Bittor Martínez
Exdirigente de la extinta EE

Ni un proyecto empresarial sin recursos

El fenómeno que irrumpió en la economía mundial de forma totalmente imprevista para quienes tienen responsabilidades de gobierno, como un tsunami, arrasando todo lo que pilló a su paso, dejó un panorama desbastador en todo el Estado español, que difícilmente va a recuperar el anterior y ficticio paisaje anterior.

Independientemente de analizar las causas y causantes que lo provocaron, pues está claro que existen culpables por acción y por negligencia, uno de los problemas más nocivos que continua afectando a la gran mayoría social es la mutilación progresiva al sistema de economía productiva. Segó multitud de puestos de trabajo y en aplicación del código mercantil de la oferta y la demanda, ante la escasez de oferta de empleo y la abundancia de su demanda, el precio de los salarios se ha desplomado, con la colaboración necesaria de un gobierno liderando tal objetivo.

Añadamos la cultura económica sustitutoria que venimos padeciendo desde hace unos años, como es la especulación, o lo que es lo mismo, invertir para obtener el mayor rendimiento económico en el menor tiempo posible, variando el valor del producto de forma artificial. En este escenario, nos encontramos con el panorama de que nadie invierte en la economía productiva, que trata de rentabilizar la inversión de forma moderada y sostenida, haciéndolo rotar con su actividad, promoviendo un empleo digno y estable, con una actividad indefinida en el tiempo, con un esfuerzo innovador para mantener o mejorar la posición en el mercado…

Mientras tanto, continua la cantinela de la clase política de todos los niveles de administración, con las promesas de esfuerzos institucionales por el empleo y la creación de puestos de trabajo. ¿Pero cómo? El modo utilizado siempre obedece a la reiterativa y facilona asignación de partidas presupuestarias en cada institución, destinadas, dicen, a la creación de puestos de trabajo para los jóvenes, para los mayores, para hombres, para mujeres… palabras, palabras, palabras…

La realidad es meridianamente clara, como para entender que las administraciones públicas, pueden generar puestos de trabajo por gestión directa en el seno de las instituciones, pero lógicamente sin crear una inflación de plantillas innecesarias e insostenibles y eso no soluciona el problema. O bien, influyendo en la medida de lo posible, en las exigencias de las contrataciones con las empresas privadas. O también repartiendo el dinero público destinado a la creación de empleo, en forma de subvenciones sin retorno a empresas para paliar la que dicen, gravosa carga de la contratación de trabajadores y otras fórmulas simplistas parecidas, destinadas a abaratar más aún, el costo de los productos y en consecuencia aumentar los beneficios de la empresa a cuenta del erario público.

Sin embargo, es evidente que el mayor nicho de generación de empleo, se da desde el sector privado y principalmente desde las pequeñas empresas productivas, que cuando se asientan en el mercado crecerán hacia la dimensión de mediana empresa.

Es de sentido común, que las empresas contratan trabajadores cuando existe trabajo para realizar, no por efecto del cobro de subvenciones, porque lógicamente cuando se acabe el dinero, sobrarán los trabajadores. La carga de trabajo se genera con la buena gestión de las empresas, mediante las correctas planificaciones en políticas comerciales expansivas, por iniciativa para la innovación en los mercados y en los productos y por supuesto, con un impulso real y no de palabrería, a nuevos proyectos empresariales generadores de empleo y con producto propio. Sí, ese viejo invento que han dado en llamar emprendimiento.

Claro está que para los que conocemos el tema de primera mano, es evidente que el problema fundamental para la puesta en marcha de tales proyectos es la carencia de recursos. Los dueños del dinero privado no invierten, la banca son centros de especulación o de apropiación fraudulenta mediante engaño. Y en las políticas institucionales, prevalece la palabrería, el derroche sin retorno a grandes empresas, la diversificación de recursos entre las diferentes administraciones y el quién, sobre el qué.

Y en línea con la creación del banco público, que alguna vez se menciona en el programa electoral de algún partido, una idea que funciona en otros lares como fuente de inversión para el lanzamiento de nuevas empresas, es la creación de un fondo público de inversión en la pequeña empresa.

En Euskadi, podría ser a grandes rasgos, la creación de una única entidad interinstitucional participada por el Gobierno, las Diputaciones y los Ayuntamientos, que capitalice los fondos financieros destinados a tal fin y gestione de forma ágil, las inversiones en nuevos proyectos empresariales con fundadas previsiones de creación de empleo y viabilidad de negocio, desde un análisis aséptico, experto y de interés social.

Las inversiones del referido ente público, tendrían la contraprestación de la participación accionarial correspondiente, de tal manera que el fondo público, estaría representado en los órganos de administración y decisión de las empresas participadas, obteniendo los dividendos correspondientes. Es decir, sería una fórmula de participación empresarial mixta de los sectores público y privado.

El fondo público de inversiones, podría estar capitalizado por las aportaciones de las partidas presupuestarias de las instituciones públicas relacionadas con la creación de empleo y subvenciones a empresas, por programas de ayudas de la Comunidad Europea, por posibles captaciones de capital privado, por los ingresos proporcionados por los beneficios de inversiones realizadas y mediante deuda pública.

La iniciativa expuesta, no es más que una posible herramienta pública, para aplicar soluciones reales al reconocido como primer problema de la sociedad actual y que protagoniza los discursos políticos. La aplicación de la solución a un problema ya identificado, se hace con la conjugación en gerundio, o sea, haciendo en vivo y en directo y una de las fórmulas es posibilitando el retorno al espíritu emprendedor de la Euskadi de los años sesenta, por medio del lema: ni un proyecto empresarial sin recursos

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