Iñigo Muerza Erroz

Unidad, uniformidad

Hay que reconocerle a Pablo Iglesias una excelente habilidad para acabar colocando a todas las partes implicadas en la confección de Podemos allí dónde más le interesa.

Partiendo de unos resultados en las votaciones de Vistalegre 2 ya de por sí+ favorables, con un 51% de los votos para su lista, un 35% para la de Íñigo Errejón y un 13% para la de Anticapitalistas, el poco proporcional sistema «DesBorda», confeccionado por Pablo Echenique, moldea una dirección desequilibrada en la que Iglesias se asegura una cómoda mayoría absoluta con un 60% de los puestos dejando a Anticapitalistas con un 3% de los mismos. Este fin de semana se ha producido una nueva vuelta de «Tuerka» por el control de un proyecto absolutamente presidencialista al elegirse ejecutiva con un reparto de fuerzas aún más desproporcional que la propia directiva con un 70% de los puestos para la lista del Secretario General, un 20% para la del ex número dos del partido y un 6% para los autoproclamados «vencedores morales» del último congreso. Estas distribuciones dejan manos libres a Iglesias para poder dirigir a su antojo el proyecto sin que la suma de los defenestrados errejonistas junto con la de los anticapitalistas, reconvertidos en meros animadores socioculturales de la fiesta, pueda causar inquietud alguna de relevancia. Por si esto no fuera suficiente, se le relega a Íñigo Errejón a una secretaría, desde la que tendrá poca incidencia en las decisiones más inmediatas, y se anuncia a bombo y platillo, filtración mediante, un pacto muy de vieja escuela que presenta al hasta ahora secretario político aceptando un cambio de cromos de difícil encaje, en un proyecto que venía a dejar atrás determinadas prácticas aparateras.

A estas habilidades para torear el último congreso y reorganizar internamente las diferentes fuerzas e intereses habría que sumar el cómo ha conseguido mantener nuevamente a las bases a raya, otorgando su refrendo; a Izquierda Unida neutralizada, ofreciendo sus votos; y a las confluencias atadas y bien atadas, entregando sus escaños.

El objetivo de este control tan férreo es claro, preparar las próximas elecciones generales con los sectores citados en posiciones de subalternidad que les imposibiliten disputar el liderazgo o la dirección tomada, con un Pablo Iglesias pivotando entre ellos en función de las circunstancias y que además, llegado el momento, no les quede a estos otra opción que apoyar, con mayor o menor convencimiento, el tercer y último asalto a los cielos de Ferraz. Podemos surgió como un proyecto superador de la izquierda y como tal sigue adelante. Por eso las corrientes más clásicas son las que menos espacio encuentran en la formación morada y por ello mismo Pablo no prescinde de Íñigo. La verdadera disputa no está en falsas caricaturas creadas interesadamente para debilitar al contrincante interno sino en quién acaba siendo el alquimista mayor que siga trabajando la fórmula de dicha superación y quién el abnegado discípulo.

Y ¿dónde queda la gente en todo esto?. Sencillamente, no queda. El origen de Podemos no radica tanto en el manido 15M como en la crisis política desatada tras la crisis financiera de 2007, cuyas más inmediatas consecuencias en nuestro país fueron la desaparición de una parte significativa de la base electoral del PSOE y la incapacidad de otras fuerzas de rentabilizarla. El 15M y Podemos son dos consecuencias de un mismo proceso, pero no son lo mismo. Si fuese así Podemos nunca hubiera sido el partido que es hoy en día, con todos los mismos defectos y replicando exactamente los mismos vicios que se denunciaron desde las plazas hace cinco años. Nunca hubiese establecido un cordón sanitario entre sus dirigentes y las gentes que se acercaban a poblar las bases del proyecto, nunca se hubiesen dejado sin desarrollar las medidas de control y los contrapoderes que hubiesen evitado el despotismo y los desequilibrios reinantes, nunca se hubiesen desvirtuado los procesos internos para convertirlos en fraudulentas maneras de hacer lo de siempre, nunca habrían imperado las dinámicas excluyentes frente a las inclusivas y nunca se habría llegado a dar la espalda a tantas personas mientras desde dentro se jalea al recién renovado Secretario General al grito uniforme y uniformador de: «¡Unidad! ¡Unidad!».

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