Jesús Valencia
Internacionalista

Trump o Clinton, más de lo mismo

Trump resultó ganador en una confrontación electoral larga y bronca; atrás quedaron los acalorados debates televisivos que no permitieron confrontar proyectos porque ambas candidaturas defendían el mismo. El resultado definitivo parecía preludiar el fin del mundo. Gentes apesadumbradas consideraban a Trump enemigo de la humanidad y no les faltaba razón: musgón y rijoso, prepotente y altanero, xenófobo y racista, am- bicioso y ególatra, acaudalado insaciable. En fin, el prototipo de un gobernante que va a disponer de ingente poder y de una pasmosa insensibilidad.

Quienes así opinaban, consideraban una pérdida irreparable el que Hillary Clinton –la dama buena del cuento– hubiera quedado relegada; supongo que no la conocían bien. No hizo gala de la delicadeza que se le atribuye al aludir, tiempo atrás, a sus rivales de alcoba; calificó a Mónica Lewinski como «lunática narcisista con la cabeza hueca» y a Gennifer Flowers –otro escarceo de Bill– como «camión de basura». Claro que estos exabruptos, fruto de un comprensible despecho, no eran su faceta más peligrosa; era la política que aplicó como secretaria de Estado el nubarrón que más la ensombrecía.

En junio de 2009 el presidente de Honduras Manuel Zelaya fue removido de su cargo. La señora Clinton se había empleado a fondo organizando aquel golpe de estado; desde entonces, los líderes sociales del país centroamericano están siendo eliminados con impunidad. Dos años más tarde le tocó el turno a Libia; haber derrochado atenciones con uno de los hijos de Gadafi no fue impedimento para que la entonces secretaria de Estado organizase la demolición del país. Intentó adelantarse en el diluvio de fuego a otras potencias de la OTAN para jugar con ventaja «en la pelea por el control de Libia y su riqueza petrolera».

A un almirante retirado de la marina americana se le propuso gestionar algún acuerdo que permitiera evitar la guerra; dicho militar tuvo que rechazar la propuesta cumpliendo «órdenes que llegaban de fuera del Pentágono». Según “New York Times”, Hillary ya estaba moviendo hilos para armar a las facciones rebeldes y a grupos mercenarios. Solo así se explica su descarnada reacción cuando conoció el final de Gadafi. Tras visionar unas imágenes en las que el líder libio era sodomizado con una bayoneta y rematado, exclamo entusiasmada: «Estupendo». Repantigándose en el sofá, remedó a Julio Cesar: «Llegamos, vimos y murió»; Hillary acompañó aquellas palabras con una obscena carcajada.

También la elección de esta señora hubiera abierto al mundo perspectivas sombrías. ¿Hubiera avanzado Medio Oriente hacia la anhelada paz? Siendo senadora, votó a favor de la agresión imperialista contra Irak. Siendo secretaria de Estado, presionó a Obama para que –como había ocurrido en Libia– financiase y armase a grupos mercenarios contra Siria. Compartiendo la propuesta del sionismo, era partidaria de realizar un ataque aéreo masivo contra Irán en conjunto con la aviación israelí.

Por lo que respecta a la distensión en las relaciones internacionales, no parece que el horizonte que ofrecía Hillary fuera más halagüeño. Estaba empeñada en crear alianzas antichinas con los estados de alrededor, medida que hubiera desembocado en inevitables tensiones militares: «vamos a rodear a China con misiles». Respecto a Rusia, EEUU mantiene la posibilidad de ser el primero en atacarla con armas nucleares; la derrotada Sra. Clinton apoyaba esta posibilidad. Eso explica la templada reacción de esos países ante el resultado electoral.

Dado que Norteamérica es la potencia hegemónica de occidente, nos tocará soportar los desatinos de Trump pero también el huracán Hillary hubiera azotado nuestras tierras. El PP, partidario de mordazas y controles sociales, hubiera encontrado en ella una incondicional valedora: «Recopilar el máximo posible de datos sobre la gente es útil». La oposición al TTIP la hubiera tenido en frente: «Estoy completamente a favor del libre comercio». La política de recortes sociales era una de sus prioridades: «Tenemos que contener el gasto para no debilitar nuestra posición». Era decidida partidaria del fracking: «Lo he promovido en diferentes lugares del mundo». Los defensores de Palestina hubiéramos tenido en ella una complicada contendiente: «Un Israel fuerte y seguro es vital para la nación norteamericana».

Confieso que la victoria de Trump me sorprendió, pero la masiva desmoralización social me ha alucinado. ¿Dónde estaba esta sensibilidad cuando, hace cuatro días, unos villanos nos entregaron al desgobierno de unos truhanes? Es comprensible el desencanto de una ciudadanía que confía sus vidas a  políticos degradados. Solo la lucha del pueblo organizado nos devolverá la ilusión. Me ha reconfortado el mensaje que el Papa Francisco acaba de dirigir a los Movimientos Sociales del  mundo: «Ustedes miran hacia adelante, piensan, discuten, proponen y actúan. Los felicito, los acompaño, les pido que sigan abriendo caminos y luchando».

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