Shaila Fernández
militante de Askapena

Siria y el desenfreno imperialista

Siria es un capítulo más entre otros tantos trágicos episodios, que desde la primera guerra mundial llevan dominando la escena geopolítica global del siglo XX y el reciente siglo XXI.

Episodios que responden a la misma lógica, a la lógica del capitalismo monopolista y su proyecto de expansión y fagocitación de aquellos obstáculos que dificulten su desarrollo a lo largo y ancho del globo.  Asi es como el capital financiero encuentra en la guerra, la expoliación y el saqueo otra herramienta más de extensión y crecimiento, como si no fuera suficiente con el sangrado sistemático que las trasnacionales ejercen contra el pueblo trabajador y las  distintas soberanías nacionales.

La historia del imperialismo no deja lugar a dudas: cuando los injustos mecanismos legales no bastan, la guerra sin normas se impone frente a la actitudes soberanistas que no le hacen el juego al imperio, ni que decir de los procesos que cuestionan de raiz la estructura capitalista dependiente de sus paises, como el de la Unidad Popular chilena hace más de cuarenta años o el que impulsan actualemente los gobiernos del ALBA. En este sentido, junto a la rebeldía regional bolivariana, el medio Oriente, se va situando en este nuevo siglo como objetivo prioritario de las políticas de propagación del imperialismo norteamericano. Siria, como lo fue Irak, y lo ha sido Libia, con sus gobiernos que, a pesar de no presentar una agenda comparable al curso revolucionario emprendido por sus homólogos latinoamericanos, se mantienen reacios a acoplarse a los intereses geopoliticos yanqui y europeos, convirtiéndose así en obstaculos estratégicos, cuya destrucción o desestabilización busca eliminar cualquier atisbo de soberanía que pueda poner en jaque la supremacía de Estados Unidos y el monopolio de los recursos energéticos que enriquecen estos territorios.

Pero para definir mejor las motivaciones imperiales norteamericanas, en primer lugar cabe considerar la importancia que tiene para EE.UU ejercer una influencia de carácter prácticamente beligerante sobre la OPEP de cara a mantener la superioridad del dólar frente al euro en las transacciones petrolíferas y ejercer control sobre los precios del barril. Por otro lado y adentrándonos más profundamente en el conflicto Sirio, esta región es el trampolín hacia Irán, el último adversario fuerte del imperio en la zona, contra el cual las amenazas militares bajo la excusa del supuesto rearme nuclear son una constante que nos va anticipando un enfrentamiento bélico, que de ocurrir desatará las tensiones interimperialistas de la zona, ya de por sí tirantes e históricamente hostiles con China y Rusia. Finalmente, si bien Siria no sobresale por su reservas de petróleo, se encuentra en el corazón de un espacio donde se  disputan jugosos contratos de gaseoductos y oleoductos  hacia Europa. En resumen, los indicadores mencionados ubican al conflicto Sirio como el escenario necesario para continuar el proyecto expansionista de EE. UU para el ‘nuevo oriente próximo’ subordinándolo a sus intereses y a los intereses de las potencias reaccionarias que lo apoyan como Turquía, Israel,  Jordania y el resto de sus socios en la OTAN.

Con vistas a construir un colchón de legitimidad a esta agresión, la propaganda global creada en torno al conflicto ha superado los confines de la ética periodística convirtendose, una vez más, en un ataque a todos los trabajadores y trabajadoras espectadores del conflicto en el que la desinformación y la mentira han sido las variables constantes. Lo más dramático de este hecho es que acontecimientos como la guerra de Irak del 2003 y la más reciente intervención en Libia en el 2011, entre muchas otras, no han favorecido que la opinión pública advierta las lagunas del discurso beligerante de EE.UU, que no solamente ha mentido alevosamente sobre la perpetración por terceros de crimenes de guerra sino que ha sido, desde Hiroshima pasando por Cuba, Palestina e Irak el mayor responsable en la utilización de armas de destrucción masiva. Esta desinformación, garantía ideológica de la impunidad del capitalismo, inventa datos, oculta otros y  tergirversa las reivindicaciones e identidades de los agentes involucrados, como por ejemplo el hecho que gran parte de los "rebeldes" son mercenarios fundamentalistas aleccionados por la CIA y armados por los aliados estadounidenses en la región, que nada tienen que ver con aquellas agrupaciones de  izquierda o laicas que originalmente organizaron la oposición contra el gobierno de Al Assad.

En este sentido, la representativa experiencia de la invasión de Irak nos tiene que servir como referencia para identificar los intereses de las potencias imperialistas, destacando entre ellas a EE. UU y sus aliados de Europa , entre los cuales jamás la defensa de los supuestos nobles valores de la democracia y los derechos humanos han sido, ni serán el vehículo que motive la guerra imperialista. Irak fue devastado, arruinado y sumergido en una de las mayores crisis humanitarias de este siglo dejando tras de sí un país gobernado por mercenarios y sangrado desde sus inicios por las trasnacionales norteamericanas y europeas que han convertido la guerra en un negocio potencialmente rentable. Asi es como, el control de Irak acercó un paso más a EE.UU hacia la regulación  del precio del petróleo y la producción de barriles, tarea que sólo estará completa con la desestabilización de Irán.

En este complejo escenario regional, lo que queda bien claro es que mientras que las guerras imperialistas dejan una estela de destrucción y caos tras de sí sobre las regiones invadidas, el complejo militar industrial estadounidense presenta un crecimiento económico exponencial, y que más allá de los pactos de salón que estos días parecen aminorar la posibilidad de un ataque abierto, el unico verdadero corta fuegos a las ansias militaristas del capital financiero, los únicos sujetos  capaces de hacerle frente a la maquinaria imperialista son los pueblos. Los pueblos en lucha.

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