Sara Majarenas Ibarreta

Relato (después de que Izar se haya dormido)

Es un pensamiento nocturno que me aparece sin cesar… Qué pudieron suponer esas horas dentro de mi familia. A día de hoy, seis meses después de lo ocurrido todavía no lo sé, ni lo he podido hablar con todos ellos. Las personas más importantes y queridas de mi vida. Y no por falta de ganas… sino porque las circunstancias en las que estamos no nos lo permiten. No se me permite repararme junto a mi familia.

Yo ya tenía miedo bastante antes del 15 de enero. Yo ya tenía miedo antes del intento de asesinato de mi hija por parte de su padre. Tenía miedo. Mucho miedo. Muchas noches sin dormir del miedo que corría por mi ser. Hasta el punto incluso que pedí medicación para poder sobrellevarlo. No veía otra salida, que el medicarme para no sentir. Ya que pocas más soluciones o salidas se me daban que el puramente aguantar (como miles y miles de mujeres de esta sociedad patriarcal que asesina, sin cesar…y que a lo único que se nos enseña es a aguantar).

Verbalicé mi miedo. Intenté buscar soluciones. Pero era verdaderamente difícil buscarlas. Encontrarlas. Yo no tenía evidencias del maltrato al que estaba siendo sometida. No me pegaba. Nunca me amenazó. Pero yo sabía que mi hija y yo corríamos peligro. Él hacía tiempo que ejercía una relación de poder sobre mí. A mi me costó darme cuenta de ello. Yo sabía que no estaba en una relación donde primasen la ternura, la comprensión, el diálogo… pero lo justificaba. O no quería ver el verdadero significado de todo eso, o no me atrevía a verlo, o esperaba que cambiase (seguramente como otras miles de mujeres de esta sociedad patriarcal, en la que no se nos enseña a defendernos ante los hechos, sino a callar, a tener miedo y a aguantar…).

Intenté que mi hija no volviera a estar con ese hombre, pero las garantías de poder conseguirlo eran nulas. Precisamente por eso…porque las evidencias no existían ¿Cómo afirmar que estábamos en peligro?

Y llegó el 15 de enero (y si de algo estoy segura es de que podía ser esa fecha o cualquier otra, incluso estoy segura de que en vez del cuerpo de mi hija podría ser mi propio cuerpo el que fuera acuchillado).

Llamé por teléfono a las 10:00 de la mañana, con gran preocupación y con miedo. Sobre todo con mucho miedo. En cuanto cogió el teléfono yo oía a mi hija repetir una y otra vez que quería estar conmigo, y es entonces cuando él me dijo que me olvidara de volverla a ver, me echó en cara que tanto yo como mi familia le habíamos arruinado la vida y en un momento en que mi hija volvió a llorar pidiéndole por favor que le llevara junto a mi, le acuchilló reiteradas veces. Yo fui testigo directo del grito desgarrador de mi hija en ese momento, y fui testigo del silencio después, cunado él la creía muerta. Yo repetía sus nombres pero nadie me contestaba. Fue a mí a quien me quiso matar, con lo más valioso y querido que tengo en la vida. Mi hija. En cuanto di el toque de alarma no se me puso en duda, cosa que agradeceré toda la eternidad.

En ese mismo momento él se estaba entregando a la policía… dejando a mi hija desangrarse en el suelo del salón de casa, convencido de que la había matado. Su último acto antes de ser detenido fue llamar a mi padre para decirle literalmente: «Ahí tenéis lo que queríais. Vuestro regalo. Tu nieta está muerta».

No puedo imaginar qué momento pasó mi padre al pensar que tal personaje había matado a su nieta. A mi hija. No lo puedo imaginar… pero es un pensamiento nocturno que me aparece sin cesar… Qué pudieron suponer esas horas dentro de mi familia. A día de hoy, seis meses después de lo ocurrido todavía no lo sé, ni lo he podido hablar con todos ellos. Las personas más importantes y queridas de mi vida. Y no por falta de ganas… sino porque las circunstancias en las que estamos no nos lo permiten. No se me permite repararme junto a mi familia, pero tampoco se me permite poder hablar de todo en las circunstancias y características que hablar de ello exige.

Mi hija desde ese momento luchó por la vida, como nadie imagina que lo pudo hacer. Las primeras 72 horas fueron cruciales. Pero nadie nos garantizaba que pudiera salir de dichas heridas macabras. De hecho muchos de los médicos que se declaraban ateos lo calificaban de milagro. O de un fantástico equipo médico que la pudo salvar y una fuerza invencible de mi hija que en ningún momento falló.

Yo desde aquel momento única y exclusivamente me he preocupado y dedicado física, mental, psicológica y energéticamente a recuperar la salud física y psicológica de mi hija. Con todo el desgaste que ello supone (lo he hecho con gran amor, ilusión y fuerza). Y quizás sea esto lo único que se me ha reconocido en este tiempo, mi condición de madre. Pero no así la de víctima, la de mujer, la de ciudadana.

Desde marzo estamos en una unidad dependiente del CP de Madrid VI donde se nos garantiza poder seguir juntas. Dato que si no se hubiera dado, ninguna de las dos estaríamos ahora en el punto en el que está(mos). El recorrido que hemos hecho es gracias a haber estado juntas. Pero esto no lo podemos hacer solas ella y yo. Yo necesito de toda mi tribu. No solo para criar, educar y ayudar a crecer saludablemente a mi hija. Sino para poder cuidarme. La carga, el dolor, el sufrimiento, el miedo, la culpabilidad, la desconfianza, la vulnerabilidad… que siento yo en estos momentos (y durante todo este tiempo) son increíbles. La persona que yo amaba, la persona que yo elegí, la persona que yo pensaba que me protegía y quería intentó matar a mi hija. Y eso no lo puedo superar yo sola. Sin embargo, sigo estando a 500 km de mi casa, fuera de mi entorno y familia. Con limitaciones constantes, con sólo 3 horas de salida al día. Sin un espacio de seguridad, confianza y amor. Las tres cosas que yo ahora más necesito.

(5 de julio de 2017)

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