Koldo Campos Sagaseta
Escritor

Un apunte sobre el turismo

Haber vivido por más de veinte años en eso que por aquí se llama «tercer mundo», quién me lo iba a decir, me está sirviendo de gran ayuda a la hora de entender la ruina en la que andamos en este maravilloso primer mundo y que no es solo económica.

Después de tantos años en el Caribe es casi como si uno, a su regreso, pudiera volver a vivir el tiempo pasado (tal vez en eso consista la vida) pero sin necesidad de morirse previamente ni reencarnaciones por el medio. La historia se repite, allá y aquí. Solo ha cambiado el escenario y el tiempo. Desde que regresara, muchas veces he tenido la sensación de que me había traído conmigo ese denigrado tercer mundo. No lo digo por las tantas en que me gana su nostalgia sino por lo mucho que se parecen sus desagües. Y ni siquiera le cabe el consuelo al primer mundo de creer que esa equidad de mundos que hace que se parezcan, que se confundan, se deba al repentino y mayúsculo progreso social del tenido por tercero. Va a ser que no. Las costuras del mundo siguen siendo las mismas pero cada vez más hondas y dolorosas, y lo han sabido siempre en los cuatro continentes. Cuando lo terminaron sabiendo también en Europa comenzó a hablarse de crisis mundial.

En ese dèjá vu en el que vivo no podía faltar el turismo. Un tema en el que, al igual que con algunos otros es casi obligado, antes de abrir la boca y que te crucifiquen, hacer la salvedad de que el turismo es una bendita y sana actividad, además de lucrativa, y que me parece muy bien que vengan turistas y se lleven maravillosas impresiones de nuestra hospitalidad, nuestra alegría, del sol, de la playa y de la tortilla... El problema no es ese.

A mi me encanta que llamen a mi puerta, especialmente ahora que solo llaman mis hijas, y que vengan de vez en cuando amigos, sin cita, porque sí, porque querían verte y hablar contigo. Me encantan las visitas y sé que a usted también, como me consta que no toleraría que las visitas, las gratas y las inoportunas, fueran tantas y tan constantes que acabara usted yéndose de su casa. Las visitas que uno recibe en su casa, como las que recibe un país, deben estar reguladas, debe haber un orden que en absoluto sacrifique al que está en su casa, al que vive en su país.

El turismo no es el problema. El problema es que hay interesados en que el turismo se convierta «en el motor de la recuperación» (se lo acabo de oír al ministro de Fomento) o lo que es lo mismo, a más turismo más recuperación. Crece el empleo, aumentan las divisas, todos felices. En el siguiente capítulo, que también es el último, el turismo ya no es solo el motor de la recuperación, es la recuperación en sí. Todo se subordina al bien principal que es el turismo. Cuando salimos del túnel ya no hay más carretera sino un flamante Hotel-Casino-Resort, todo incluido, en el que se nos asegura trabajo y bienestar. Los brotes verdes que algunos llevan años avistando eran precisamente eso, los jardines del hotel. Ya hemos llegado. Conozco algunos hoteles que todavía conservan los viejos nombres que tenían como recuerdo de cuando eran países. Hay ciudades como Las Vegas que ni siquiera tienen memoria de ciudad y otras, como Venecia, piden auxilio porque más que el agua la amenaza el turismo. Los países se transforman en paisajes, los paisajes en imágenes, las imágenes en whatsapp. Todavía no me explico porqué el espectacular proyecto «Las Vegas-II» que de la mano de Esperanza Aguirre y la señora Botella se iba a establecer en los alrededores de Madrid y también ambicionaba Barcelona, no se instaló en Bilbao.

El turismo como un valor económico y social para la vida de cualquier país es saludable, y en estos tiempos aún lo es más si contribuye económicamente al bienestar social, pero creer que el turismo pueda ser la principal fuente de ingresos de un país, es una ocurrencia lamentable. La dinámica de un país que se aboque a trabajar la tierra, a desarrollar la industria, necesariamente generará entre su ciudadanía una mentalidad obrera, laboriosa. Una sociedad que pretenda hacer del turismo su razón de ser fomentará una mentalidad servil.

También se lo he oído decir al mismo ministro español: «el conflicto en el aeropuerto de El Prat afecta la imagen de España». Las penosas condiciones de trabajo de los huelguistas no afectan la imagen de España. Lo que la afecta, dice el ministro, es que los turistas se lleven una pésima impresión de su visita si han de sufrir horas de espera en filas interminables para sus trámites en el aeropuerto.

El dèjá vu volvió. Antes fue otro funcionario de un hotel caribeño con rango de presidente que nos recomendaba recoger la basura para que los turistas no se llevaran una mala impresión. Y que insistía en la necesidad de mejorar el transporte, para que los turistas no se llevaran una mala impresión. Y que prometía enfrentar la delincuencia para que los turistas no se llevaran una mala impresión. Las impresiones de los naturales a nadie le importaban.

Hasta que un día, los turistas, siempre imprevisibles, optan por no salir de vacaciones o encuentran playas menos sucias, precios más asequibles, mejores infraestructuras, alcohol más barato, y deciden cambiar la ruta.

Entonces, los camareros y camareras del hotel tendrán de nuevo que aprender a arar los campos de golf y a sembrar patatas en los hoyos, ya no para birdie, ya no para eagle, ya no para bogey, sino para sobrevivir.

Bilatu