Josune Onaindia Susaeta, Fernando Diaz Torres, Joseba Artola Ibarretxe, Maritxu Uzkudun Etxenagusia, Agustin Figal Arranz, José Ramón Martinez de la Fuente Intxaurregi
Exprisioneras y exprisioneros vascos

Vamos a dejarnos de tonterías

En política hay inercias que deberían ser elementos de análisis permanente. Nostalgia de ese pasado «mejor», cuando se ha perdido la perspectiva de ese propio pasado o no se ha vivido. Situar el hoy y compararlo con «errores del pasado», sin tener en cuenta las circunstancias y el momento histórico que se vive.

Esto es más grave cuando el discurso se viste de «izquierda revolucionaria». Donde la dialéctica de transformación consiste en reivindicar la «pureza revolucionaria» como si fuese un ejercicio de testosterona. Donde la dialéctica se convierte en mero léxico o verborrea más allá de la incidencia transformadora. Los cambios cuantitativos se convierten en mero «reformismo», despreciándolos. Es el «todo o nada» o «todos o ninguno». Se desprecia a las «masas» y su falta de conciencia revolucionaria. Y se desprecia la confrontación electoral, confundiendo conceptos como lucha institucional y vía institucional en el logro de los cambios revolucionarios.

Nos intentan vender que en junio del 2016, las elecciones generales en el Estado español, están sometidas a dos tendencias o a la dicotomía entre conservadurismo o cambio. Después de 40 años de franquismo y otros 40 años de reforma franquista (postfranquismo) nos intentan vender, desde una perspectiva estatalista (centralista), que las posibilidades de un cambio, más o menos socialdemócrata o revolucionario (según sea el interlocutor), es posible. Plantear el «cambio», desde una perspectiva socialdemócrata (vieja o nueva) que es quien avaló y legitimó la reforma política franquista y que propició los cambios sí, pero los cambios que necesitaba el capital, no solo es un error sino que supone obstaculizar cualquier cambio. La única posibilidad de cambio se producirá por un acercamiento del poder político al pueblo, su capacidad de gestión y control por parte de este. Y esto pasa por romper con el centralismo y dar voz al pueblo a través de los pueblos. Es la hora de los pueblos frente al Estado.

Otros, desde una perspectiva «nacionalista», plantean la entente o acuerdo con el Estado, «el estar cómodos en España». Son los autodenominados «soberanistas». ¡Ojo!, pero no independentistas. Son los que siempre han defendido los intereses de la corona en España (no solo reciben al rey sino que le brindan pleitesía). Son los que firman pactos políticos y militares para reprimir a sectores de su pueblo (Moncloa, Ajuria Enea, Madrid; Plan ZEN). Son los que acuerdan reformas laborales, desindustrialización y TAV, que benefician… ¿a quién? Son los de la OTAN, pero ¡no son militaristas! Los que hacen oídos sordos a la tortura, al GAL, los diseñadores de la dispersión… Son el cipayismo político vestido de gestión eficaz… Pero, ¿para quién? Son los que exigen la autocrítica y perdón a otros, como si ellos no tuvieran ninguna responsabilidad en la generación de sufrimiento de nuestro pueblo o si en sus manos no hubiese estado la posibilidad de acabar con este conflicto político. Les ha faltado valentía y les sobra cobardía para defender los intereses de nuestro pueblo.

Hay quienes plantean que no hay nada que hacer en Madrid. Son los cortoplacistas o teoricistas. Como si representar y confrontar los intereses obreros y populares, estuviera acotado a determinados espacios de intervención, como si esos marcos no les interesasen o no se tomasen decisiones en ellos. Creen que la participación y la gestión es el objetivo, cuando es la complementariedad instrumental para conseguir el objetivo transformador. Cercenan la posibilidad del pacto de los pueblos frente al Estado, la generación de contradicciones o dejar en evidencia el déficit democrático del Estado. Es el planteamiento de, nosotros solos podemos, en nombre del pueblo y la clase trabajadora pero sin el pueblo y sin la clase trabajadora, porque son reformistas.

Otros, planteamos que es la hora de la independencia. Que la independencia es un interés objetivo de la clase obrera y sectores populares. Y que la batalla en Madrid, se tiene que dar desde una perspectiva de modelo político y social diferente y que este solo pasa por romper el actual modelo territorial de Estado. No es posible ni siquiera una España «roja o morada, antes que rota».

La independencia se nos plantea como una posibilidad política de acercar el poder político al pueblo y a la ciudadanía. Como un planteamiento de gestión y control del pueblo y de la ciudadanía del poder político.

La independencia se nos plantea como una forma de desarrollo cultural y social, aportación a la universalización de la cultura (cultura universal desde las raíces) desde el propio pueblo.

Y por último, la independencia se nos plantea como mecanismo de defensa de los intereses obreros y populares y solidaridad entre los pueblos, no mediatizados por intereses particulares. Es decir una aproximación a la democracia directa.

Frente a la universalización del marco de explotación del capital que supera los marcos de explotación estatales (transnacional); frente a la «cultura universal» del capital; frente al concepto de «ciudadano universal», ligado a un rol determinado por intereses económicos; frente a un concepto de igualdad o paridad, unido a los intereses de los modelos productivos o reproductivos del capital… se opone el concepto de independencia. No solo como un planteamiento de lucha frente a la opresión nacional y explotación social, sino como planteamiento de transformación revolucionario, como concepto factible de acceso, cercanía, control y gestión del poder político de las capas obreras y populares. La independencia se plantea como forma de confrontar la cultura del capital, la cultura cerrada y artificial del nacionalismo estatal, con la diversidad cultural de los pueblos y su apertura a la universalidad. Frente a un concepto frío y mecanicista de «ciudadano del mundo» (¿de qué mundo?), se opone el concepto de universalización del hombre/mujer cultural y perteneciente a un pueblo. La independencia se plantea como acceso y control del poder, una posibilidad de ejercicio de la democracia directa desde el propio pueblo.

Hoy por hoy, en Euskal Herria, quien esta apostando clara y decididamente por un planteamiento independentista que suponga un proceso de transformación revolucionaria es EH Bildu. Un planteamiento de verdadera ruptura democrática en el Estado en busca de un acuerdo político entre los pueblos, a la vez que suponga un planteamiento de resolución política del conflicto vasco en parámetros de no-repetición.

Hay quienes piensan que un debilitamiento electoral de EH Bildu, supondría una derrota o debilitamiento de un planteamiento «reformista» y por tanto daría mayor «oportunidad» a un replanteamiento dentro de la izquierda abertzale, a planteamientos más «revolucionarios»…

Nada más lejos de la realidad, un debilitamiento de EH Bildu supondría un debilitamiento de los planteamientos independentistas y de la posibilidad de acumulación de fuerzas en torno a ellos. Supondría menguar las posibilidades y la eficacia de un acuerdo político entre fuerzas independentistas en el Estado frente al centralismo español. Supondría fracasar en la ruptura democrática con el franquismo, todavía pendiente 80 años después. Supondría igualmente debilitar las posibilidades de transformación y, por tanto, debilitaría a los sectores obreros y populares. Supondría llevar la resolución de las consecuencias del conflicto a peores posiciones y retrasar la vuelta a casa de presos, refugiados y deportados. Y, globalmente, supondría debilitar el proceso de emancipación política, social, cultural y feminista de Euskal Herria. Hoy, mirando hacia adelante, nos toca reforzar EH Bildu con el voto.

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