Arturo Puente
Periodista

Nuestro proceso constituyente

Buenas noticias. Las mayorías están cambiando en el Estado español. El bipartidismo compuesto históricamente por PP y PSOE se hunde, al tiempo que emergen con fuerza opciones izquierdistas. En las últimas elecciones europeas los partidos que apostaban por una ruptura con el régimen del 78 superaban el 20% de apoyo, una cifra nunca vista.

En este contexto la idea del proceso constituyente gana adeptos día a día, cocida al fuego de dos fogones. El primero, una crisis económica que barre el panorama político ante el ensimismamiento de los agentes clásicos -incluso de la izquierda tradicional española, encarnada por el PCE, como demuestra la aparición de Podemos-. El segundo, una tensión nacional en Catalunya que desborda el imaginario de soluciones que el régimen ha venido dando a los problemas de índole territorial, un combinado de represión y pacto entre élites que hoy se muestra inefectivo para resolver el proceso catalán. Entre estos dos ejes, el esquema constitucional español se resquebraja.

La rapidez con la que el agua se cuela en la bodega del barco indica a los más avispados que no hay forma de rescatar la nave. Las élites políticas y económicas intentan ahora sin ningún disimulo una restitución que cambie todo para que nada cambie, y sálvese quien pueda. El problema es que esta restitución es la empresa más grande que el régimen ha tenido que enfrentar desde el 78, y tiene toda la pinta de que no se dan las condiciones para conseguir los efectos deseados. En primer lugar por una cuestión de mayorías sociales. La suma PP más PSOE ha caído por debajo del 50% de los apoyos, lo que les deja un margen temporal tan largo como la presente legislatura. Por otro lado, hay una cuestión de pura dinámica económica sureuropea. Los pueblos depauperados del sur no tienen otra salida que la valentía en el marco de una UE hostil y ante la constatación de que sus instituciones han resultado inservibles para protegerles del desmantelamiento social acometido como ofrenda a las fuerzas del mercado. Por último, hay una emergencia social abierta desde el 15-M que, en el repliegue hacia lo electoral e institucional, impone unos ritmos inmanejables a la clase política española. No es casualidad que en los últimos meses se haya producido el recambio de media docena de líderes de partidos, con relevo real incluido.

Con todos estos ingredientes, no es en absoluto descartable que la aspiraciones de los movimientos emergentes españoles por un proceso constituyente se hagan realidad. Pero, ¿cómo debemos mirar esto desde Euskal Herria? Esta es la cuestión que debería requerir la atención de cualquier movimiento político que quiera transformar el futuro de los vascos.

Un eventual proceso constituyente español es, por descontado, una oportunidad para Euskal Herria. Pero a la vez impone una urgencia como nunca antes para cohesionar el país en torno a algunos consensos básicos. Euskal Herria no puede conformarse con un -de nuevo- incierto papel periférico en el proceso constituyente español. En primer lugar, porque eso mismo contribuiría a bascular el proceso en el Estado hacia la restitución más que hacia la ruptura, al no haber un cambio de prisma sobre la realidad nacional del Estado. En segundo, porque el desborde democrático es un tren del que el pueblo vasco es coautor. El momento y la oportunidad imponen pues que el pueblo de Euskal Herria se remangue para acometer la construcción de su propio proceso constituyente.

Solo un proceso constituyente vasco puede dar respuesta a las dos tareas que hoy resultan más urgentes: contribuir al aniquilamiento final del régimen español del 78 y construir una comunidad política vasca que pueda reconocerse a sí misma la capacidad para decidir su futuro. Es importante, llegados a este punto, entender que el proceso constituyente vasco no debe ser, de entrada, una apuesta única por la exclusión de Euskal Herria de un marco institucional compartido con el resto de pueblos del estado. Sin aceptar esta premisa nunca tendremos un verdadero proceso político incluyente de las sensibiliades de la ciudadanía del país, y este es un requisito básico para avanzar con la cohesión suficiente hacia el escenario de ruptura régimen. Es después y mediante el propio proceso constituyente por el que se ha de decidir la configuración institucional vasca, junto a todo lo demás, sin partir de presupuestos o condiciones previas ni descartar que la mayoría social vasca pueda elegir libremente confluir con el proyecto que salga del proceso constituyente español. Si algo demuestran los episodios cercanos de irrupción popular es que el derecho a decidir, a decidirlo todo, para ser efectivo debe ser multidireccional.

Hablemos desde el realismo. ¿Tenemos los vascos capacidad real para llegar a este proceso? No habrá tantos problemas internamente. El bloque constitucional de PP, PSE-PSN y UPN se debilita sin parar durante los últimos cuatro años sin encontrar suelo. Pero también al PNV se le acaba el modelo de la ambigüedad en un momento en el que los bloques se separan. Restitución o ruptura, el partido que vive en Ajuria Enea deberá elegir por las buenas o por las malas, como bien sabe por experiencia el partido que vive en el Palau de la Generalitat catalana.

Cosa distinta ocurre desde el punto de vista externo. El Estado, con proceso constituyente o sin él, aún tiene capacidad para bloquear los consensos internos de la sociedad vasca, es decir, pasar el rodillo de la mayoría demográfica por encima de nuestras decisiones internas, tal como el Estado acostumbra a hacer desde hace siglos. De hecho, aunque las mayorías cambian en España en el eje social, buena parte de las izquierdas de epicentro madrileño siguen teniendo una estrecha mirada sobre el desarrollo nacional de los pueblos peninsulares.

Pero, otra vez, buenas noticias. Hay nuevos aliados al otro lado del Ebro. Podemos ha interiorizado como ningún otro movimiento estatal en los últimos cuarenta años el discurso de la autodeterminación de los pueblos, lo cual, al ser precisamente ellos la avanzadilla que impulsa en las instituciones el proceso constituyente español, genera una dinámica favorable para Euskal Herria que debemos aprovechar, si bien desde la unilateralidad mientras no haya mayorías favorables en el Estado.

El momento es ilusionante como pocas veces, pero no está exento de peligros. La tarea que tenemos por delante pasa por sincronizar a los diferentes elementos políticos y sociales de la sociedad vasca de forma que sea posible llegar a consensos internos con voluntad de superar el status quo lo antes posible. De no conseguir estos consensos, el riesgo es enorme. Si nuestra dejadez o falta de capacidad como sociedad para reconocernos a nosotros mismos dejara que la fuerza rupturista española se adelantara y que el proceso constituyente nos viniera hecho desde fuera, los vascos correríamos el riesgo de vernos arrastrados a otros 40 años de nuevo régimen español. Un nuevo régimen con una nueva legitimidad que podría volver a atropellar nuestras aspiraciones. Algo que la sociedad vasca no puede permitirse esta vez.

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