Xabier Makazaga
Investigador del terrorismo de Estado

Ocultando la tortura

Creía conocer bien todos los métodos de que se han venido sirviendo durante décadas los grandes medios de comunicación españoles para ocultar la realidad de la tortura, pero hace poco he descubierto uno que ni se me había ocurrido pudiesen haber empleado. El de ocultar, siguiendo sin duda claras directrices al respecto, que un policía torturador con un cargo de responsabilidad había sufrido gravísimas heridas en un atentado.

Lo he descubierto, por azar, gracias a un dato con el que me topé mientras buscaba información sobre el inspector-jefe de policía Antonio Asensio Martínez, condenado en firme por haber torturado a la trabajadora del diario Egin y conocida militante feminista Ana Ereño. En concreto, se trató de una breve mención del diario “ABC” del 5 de octubre de 1996 según la cual el citado inspector, «jefe de la Unidad de Intervención Policial de Sevilla», se encontraba «hospitalizado en Pamplona tras ser víctima de un atentado». Desconocía por completo que dicho torturador hubiese dirigido esa unidad especial de la Policía, que intervino durante aquellos años en numerosas operaciones contra ETA en todo el Estado español, y mucho menos sabía que hubiese sufrido atentado alguno. Por eso, decidí indagar al respecto.

Primero, comprobé que esa unidad estuvo en efecto dirigida por Antonio Asensio, y más tarde averigüé que a dicho policía torturador le concedieron la jubilación anticipada año y pico después de ser hospitalizado. En concreto, le fue concedida el 12 de diciembre de 1997, con tan sólo 45 años, debido sin duda a la invalidez que le causó el atentado.

Aparte de “ABC”, ningún otro medio de comunicación mencionó nunca que Antonio Asensio hubiese sufrido atentado alguno, pero finalmente he podido esclarecer en qué atentado resultó gravemente herido, y cómo se las arreglaron, con flagrantes mentiras, para ocultar el hecho.

Fueron dos los policías de la antes citada unidad especial que resultaron gravemente heridos en dicho atentado. Uno de ellos, Antonio Asensio, iba a ser juzgado poco después en el sonado caso de torturas de Ana Ereño, y dadas las contundentes pruebas en su contra temían que fuera condenado, como así lo fue. Por eso hicieron todo lo posible para que no transcendiera el hecho. ¡Y vaya si lo consiguieron!

Salvo el desliz de “ABC”, la ley del silencio funcionó a la perfección. Igual que ha funcionado siempre a la hora de ocultar las denuncias de torturas. Y cuando en casos muy graves no han podido ocultarlas del todo, se han dedicado a contrarrestarlas con un objetivo bien preciso, el de impedir que la gente se conmueva con las víctimas de la tortura.

Para ello, han tenido muy en cuenta lo que explicó muy bien el Catedrático de Ética de la Universidad de Deusto Xabier Etxeberria en su trabajo “Sobre la tortura: perspectiva ética y propuesta pedagógica”: «Nos conmoverá la tortura que se “visibiliza” ante nosotros a través de los medios de comunicación, pero no aquella que queda oculta, incluso aunque tengamos razones fundadas para sospechar que se practica –podremos incluso querer latentemente que no se visibilice, si entendemos que nos beneficia–.

Nos conmoverá la tortura que vemos se aplica al inocente, pero será difícil que nos conmueva espontáneamente la que consideramos se aplica al culpable de “crímenes excepcionales” –hasta puede alegrarnos que se le torture–.

Incluso dentro de los inocentes, nos conmoverá más la que se aplica a aquellos a quienes sentimos próximos por nuestras vivencias identitarias colectivas, y tenderá a dejarnos fríos la que se aplica a personas lejanas a nosotros».

Los media españoles saben de sobra todo ello y por eso, cuando no han podido ocultar las denuncias de torturas, han aplicado dos directrices bien precisas para contrarrestarlas:

1. Recalcar que los denunciantes son culpables de graves delitos, sirviéndose para ello de las imputaciones policiales a las que han concedido siempre total credibilidad, pese a haberse demostrado en múltiples ocasiones su falsedad.

2. Deshumanizar a quienes denuncian torturas, evitando a toda costa que la gente las sienta próximas, no dando difusión a sus testimonios personales y no hablando de su familia, amigos, etc.

Obsérvese que esas directrices han sido exactamente las opuestas a las que han aplicado en el caso de las víctimas de ETA:

1. Insistir en que las víctimas, fueran o no civiles, eran en todos los casos inocentes.

2. Hacer todo lo posible para que la gente las sintiera muy próximas. Por ejemplo, haciendo lo que remarcaba el Plan ZEN: «cuando sufra un atentado un miembro de la policía, personalizarlo inmediatamente y facilitar algunos datos de la esposa, madre e hijos preferentemente».

El objetivo ha sido el de conseguir la máxima empatía hacia esas víctimas. En cambio, en el caso de la tortura, el objetivo ha sido totalmente opuesto y por eso han aplicado las directrices opuestas, para conseguir que la sociedad española no reaccionara ante dicha lacra.

Y no cabe duda de que lo han conseguido con creces, tal y como señaló el añorado periodista Javier Ortiz: «La sociedad española –y generalizo sabiendo que dejo aparte dignísimas minorías– no sabe nada de la tortura. Y no sabe de la tortura porque no quiere saber nada de la tortura. Porque le viene muy bien no saber nada de la tortura».

¿Se autocriticarán algún día por ello?

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