Jorge Herraiz Martín

Azkuna zentroa

Supongo que estamos ante un nuevo concepto de espacio cultural, pero cuando uno entra por la puerta de la primera planta del Azkuna Zentroa y ve (o veía) a la gente tirada por el suelo y jugando con el móvil, te daba la impresión de que en lugar haberte metido en un centro cultural, lo habías hecho en el parque Doña Casilda. A no ser, claro está, que notaras la ausencia de los patos, la fuente frente a la casita o los cedros del Canadá.

Nada puedo decir de la segunda planta, porque no la frecuento, pero solo hay que subir unos cuantos peldaños más para encontrarnos con el más absoluto de los desmadres: sentarte en una butaca y descubrir de repente que la persona que tienes a tu lado está roncando, jugando con el móvil o sentado sin hacer absolutamente nada, habiendo gente que tan a menudo no tiene donde sentarse, es como para tirarse de los pelos.

Cuando se funde una bombilla, en otro orden de cosas, lo normal es que tengas que esperar varios días a que la repongan; los chavales se reúnen en cuadrillas para jugar con el móvil y no hay humano que los aguante; cuando suena un celular, ya sabemos que vamos a tener conferencia para un rato (solo en una ocasión, y voy todos los días, he podido comprobar que alguien le llamaba la atención a un «movihablante»).

Y esto por no hablar ya, que lo hago, de esos que se sientan en las butacas de lectura con el ordenador y no paran de darte la lata con ese tecleteo tan absolutamente insoportable, o de los espacio acristalados (que Dios haya anotado el nombre del inventor), donde abundan los sordos y adonde más a menudo de lo que quisiéramos tenemos que dirigirnos para que bajen el volumen de sus invencibles «trompetas».

Un nuevo espacio cultural, sin duda, donde lo más normal del mundo es que los usuarios suban por las escaleras o salgan del ascensor con su cháchara habitual, busquen los libros con su cháchara habitual o se sienten en cualquier parte para continuar con su cháchara habitual. Aunque lo más triste de todo, es que ni siquiera los auxiliares que trabajan en el centro dan el más mínimo ejemplo de nada.

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