Iñaki San Sebastián Hormaetxea

La amenaza de la precariedad

Quienes danzamos en la órbita de los ochenta, salvando los achaques que nunca faltan, quizá tendríamos que estar contentos de haber llegado hasta aquí. Sin embargo, no resulta fácil liberarse de los miedos y preocupaciones de la buena gente de nuestro entorno más o menos próximo. Y no es el menor la sensación de sentirnos amenazados por algún tipo de precariedad económica. Demasiadas personas en paro. O con salarios de miseria que no les da para pagar la renta o la luz. O con un riesgo real de perder el puesto de trabajo. O angustiadas porque con su pensión no llegan a fin de mes. O alarmadas viendo como su pequeño patrimonio, ahorros, casa, etc., van perdiendo valor a marchas forzadas. O qué se yo cuantas cosas más. Y, entre tanto, los medios de comunicación bombardeándonos con la obscenidad de la corrupción de unas élites insensibles al dolor ajeno. O brindándonos el bochornoso espectáculo de unos liderazgos políticos líquidos, inconsistentes, superficiales, en los que cada vez cuesta más confiar.

Fijémonos en D. Mariano Duracel Rajoy, un tipo realmente listillo, aunque analfabeto en idiomas no maternos. Ahí le tenemos vivito y coleando, flotando impoluto en la cloaca en la que parecen haber chapoteado unos cuantos amigos suyos. Donde queda eso de… «dime con quién andas y te diré quién eres» ¡!. Cuesta entender que en el pretendidamente renovado y rejuvenecido Partido Popular, no haya alternativa. Si volvemos la mirada al PSOE yo me quedaría con D. Pedro Sánchez, antes que con Dña. Susana Díaz o D. Patxi López, el magnífico «corcho» vasco que vale tanto para un roto, como para un descosido. ¿Por qué ese empeño, Sres. Varones, de eliminar al aparentemente mejor preparado? A los chicos de Podemos les veo tan tiernos que mi posición es de espera. Vamos a ver si, como parece deducirse de Vistalegre II, se les acaba pasando el sarampión y son capaces de escuchar el clamor que, con tanta insistencia, les está pidiendo unidad. Y, cómo no, un par de pinceladas sobre Cataluña y Euskadi, las dos patatitas calientes a las que algún día habrá que mirar de frente. Imposible olvidar la deriva del Honorable Jordi Pujol y familia, por ejemplo, pero tampoco el clamor popular en favor de una autodeterminación a la catalana. Más diálogo serio y menos palos en las ruedas al proceso soberanista de todo un pueblo. En Euskadi sigo arrastrando mi decepción por lo rápido que se amortizó una figura como la del lehendakari Juanjo Ibarretxe. Se echa de menos que, ya en tiempos de paz, no se retomen sus ideas y se debatan en profundidad.

¿Qué clase de democracia es la nuestra? ¿Qué quiere decir que estemos suspendiendo, encuesta tras encuesta, a líderes de tan escaso nivel elegidos por nosotros mismos? ¿A ver si va a ser que quien les elige, realmente, es esa minoría de manipuladores del siempre omnipresente y cuasi-omnipotente dinero? ¿Seguro que los amenazados por la precariedad no podemos hacer algo más para que las cosas cambien?

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