Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Regreso a lo vecinal

Antes de seguir adelante quiero aclarar que entiendo por vecinal, dada su alta cifra de significaciones, lo propio, lo cercano, lo dominable, lo que está arraigado en el espíritu y nos mueve profunda y enigmáticamente. Lo vecinal que invoco no es, por tanto, la relación torpe ni intelectualmente pobre en un medio escaso; un modo pasivo de vivir, un existir sin esfuerzo creador.

Adelanto esto porque quiero ampliar el contenido del sintético Azkena –¡cuánto agradezco el magnífico periodismo de los compañeros con los que comparto esa sección tan eficaz!– que dediqué al sustrato ideológico y emocional que a mi parecer ha llevado a la Casa Blanca al Sr. Trump.

Insisto en algo que me parece evidente: los votantes del Sr. Trump han estado movidos, en buena parte e inconscientemente, por el viejo sueño americano de los que arribaron allí hace ya unos seiscientos años desde una Europa muy quebrantada socialmente para buscar tres cosas esenciales: un hogar seguro, un trabajo digno y una ansiada libertad como seres humanos. Un camino propio hacia la esperanza y la igualdad. Con ello se construyó la potente burguesía media americana. El sueño americano, repleto de espíritu anglosajón –es decir, el que abriga la amplia posibilidad de hacer cosas y promueve a los individuos–, materializó una emoción a la que se denominó nación sin serlo, porque Norteamérica sigue siendo una emoción. Cuando llegaron los «peregrinos» el este americano se pobló del efervescente maquinismo inglés y cuando entraron aquellos territorios en una situación de sobrantes humanos buscaron la ancha tierra del oeste para satisfacer su ansia de propiedad libre y accesible, tan difícil en suelo europeo. Un oeste en que cabían todos, con una voluntad soberana. Esas masas, mayoritariamente nórdicas, buscaban una ciudadanía, que les había negado la Europa de los imperios y de las revoluciones al fin degradadas, y la adquirieron tras imaginarla apasionadamente en la aventura de la larga travesía trasatlántica. Así, sobre las barras que acabaron siendo su bandera fueron naciendo las estrellas que expresan su voluntad soberana ya en la primera estrofa del himno nacional oficializado en 1931: «¿Despliega aún su hermosura estrellada/ sobre tierra de libres la bandera sagrada?» Eso es lo que ha vuelto a cantarse en el Capitolio en honor del 45 presidente y ha ocupado siempre el subconsciente colectivo del ahora desconcertado camino que ha llevado al Sr. Trump a la presidencia.

Pero realmente hoy no sé da un verdadero y puro renacer del sueño americano en el marco de esta nueva presidencia sino que predomina una protesta contra la destructora globalización que además se impuso paradójicamente desde el judío y antiamericano Wall Street. Acerca de Wall Street quiero citar dos frases del presidente Teodoro Roosevelt, conocido como el «destructor de monopolios», que demuestran la apetencia de una efectiva democracia social, base, repito, del sueño americano: «A fin de que consumidores y productores, empresarios u obreros no necesiten pagar tributos a monopolios privados de fuentes de energía y de materias primas pedimos que esos recursos sean retenidos por el Estado o la Nación y puestos al servicio de la utilidad pública». ¿Dice esto algo a los gobiernos de Madrid en su sumisión a las eléctricas, sobre todo teniendo en cuenta que el desarrollo norteamericano se basa en la baratura de la energía? Y añadamos la siguiente frase de Teodoro Roosevelt ante el radical centralismo financiero y monetario de la Unión Europea: «El valor de la moneda constituye una función fundamental del gobierno. El control de la misma debería estar protegido contra las manipulaciones de Wall Street». ¿Dice esto algo al poder pseudo democrático de Bruselas cien años después?

Tras el triunfo del Sr. Trump se palpa también algo más acuciante y real que el afán democratizador propio del sueño americano: se trata, pienso, de renacer el tradicional aislacionismo para proteger a los norteamericanos ante la confusión mundial de un imperialismo fomentado, eso sí y tristemente, por los propios americanos ahormados por las grandes familias (repito lo de la influencia judía); confusión que revolventemente se ha vuelto ya confusión americana.

Los americanos que le han votado buscan en Trump, azuzados por el embarullado y contradictorio lenguaje del nuevo ocupante de la Casa Blanca, algo parecido a un exorcista que actúe en esa anhelada línea de respeto a los ciudadanos en su trabajo y derechos. Temo, no obstante, que lo va a tener difícil en este caso la paloma del sueño americano. Como ha dicho el benemérito Papa actual en la especiosa entrevista –¿pero por qué accedió a ella?– que le hizo “El País”, «habrá que esperar a los resultados». Pero dándole vueltas al asunto de la entrevista dos palabras más: ¿cómo se organizó este cepo? ¿Fuera de El Vaticano o dentro de El Vaticano? No hubo ni una petición de los entrevistadores sobre el perfil presente del trabajo y el capital y sus asoladoras relaciones, ni sobre la creciente y brutal política bélica, ni sobre el incremento y normalización del fascismo en el mundo. No fue preguntado Su Santidad sobre el nuevo cristianismo de Dios en el mundo… En fin, lean con atención la fina pieza.

Para entender bien el fondo del sueño americano, que resurge repetidamente en cualquier crisis de Estados Unidos nada más indicado que leer despacio “La democracia americana”, del escritor y político decimonónico Alexis de Tocqueville. Ya al principio de su obra dice el francés algo que explica la raíz profunda a que tributa al poder siempre anhelado: «En la mayor parte de las naciones europeas la existencia política se inicia en las capas altas de la sociedad, comunicándose después poco a poco y de manera incompleta a las diversas partes del cuerpo social. En América, por el contrario, puede decirse que el municipio fue organizado antes que el condado; el condado antes que el Estado y el Estado antes que la Unión». Ahí tenemos el retrato de la democracia que pervive en el sueño americano. Añade Tocqueville: «Tres cosas parecen concurrir de modo principal al mantenimiento de la república democrática en el Nuevo Mundo: la primera es la forma federal, que permite a la Unión gozar del poder de una gran república y de la seguridad de una pequeña. La segunda cosa está en sus instituciones que moderando el despotismo de la mayoría dan al pueblo al mismo tiempo el amor por la libertad y el arte de ser libre. La tercera cosa consiste en la constitución del poder judicial, que ayuda a corregir los excesos de la democracia y sin detener los movimientos de la mayoría consiguen frenarlos y dirigirlos».

Tres formas de proximidad vecinal para manejar el poder, para ejercerlo por la calle votación tras votación. No perdamos de vista la base electoral que tiene la poderosa fiscalía.

Habla también Tocqueville de la sustancia religiosa que hay en la libertad de pensamiento y expresión, a la que dedica estas trascendentales palabras: «Los hombres no pueden merecer la condena de Dios a causa de sus opiniones cuando son sinceras». Yo me pregunto al llegar a este punto acerca de la legitimidad de ese poder que infecta aquí todo el ambiente social y esteriliza la libertad creadora en nombre, además, de seguridades que entregan al silencio una nación amordazada.

Una larga observación sobre la vida exhausta y moralmente miserable a que nos lleva, a mi entender, el exterminador poder de la globalización neocapitalista o fascismo «constitucional» me hace concluir dos cosas que estimo muy importantes: que los pueblos sienten crecientemente la herida que les causan unos amos cada vez más lejanos y perdidos en una niebla irrespirable y que esos seres tan llagados acaban por entregarse al dios Mammon, supremo dios del poder y el dinero indecentes que son, ahí sí, el opio de los pueblos. Quizá en todo este revoltijo de quebrantos subyazca la luz empobrecida pero consoladora del sueño americano al que se han entregado los votantes del extraño Sr. Trump.

Bilatu