José Manuel Castells Arteche, Pedro Ibarra, Xabier Ezeizabarrena y Jon Gurutz Olaskoaga

Per Catalunya

Aprestémonos todos a la batalla electoral que va a ser despiadada, aunque resultará difícil eliminar, desde la trayectoria centralista, contendientes y menos si el actuar pacífico es general.

De la experiencia, variada y contradictoria, del devenir de los pueblos de la península ibérica, una constatación surge imparable: nunca la mera represión ha resuelto los diversos problemas planteados. Los habrá aplazado «ad calendas grecas»; los habrá diluido o travestido; pero esas reivindicaciones ciudadanas han seguido latentes, con intermitencias si se quiere, pero con explosiones de potencia inesperada. La historia catalana es particularmente rica en esa constancia de impulsos agónicos con su libertad como realidad política a lo largo de los últimos siglos.

Nuestra propia experiencia es también tributaria de la anterior afirmación. ¿Cómo no recordar a una fecha como mayo de 2001, con la pretensión del lehendakari Ibarretxe y la respuesta del poder central? Nunca tantos medios públicos y privados estuvieron dispuestos en orden de batalla del unitarismo más centralizador y excluyente. Nunca todos los poderes del Estado se emplearon tan a fondo para defender el orden constituido. Nunca la victoria parecía tan al alcance de la mano, vistos los ingentes medios empleados. Y sin embargo, el éxito correspondió a los «débiles» nacionalistas, al menos los votos fueron para ellos. Merito a la tenacidad de un leader y del espíritu indomable de un pueblo alerta. La represión en este caso, dio paso al aplastamiento del adversario. Este resistió con ahínco y todo quedó pendiente para el futuro.

Otra es la situación presente del supuesto catalán. Tras el choque de trenes, el poder central ha apostado por una autentica orgia de represión, en el que el más mínimo usufructuario de un determinado trozo de poder, ensaya el instrumental represivo con particular delectación, posición de la que es un acendrado exponente el fiscal Maza. En el trasfondo el deleznable y bochornoso artículo 155 de la constitución con el paraguas del principio de legalidad enhiesto. Todo es posible en la tierra del reino de Castilla. Por cierto, alguien puede ilustrar sobre el alegato del principio de legalidad que formuló en el juicio de Nuremberg, el fiscal norteamericano Biddle, puesto que, efectivamente, la defensa de los gerifaltes nazis se basó en dicho principio como manto protector. Algunos pensábamos que después de su brillante exposición dicho principio pasaría a mejor vida. No ha sido así como podemos comprobar a simple vista.

No nos desviemos de la cuestión central. La solución catalana ¿está en el bombardeo de la ciudad de Barcelona cada ciertas épocas? No hace falta tener un espíritu civilizado europeo para contestar con una rotunda negativa a estas aventuras militaristas. Los pueblos pueden sufrir, incluso hasta el paroxismo, pero difícilmente desaparecen como si un tiempo hubiera pasado para ellos, naturalmente si esa no es su voluntad.

Por lo tanto, aprestémonos todos a la batalla electoral que va a ser despiadada, aunque resultará difícil eliminar, desde la trayectoria centralista, contendientes y menos si el actuar pacífico es general.

Tengamos presente esta realidad, tan cercana a la inquisición y tan lejana a los hábitos democráticos. No seamos espectadores pasivos de un drama que nos ha concernido, nos concierne y nos concernirá de seguro de forma bien directa.

Como en los viejos y abominables tiempos del franquismo, el enemigo tratará de borrar la más mínima huella que se reclame de democracia y propone la libertad de los pueblos. Y el enemigo tiene armas suficientes, jurídicas y de otro tipo, para imponer su voluntad, como así lo ha acreditado. Saquemos conclusiones de ello, nos va mucho en ello.

Aunque al fin y al cabo los hechos son contundentes, por mucho que les duela a algunos, Cataluña es una nación situado en un lugar privilegiado del sur de Europa; poblado por más de 7 millones y medio de habitantes; dotado de una estructura civil modélica y un nivel cultural altamente desarrollado –de ahí probablemente la saña particular mostrada con sus representantes– con un complejo industrial admirable, con una lengua viva y unas potentes universidades. En síntesis, un país europeo y de vanguardia ni más ni menos. Que respeten a Cataluña si no quieren entrar en el basurero de la Historia.

En todo caso y por finalizar ¿Qué pueden ofrecer los unionistas a los catalanes, además de cárcel y represión? ¿Acaso una reforma constitucional en la que seguro no tendrá cabida un referéndum pactado? Seamos serios por una vez y sobre todo que lo sean el Estado y sus instituciones, responsables únicos de este conflicto.

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