Sabino Cuadra Lasarte
Abogado

¡Y no estaba muerto, no, no...!

A nada que se ha rasgado el celofán que las envolvían, las sacrosantas instituciones han comenzado, no solo a oler, sino a heder.

Me refiero a Franco y su obra, claro. ¡De qué, si no! El título del artículo es el estribillo de una canción que cantaba el gitano Peret, rey de rumba catalana. Un Peret que participó poco antes de su muerte en el “Concert per la Llibertat. Nosaltres decidim”, en el Camp Nou, organizado en 2013 por Ómnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana, al que acudieron 90.000 personas. Quizás, si hoy viviera, habría salido también a la calle para cantar esa canción a los guardias civiles que asaltaron las dependencias de la Generalitat. El franquismo «no estaba muerto, no, no...!»

Cada día que pasa se evidencia más que la Constitución española no es sino mero celofán con el que se envolvió aquel franquismo agonizante al que, tras el boca a boca que le practicaron en la Transición el PSOE, PCE, CiU..., se presentó en sociedad como modélica democracia. En los años siguientes, con el PSOE en el Gobierno, la «modernidad» arrasó: autovías, quinto centenario, turismo a espuertas, inversiones a mansalva, privatizaciones por doquier, Olimpiadas, AVE,.. España asombraba, o al menos, eso era lo que nos decían.

Bajo los oropeles de la nueva democracia nos colaron un monarca de cuatro caras, una judicatura servil al dictador, un Ejército y Policía sostén de 40 años de crímenes, una banca-eléctricas-constructoras que gozaron privilegios sin fin y una rancia jerarquía clerical que bendijo todo lo anterior. Por imposición militar, se fotocopió la vieja España «una, grande y libre» franquista y esta pasó a ser ahora indisoluble, indivisible y asentada en una soberanía única y un Ejército garante de lo anterior. Había nacido el Régimen de 1978.

Decir así, de pasada, todo lo anterior, no da la medida de lo que aquello fue. Es demasiado general. Hace falta concretar más. De los 16 jueces con plaza en el Tribunal de Orden Público franquista (decenas de miles de años en condenas impuestas), 10 de ellos pasaron a lucir toga en la nueva Audiencia Nacional. Algo parecido sucedió con quienes portaban sable en los parodias militares judiciales que condenaron a garrote vil o fusilamiento a Puig Antich, Txiki, Otaegi, Baena, García Sanz y Sánchez Bravo. Autobuses de policías y guardias civiles fueron a presenciar y jalear sus fusilamientos.

Todo el fascio parásito y reaccionario del Movimiento Nacional (profesorado de «Formación del Espíritu Nacional», «Sección Femenina», «Frente de Juventudes»...) pasó en bloque a tener nómina y sillón en la nueva Administración democrática. Y todo aquello lo coronó Juan Carlos I, aquel que juró los Principios del Movimiento, lealtad al genocida y reconoció la legitimidad de aquel Régimen nacido el 18 de julio de 1936 gracias a un golpe de Estado.

Los doscientos guardias civiles (números, cabos, sargentos,...) que asaltaron el Congreso y dieron un golpe de Estado el 23-F salieron de rositas. Ninguno de ellos fue procesado siquiera. Tan solo fueron juzgados los que tenían rango de oficial y sus benévolas condenas fueron bendecidas con generosas libertades condicionales e indultos. Por si fuera poco, todos ellos pudieron luego incorporarse a sus puestos, pues no fueron inhabilitados. Y allí siguieron, creando escuela. Resulta así barato dar un golpe de Estado siendo cabo o sargento, porque si sale mal no te pasa nada y si triunfa te ascienden. Si hay un próximo, seguro que se apuntarán más.

Otra cosa es que seas alcalde o funcionario catalán y acuerdes facilitar la colocación de una urna el 1-O, pues podrás ser procesado por los gravísimos delitos de sedición, desobediencia, prevaricación... Tras los procesamientos de la presidenta del Parlament y miembros de su Mesa, ha venido la implantación de un auténtico estado de excepción. Se amenaza a cientos de alcaldes, miles de funcionarios, medios de comunicación,... En la democracia española propiciar un referéndum es bastante más grave que dar un golpe de Estado. Democracia basura.

«De padres gatos, hijos michinos», se dice aquí, en Navarra. Hay quienes se han llegado a creer que vivimos en una democracia con sus libertades, su separación de poderes, su camisita y su canesú. Pero no, aquellos jueces, militares, policías, fascistas del Movimiento, golpistas del 23..., han creado escuela en los aparatos del Estado. La misma cúpula militar que en 1978 les pasaba papelitos a los siete padres constituyentes ordenándoles cómo debía redactarse aquello de la España indisoluble e indivisible, la soberanía única española y la tutela castrense, son los que hoy, en lo básico, han diseñado y están ejecutando ese estado de excepción al que antes me he referido.

A nada que se ha rasgado el celofán que las envolvían, las sacrosantas instituciones han comenzado, no solo a oler, sino a heder. Hiede el Gobierno, su servil Judicatura y todas las instancias del Estado; hieden los medios de comunicación y hiede también ese recién estrenado PSOE «plurinacional» que hace gorgoritos pidiendo diálogo mientras aplaude la política del PP en defensa de la legalidad y la soberanía única española.

Por toda la geografía estatal se gritó recientemente aquello de «¡le llaman democracia y no lo es!» Para algunos, aquello tenía que ver tan solo con una ley electoral antidemocrática y un bipartidismo asfixiante. Para otros iba mucho más allá. Se hablaba así de «romper con el Régimen de 1978» y lo que ello suponía: monarquía, tutela militar, clericalismo, centralismo, IBEX-35... Pero muchas de estas segundas voces se han ido apagando, acomodándose a los límites de esa misma «democracia» que antes se denunciaba por falsa y vacía. Y hoy lo que prima es la legalidad, la bilateralidad y las garantías.

Pero no, el franquismo vive, «no estaba muerto, no, no». El proceso catalán y su referéndum lo ha puesto más que nunca en evidencia. Toca ahora empujar fuerte para ensanchar la brecha abierta en Catalunya. Porque el derecho de huelga se conquistó mediante huelgas y la derogación del servicio militar obligatorio a través de la insumisión. Entonces no se habló de condicionar aquello a vías legales y bilaterales. No lo hagamos ahora. Levantar banderas de democracia y libertad sin hablar de ruptura es vender humo.

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