Salbatore Bergara

Me encanta el sonido de las Roller por la mañana

La gente se queja del turismo pero, la verdad es que proporciona trabajo, muchas horas de faena. Y felicidad. Ayer mismo, a mi amiga Maite, que es camarera, le dijeron que estaba más buena que los pintxos que vende en el bar (ojo que los pintxos de su bar se consideran micrococina de autor). Se quedó encantada del comentario.

Me encanta el sonido de las Roller por la mañana surcando las calles de mi ciudad, me pone en marcha. Ese sonido como de traqueteo del tren que evoca gente que transita hacia las estaciones o al centro de la ciudad. Personas que vuelven a sus casas aliviadas de que se acaben las vacaciones, y otras que llegan con la ilusión de ver y descubrir algo nuevo.

La gente se queja del turismo pero, la verdad es que proporciona trabajo, muchas horas de faena. Y felicidad. Ayer mismo, a mi amiga Maite, que es camarera, le dijeron que estaba más buena que los pintxos que vende en el bar (ojo que los pintxos de su bar se consideran micrococina de autor). Se quedó encantada del comentario y también de las sucias miradas sin pudor de los hombres al otro lado de la barra. Bueno, más que deseada se siente asqueada pero no se de qué se queja, tiene trabajo y gana dinero. Vale que su jefe no cotiza por ella, que lleva trece días sin librar pero lo que se lleva en propinas y piropos también debería contar.

Txema aloja a guiris en pisos turísticos. Se ocupa de doce apartamentos concentrados en el centro de la ciudad. Siempre que le veo Txema lleva el teléfono pegado a la oreja: entradas, salidas, algún problema con las llaves o con el mando de la tele le roban su tiempo. Los pisos no son suyos, él es un mandado, pero es quien tiene que dar la cara ante las quejas de los vecinos por el constante trasiego de personas. Dicen los vecinos que los pisos son ilegales que incumplen la ordenanza municipal. Qué sabrán ellos. Mientras tanto, Txema, que cobra en negro, sigue echando currículums de lo suyo a ver si hay suerte, le sale algo y encuentra algo estable con horario definido.

Creo que algún gurú decía que él no se sentía turista, que por el contrario él era un viajero. Alguien abierto a sumergirse en una realidad distinta, con la mente abierta, sin prejuicios. Alguien que aprecia el cambio y la idiosincrasia de las personas nativas y procura no alterar sus costumbres ni sus vidas.

No nos engañemos, no somos viajeros, más bien somos viajantes que acarrean su muestrario de desdichas y anhelos allá por donde vamos. Viajantes que reproducimos nuestra aburrida cotidianidad constantemente y en todo lugar. Y pretendemos que en vacaciones tengamos los medios para seguir con las rutinas adquiridas y que el medio se adapte a nuestra inercia vital porque de lo contrario estamos perdidos. Así que transformamos la ciudad uniformizamos su centro, expulsamos a sus habitantes, precarizamos los empleos y, despersonalizándolo todo, convertimos la experiencia de salir de nuestro entorno en un déja vù , en una absurda repetición de sucesos en los que lo único que cambia –a veces ni siquiera eso– es el huso horario.

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