Iñaki Bernaola Lejarza
Teólogo de a pie

Prostitución y prostitucionismo

Allá donde el Estado se inhibe de la protección y regulación de una actividad lucrativa, el crimen organizado campa por sus respetos. Y aún diría más: la ilegalización de una actividad lucrativa no va a suponer su desaparición siempre que en la sociedad exista una clientela potencial dispuesta a lo contrario.

Hemos visto en este mismo diario, y en otros sitios también, artículos y opiniones acerca de la práctica del sexo profesional que defienden posturas claramente contradictorias. Valgan como ejemplo de ello una entrevista realizada a una mujer argentina, trabajadora sexual desde hace décadas y coordinadora de un movimiento en pro de la defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales, u otro artículo más reciente, del pasado 7 de junio, ambos aparecidos en GARA, firmado este último por un trabajador social que se declara abolicionista.

¿Qué viene a significar todo esto? Que el sexo profesional es un tema en el que, al menos desde un pensamiento de izquierda, e incluso feminista, las cosas no están nada claras. Y cuando las cosas no están claras, es mejor centrarse en hechos y realidades que en ideologías u opiniones personales, que dificilmente van a coincidir si no hay una base objetiva común que las sustente.

Mal que nos pese, vivimos en una economía de mercado, es decir, una economía donde todo puede ser objeto de compraventa. Y tenemos además un código penal que solamente castiga la práctica del sexo cuando ello supone una coacción de la libertad individual de una persona; libertad, entre otras cosas, para paracticar el sexo o para no hacerlo.

¿Supone la práctica del sexo profesional una coacción a la libertad individual? No necesariamente, incluso aunque las trabajadoras sexuales no estén en términos generales satisfechos con su trabajo; situación, dicho sea de paso, extensible no solamente al ámbito sexual, sino a muchísimas otras profesiones en las cuales por razones diversas, algunas especialmente graves, los trabajadores están sujetos a unas condiciones laborales desfavorables e incluso gravemente peligrosas para su integridad.

¿Es a priori la prostitución resultado de la opresión patriarcal de las mujeres? Supongo que quien lo afirma tendrá que demostrarlo. En principio, parece que quien opina así obvia el hecho que no son solamente las mujeres quienes se prostituyen: también los hombres lo hacen, teniendo como clientes a otros hombres o a mujeres. Y también se obvia el hecho de que hay muchas formas de prostituirse, es decir, de acceder a mantener relaciones sexuales con otra persona a cambio de un beneficio material. Incluso hay «transacciones» de este tipo bendecidas en santo matrimonio por la iglesia o religión que corresponda en cada caso.

Es muy fácil, y muy cómodo como argumentación abolicionista, identificar al cien por cien sexo profesional con trata de blancas. La trata de seres humanos es un delito muy grave, lo mismo para fines sexuales que cualesquiera otros. Pero ambas cosas, quiérase o no, son diferentes. Incluso a pesar de que el sexo profesional, en una medida nada despreciable, esté en la actualidad controlado por tramas del crimen organizado.

¿Por qué ocurre esto último? En mi modesta opinión por una razón válida para prácticamente todas las actividades que supongan un beneficio económico: allá donde el Estado se inhibe de la protección y regulación de una actividad lucrativa, el crimen organizado campa por sus respetos. Y aún diría más: la ilegalización de una actividad lucrativa no va a suponer su desaparición siempre que en la sociedad exista una clientela potencial dispuesta a lo contrario. Hay que sacar lecciones de la historia, y en este caso tenemos una clarísima: cuando, basándose en supuestos argumentos morales, se ilegalizó en los EEUU el consumo de alcohol durante la llamada Ley Seca, lo único que se consiguió no fue eliminar el comercio de bebidas alcohólicas, sino que el crimen organizado estuviera más boyante que nunca, por mucho Eliott Ness que se quiera sacar a relucir.

No sé si irse de putas, o de putos, es moralmente reprobable o no: alla cada uno con su conciencia. Lo que sé es que, aun haciéndose cargo de todas las contradicciones y miserias laborales de la actual sociedad, que son muchas, si existe un colectivo de personas, hombres o mujeres, que toman la decisión de dedicarse profesionalmente a la práctica sexual, tienen el mismo derecho que cualquiera a la protección y dignificación laboral. Porque si la prostitución es, como se dice, la profesión más antigua del mundo, ello quiere decir que, ante todo, la prostitución es una profesión.

Una profesión que, mal que nos pese, requiere para su ejercicio de una cualificación. Al menos para desempeñarla bien. Exactamente igual que, por ejemplo, preparar un buen menú, organizar de forma exitosa un itinerario turístico o encargarse de un grupo de niños en una guardería. ¿Quién se encargará de recoger la experiencia sexual acumulada por generaciones de profesionales, y de aprovecharla con fines formativos para las generaciones venideras? Dejo la pregunta en el aire.

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