Asier Fernández de Truchuelo Ortiz de Larrea

¿Venderá España Cataluña?

Cuba era la joya de la Corona, su posesión más preciada; sin embargo, terminó deshaciéndose de ella junto a Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam por un lado, y las islas Carolinas, las Marianas y Palaos por otro. En un año dilapidó la escasa herencia colonial que, tras quinientos años de dominio español, le quedaban en las Américas y el Pacífico.Ante la inminente secesión catalana, actual joya de la Corona… ¿venderá España Cataluña a una potencia extranjera como premio de consolación? ¿O se enfrascará en una guerra sin cuartel para defender la integridad de la Patria? Llegado el caso, si se ve incapaz de mantener la titularidad por la fuerza, ¿buscará la mediación internacional? ¿O se encomendará a la intermediación divina? La Historia nos dice que cualquiera de las soluciones es factible.

A finales del siglo XIX, el Imperio Español estaba en franca decadencia: la otrora inabarcable Monarquía Universal se desangraba sin remisión. A lo largo de la centuria había visto reducida su extensión a una mínima expresión; apenas mantenía unas pocas y dispersas propiedades en ultramar… unos territorios anhelados por otras potencias, deseosos de su independencia y difíciles de sostener.

Tan desastrosa era la situación que, en 1885, el decadente Imperio –convertido, si cabe, en potencia de tercera– se vio obligado a buscar la mediación de su Santidad León XIII. Y es que España tenía un dominio teórico, que no efectivo, sobre territorios del lejano Oriente y el Pacífico: los emergentes imperios británico y alemán, con intereses en la zona y hambrientos de nuevos territorios, habían puesto sus ojos en dicho imperio en descomposición.

La situación en la metrópoli no era mejor: padecía una grave crisis moral, política y económica. Pese a todo ello, no escatimó recursos para mantener la soberanía e integridad de la patria, embarcándose en una guerra «justa». Un conflicto del todo impopular entre las clases sociales más desfavorecidas, que arruinó aún más, si cabe, a un pueblo desgastado por las numerosas luchas y la precaria economía.

Cuba era la joya de la Corona, su posesión más preciada; sin embargo, terminó deshaciéndose de ella junto a Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam por un lado, y las islas Carolinas, las Marianas y Palaos por otro. En un año dilapidó la escasa herencia colonial que, tras quinientos años de dominio español, le quedaban en las Américas y el Pacífico.

La Guerra de Cuba se libró en cuatro fases :1868-78, 1879-80, 1895-98 y el desastre del 98. Los Estados Unidos intervendrán en su tramo final, con la única apetencia, como luego se demostró, de quedarse con las colonias. Imbuidos de la «doctrina política Monroe» (1823), sintetizada en el pensamiento "América para los americanos", desde mediados de siglo habían intentado de forma infructuosa comprar la isla en numerosas ocasiones (1853, 1861, 1869 y 1897) estando dispuestos a pagar 120 millones de dólares por Cuba y Puerto Rico.

El 25 de noviembre de 1897, en medio del conflicto y presionado por los Estados Unidos, el Gobierno de Sagasta concedió la autonomía a Cuba y Puerto Rico. Sería el primer estatuto de autonomía concedido por el Reino de España; pese a ello, la guerra por la independencia continuó.

Y llegamos al Desastre de Cuba (1898): el hundimiento del acorazado «Maine» es utilizado como «casus belli» por parte de los Estados Unidos para tomar parte activa en el conflicto. El 25 de abril se produce la declaración oficial de guerra –guerra hispano-estadounidense–, y el 12 de agosto del mismo año el ejército colonial español se rinde ante un combinado cubano-norteamericano.

En el caso filipino podemos calcar el proceso. Filipinas era una colonia próspera, sin la conflictividad cubana, y lejos de las garras norteamericanas; o, al menos, eso parecía… Sin embargo, en 1896 se inicia un movimiento de liberación tagalo: la respuesta española resultó desmedida, al fusilar a José Rizal, defensor de las reformas político-administrativas en la isla y de convertirla en una provincia española más.

Pese a la victoriosa ofensiva española del uno de enero de 1897 sobre los independentistas atrincherados en la isla de Luzón, ninguna de las partes conseguía imponerse. La metrópoli entiende la necesidad de un cambio, y sustituye al general al mando por Fernando Primo de Rivera, consiguiendo rubricar con los insurrectos el Pacto de Biak-na-Bató el 14 de diciembre de 1897.

La cuestión parecía resuelta, pero España incumplió lo pactado. Con el inicio de la guerra hispano-estadounidense la historia toma otro rumbo: la ayuda norteamericana a filipinos y cubanos pondrá a España contra las cuerdas.

La Guerra de Cuba tuvo sus frentes de batalla en las Antillas españolas (Cuba y Puerto Rico), por un lado, y el archipiélago filipino, por otro. Cuando la situación se hizo insostenible y la pérdida territorial se hacía inevitable, España buscó una salida. Como ocurrirá con el Sahara español en 1975 (Acuerdo de Madrid), por medio de tratados internacionales transfirió la titularidad de territorios que tenía perdidos a cambio de un beneficio económico.

En el Tratado de París, de 10 de diciembre de 1898, España, viendo perdida la guerra, firmó la paz, y transfirió a los Estados Unidos sus posesiones en el Caribe (Cuba y Puerto Rico) y el Pacífico (Filipinas e Isla de Guam) por veinte millones de pesetas: unas propiedades que, en realidad, ya no controlaba.

Cuba, constituida en República, quedará en un estado de incertidumbre, bajo el control americano, y con el firme compromiso de que, una vez formado un «gobierno estable», se le concedería la independencia. Por su parte, el 12 de junio de 1898 Filipinas, al declararse independiente, se había constituido en una República: Estados Unidos no lo permitirá.

Para terminar, con el Tratado hispano-germano de 12 de febrero de 1899 España, ante su incapacidad para defender los archipiélagos que posee en el Océano Pacífico, se los transfiere al Imperio Alemán por veinticinco millones de pesetas de la época. Estos territorios fueron aquellos por los que intercediera León XIII (Islas Marianas –excepto Guam–, Palaos y las Carolinas) en el conflicto surgido en 1885 en la isla de Yap entre España y Alemania.

Ante la inminente secesión catalana, actual joya de la Corona… ¿venderá España Cataluña a una potencia extranjera como premio de consolación? ¿O se enfrascará en una guerra sin cuartel para defender la integridad de la Patria? Llegado el caso, si se ve incapaz de mantener la titularidad por la fuerza, ¿buscará la mediación internacional? ¿O se encomendará a la intermediación divina? La Historia nos dice que cualquiera de las soluciones es factible.

El ADN del estado español tiene un marcado carácter imperialista y homogeneizador. Pese a ello, todos sus esfuerzos han resultado vanos: no ha sabido –o no ha podido– acomodar a las diferentes nacionalidades que lo componen, resultando por ello un Estado fallido.

La pérdida de Cuba y las colonias marcó un antes y un después: supuso un drama nacional, un desastre con mayúsculas que el Estado español jamás consiguió olvidar ni cicatrizar del todo. El adiós de Cataluña quizás suponga el fin de España: un golpe certero que rompa el país para siempre. Una catástrofe de tal magnitud que haga de España una Atlántida.

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