Nerea Zarandona

Inigo Larrea, compañero brigadista

Hacía 18 años que nos habíamos conocido en la capital cubana. Aquella brigada de veinteañeros y veinteañeras que llegó de Nafarroa y Bizkaia a restaurar la escuela Fabricio Ojeda de La Habana Vieja y a aprender qué era eso de la «Cuba socialista».

La conexión entre nosotros dos fue tan fuerte que a ese viaje le siguieron otros tantos. Vila Brandao en Salvador de Bahía, los campamentos de refugiados y refugiadas saharauis en Tinduf, Italia, la costa de Euskal Herria, la vieja Iruña…  Siempre movidos por ese sentimiento internacionalista, solidario y comprometido y desde una mirada que intentaba  salirse del discurso oficial.

Ese interés que tenías por saber de otras culturas, hablar con otras gentes, conocer cómo vivían en otros lugares y, a pesar de que en ocasiones estuvimos a punto de meternos en algún que otro problema, siempre teníamos mucha suerte  en todos los viajes que hicimos juntos.

A la vuelta de esos viajes, recuerdo aquellas discusiones sobre el estado de las cosas apoyados en cualquier barra de cualquier txozna de cualquier fiesta popular de nuestro país con un buen Habana 7 o Brugal con limón en la mano. Cualquier excusa nos valía para quedar y charlar un rato.

Siempre le hablaremos a tu hija Olaia de esa parte tan humana de su aita, siempre al lado de los pobres y las pobres  del mundo, siempre  solidario y siempre con la sonrisa en los labios. Con las raíces en Iruña, en Sanduzelai, pero el corazón en el Sur.

Y ahora Iñi, no sé si ha sido la casualidad o la sincronicidad pero cuando se cumplían dos meses de tu muerte nos ha dejado también Fidel, El Comandante. Dicen que Fidel no ha muerto porque los hombres y mujeres como él son inmortales.

Iñi, amigo, compañero, están siendo semanas muy dolorosas y movilizadoras. Son tantos recuerdos, tantas las lecciones aprendidas y tantos los buenos momentos contigo que solo me queda darte las gracias y decirte que tú, al igual que Fidel, eres inmortal.

Esker mile. Maite zaitut, Iñi

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