Unai Pascual
Ikerbasque Professor, Basque Centre for Climate Change, BC3

Para contextualizar el camino de Kioto a París

La esperada Cumbre Mundial del Clima de París ya ha llegado. Hemos dejado atrás 20 cumbres mundiales donde la Conferencia de las Partes (COP), el órgano supremo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, adoptada en 1992 y que engloba a 194 estados, ha tratado de lograr un acuerdo para lograr la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera a un nivel que no genere peligros para el sistema climático, y por tanto para la humanidad.

 Los niveles seguros de concentración de GEI están definidos en gran parte por la comunidad científica mundial sobre cambio climático (el llamado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático o IPCC por sus siglas en Ingles). El IPCC está compuesto por cientos de científicos que de forma voluntaria, sin cobrar nada, evalúan la literatura científica sobre el cambio climático, en cuanto a las razones que se encuentran detrás del calentamiento global inducido por el hombre, sus impactos y posibles opciones sobre mitigación y adaptación al cambio climático. En 2014 el IPCC volvió a dejar meridianamente claro, con una probabilidad del 95%, que es «extremadamente posible» que la actividad humana sea la responsable principal del cambio climático.

Hace ya una década que el Protocolo de Kioto entró en vigor para al periodo 2008-2012 en una primera fase. El objetivo era modesto: una reducción promedio del 5% de emisiones de GEI respecto al año 1990 por parte de estados industrializados (37 estados, incluidos los 15 que entonces formaba la Unión Europea). Fue un acuerdo legalmente vinculante y hay que recordar que se puso en marcha in extremis una vez que Rusia decidió ratificarlo tras duras negociaciones con la UE, en un contexto donde George Bush dejó claro que EEUU no lo iba a firmar. La prórroga del Protocolo de Kioto (2013-2020) sufrió un fuerte varapalo al salirse Canadá y debido a la decisión de Japón, Nueva Zelanda y Rusia de no imponerse nuevos objetivos de reducción de GEI.

Por tanto la pregunta es ¿qué ha supuesto Kioto? Aunque se consiguió un exiguo pero políticamente importante 5% de reducción de GEI por parte del club de Kioto, el resto de países, incluido EEUU, China y otros emergentes como India, Brasil, etc. siguieron con su escalada de emisiones de GEI. A día de hoy hemos pasado a un nivel de concentraciones de CO2 en la atmósfera de 400ppt (partes por millón). La ciencia recomienda que el nivel de seguridad no debería de sobrepasar 350ppt. Este nivel ya es historia (se sobrepasó en 1998). En otras palabras, hemos aumentado el nivel de CO2 en la atmósfera un 45% desde la revolución industrial. Estos son los datos y se pueden traducir en niveles de calentamiento global para el planeta.

Si seguimos con esta escalada de emisiones, en un escenario que se suele denominar en inglés business as usual (BAU), los científicos nos recuerdan que esto se traducirá en una subida de temperatura del planeta de entre 3,7 y 4,8 grados centígrados para el año 2100. Por poner un poco de perspectiva, si la temperatura sube 1,5 grados, estaremos en una situación nunca antes acaecida en la historia de la humanidad, y por tanto no tenemos la experiencia de los hechos. Pero los científicos, usando modelos climáticos, ofrecen una visión muy negativa de los posibles impactos si sobrepasamos los 1,5 grados. Sin embargo una subida de más de 3 grados hace muy difícil estimar esos impactos ya que entramos en una zona de grandes incertidumbres donde pueden ocurrir dinámicas a nivel planetario que no podemos aún comprender.

Además es importante tener en cuenta algunos datos que se puedan quedar grabados en la retina: el 90% de las emisiones globales de GEI provienen del uso de combustibles fósiles como el petróleo y gas natural, y del cemento. Del total de emisiones que generamos, la mitad va a parar a la atmósfera y la otra mitad la capturan los océanos y ecosistemas terrestres. Y en cuanto a las responsabilidades, en el podium de las emisiones actuales totales de GEI nos encontramos a China (29%), seguido de EEUU (15%) y de la Unión Europea (10%). Sin embargo esta foto cambia radicalmente si queremos fijarnos en las emisiones históricas y aspectos equitativos. Las emisiones per capita de estos (en toneladas de CO2 equivalentes): EEUU (17), China (7.2), UE (6.8).

Por tanto, la cumbre del clima de París se va a desarrollar en este complejo contexto. El objetivo principal será lograr un acuerdo para limitar el calentamiento global a 2 grados, límite pragmático basado en la recomendación del IPCC y reconocido ya en la cumbre de Copenhague, que fracasó estrepitosamente. Este fracaso marcó la agenda de las siguientes COP y la de Lima del año pasado donde se decidió que cada estado lleve a París una lista de acciones (promesas) para la adaptación y mitigación del cambio climático. Si tomamos estas intenciones, por ahora las emisiones de GEI nos colocarían en alrededor de tres grados de calentamiento para finales de este siglo.

Por tanto las cosas no pintan bien. Ante este panorama, las decisiones principales por las que se evaluará el nivel de éxito o fracaso de París (depende por dónde se quiera mirar) tienen que ver con: (1) el compromiso de los estados firmantes y su traducción en reducciones efectivas de GEI a nivel global respecto al objetivo de los dos grados; (2) el grado de vinculación legal del acuerdo que se logre y (3) los compromisos sobre las partidas de financiación que los países industrializados del Norte están dispuestos a ofrecer a los países del Sur Global para ayudarles a reducir sus propias emisiones de GEI y de adaptación.

Sobre el primer punto ya hemos comentado que el objetivo es asumible pero parece difícil conseguirlo. Una posible vía para no hundir el proceso puede ser que los compromisos de cada estado se puedan revisar cada cierto tiempo, por ejemplo, cinco años, para ir poco a poco enfilando una proyección de reducción de emisiones globales que nos lleven al escenario de los dos grados para final de siglo. En segundo lugar, para muchos será un fracaso estrepitoso si el acuerdo no es legalmente vinculante sino puramente voluntario por parte de los estados firmantes. Mientras la UE, con su delegación francesa como anfitriona, se decanta por un acuerdo vinculante, EEUU parece mirar hacia otro lado. Tampoco parece que al gigante Asiático le apetezca mucho lidiar con un acuerdo vinculante.

El tercer punto también será muy complicado. En Copenhague ya se decidió que para el año 2020, el Norte debería ofrecer al Sur Global una financiación anual de 100.000 millones de dólares. Por ahora parece que estamos a mitad del camino para lograr este punto. Con toda seguridad, los países empobrecidos y más vulnerables a los impactos del cambio climático, sin olvidar que históricamente son los menos responsables del problema, darán la batalla para lograr la financiación prometida. El Norte ya está barajando que el nuevo Fondo Verde para el Clima se nutra de fondos públicos pero, ojo, también privados. Esto puede abrir un escenario de negocio para muchas empresas multinacionales. Seguro que los lobbies empresariales, incluidos los energéticos, no pegarán ojo durante las largas noches de París. Nosotros y nosotras tampoco.

Llegaremos a hollar la cumbre de París?

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