerables jelkides, vergüenza del nacionalismo. Entregados a las ordenanzas nacionales de España. Colaboradores y agradecidos constitucionales. De los cuales Uriarte daba buena cuenta. Empezando por Ardanza, y llegando hasta Urkullu.
 
Este año, los torerófilos y los empresarios taurinos, ganaderos y representantes incluidos, además de apretar el ambiente con el lobby de Vocento, han contratado a ese esperpento político llamado Juan Carlos I. Que todavía sigue cobrando del erario. Y lo han trasladado a la matanza de Donostia. Y ahora lo traen a Bilbao. ¡Son tan torpes! No podían hacer mejor favor a los antitaurinos. Que cada vez somos mas. Y ahora, con el abotargao en el coso, haciendo propaganda y afición, aplaudiendo a los picadores, banderilleros y espadachines… seguro que aumentarán. Un final real y digno de toda su trayectoria anterior.
 
Lo que representa el anciano rey. Lo que se exhibe y se jalea, por los partidarios del cruel adefesio, son cuarenta años de lamentable dictado. Haciendo lo que le mandaban hacer. Y leyendo lo que le mandaban leer. Todo incluido en el presupuesto del Estado. Y hoy, en plena decrepitud, haciendo bolos y viajando a donde le digan. Y le paguen. En defensa de la españolidad torerófila. Como un rey de la sangre. Que siempre lo ha dado todo.

El bastión político bilbaino es muy duro. El PNV. O sea, el colaboracionismo español de derechas lo ha controlado hasta hoy. Pero los tiempos amenazan. Y la pérdida del ruedo torturador, en Bilbao, podía ser la premisa de otras pérdidas mayores. Por eso le conviene, al partido de Sota, no perder las tradiciones. Dejar las cosas como están. Arrastre y mulillas. Y mandar a sus alcaldes a bendecir el sanguinolento espectáculo. Donde siempre han aplaudido a reyes y toreros. Los señores de la sangre. Para que nada cambie. Para seguir gobernando. Entre vivas, olés y pasodobles. Por un Bilbao torerófilo.

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