Asier Imaz, Unai Ziarreta, Rebeka Ubera, Amaia Agirresarobe
Representantes de EH Bildu

Trabajar con la espada de Damocles sobre la cabeza

El delegado del Gobierno español en la CAV, Carlos Urquijo, es, según el artículo 154 de la Constitución española, el representante del Gobierno español en la CAV y el encargado de dirigir la Adminis- tración del Estado en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Ciertamente, el trabajo del señor Urquijo es el fiel reflejo de lo que el Gobierno español ofrece a Euskal Herria.

Estar anclado en el pasado y poner obstáculos a la resolución del conflicto son dos reproches tan recurrentes como ciertos al Gobierno español en lo que se refiere a su política respecto a Euskal Herria. Pues esas mismas son las características principales del quehacer diario de Urquijo.

Si alguien está anclado en un tiempo que no se corresponde con el actual es Carlos Urquijo, que insiste en mantener una crispación que no encuentra hueco en la sociedad vasca. Quienes nos acusan a los abertzales de tener una excesiva fijación con los símbolos no conocen al fiel servidor de Madrid: ikurriñas, euskara, Gure Esku Dago... todo le sirve para cargar contra las instituciones vascas.

Su cruzada para llevar la bandera española al más pequeño de los municipios raya en la obsesión, y, desde luego, en el ridículo; su obsesión por obstaculizar toda ayuda institucional a las políticas de apoyo al euskara o a los movimientos sociales son una muestra de que las instituciones de Madrid están a años luz de Euskal Herria, incluso cuando tienen su sede en pleno Gasteiz.

Pero demuestran más, demuestran que somos realidades diferentes, que tienen muy poco que ver. La izada de banderas españolas en los ayuntamientos vascos no responde a una demanda social, si no a la necesidad de que la bota que tenemos sobre nuestra cabeza y no nos deja decidir se note en el día a día, se trata de no permitirnos olvidar que no vale lo que la sociedad vasca quiera por que nos pueden imponer sus símbolos, despreciando los nuestros.

Hay municipios que tienen más de 20 requerimientos sobre la mesa y la Diputación de Gipuzkoa, ni más ni menos que medio centenar, por cuestiones que el señor Urquijo parece considerar vitales en este momento. Ninguna de ellas se refiere a demandas mayoritarias de la sociedad vasca, como la Ley Wert u otros temas de la gestión estatal que preocupan en Euskal Herria. No, él es la voz de su amo.

Lo cierto es que lo único que consigue es abrumar a responsables institucionales y técnicos con un papeleo absurdo pero al que, inevitablemente, debemos dar respuesta bajo presión de ser sancionados o inhabilitados. Porque esto funciona así, algunos seguimos trabajando a diario con la espada de Damocles sobre nuestra cabeza.

Y si actuar de manera reiterada contra los símbolos de identidad vasca es un insulto a lo que somos, recurrir el Decreto de las víctimas de abusos policiales es cruel. Poner a víctimas que llevan décadas esperando un reconocimiento oficial en la tesitura de incluso tener que devolver las ayudas retrata tan bien a Carlos Urquijo que no hace falta decir más. Y, de nuevo, Urquijo ha sido la avanzadilla del Gobierno español: tras su recurso vino el de la Abogacía del Estado.

Así que lo tenemos claro, a Urquijo le molesta ver una ikurriña, no cree que el euskara deba tener ayudas públicas y no cree que todas las víctimas tienen que tener los mismos derechos.

Sería fácil preguntarse qué sentido tiene una figura como la de delegado del Gobierno, que no responde ni de lejos a la mayoría social y política de este país. Pero en realidad, no se trata de eso, a estas alturas eso sería jugar a pequeña: nada nos ata a un Estado que lucha denodadamente contra nuestras señas de identidad y considera que hay ciudadanos de segunda clase.

Euskal Herria está haciendo un proceso fruto del cual las banderas españolas ondearán en las instituciones cuando haya visita oficial del Estado vecino, un proceso en el que una convivencia basada en el respeto y la memoria es una prioridad.

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