Javier Orcajada del Castillo

La dudosa estrategia industrial del Gobierno Vasco

Los vascos tienen fama de buenos administradores de los fondos públicos, pero hay que matizar: quizá sean recaudadores, pero no gastan con eficacia. Recaudar es fácil: consiste en exigir según la ley. Pero a la hora de aplicar esos ingresos no se sabe priorizar y puede haber despilfarro, pues hay muchas alternativas y deben ser analizadas. A pesar de que en los presupuestos no menos del 80% son gastos comprometidos: que tienen un destino predeterminado. Sólo resta un 20% de libre disposición cuya gestión exige pericia, experiencia y capacidad selectiva. Es en esta área donde los gestores públicos vascos son bisoños. Porque plantear la industrialización poniéndose en manos de «tiburones», sin estar bien informados es una temeridad y devienen múltiples sorpresas que actualmente estamos conociendo: empresas que son subvencionadas generosamente por las instituciones, en breve tiempo abandonan, unas veces por insolvencia, otras se las llevan a Rumania o China; en la mayor parte de las fugas las instituciones se enteran del «marrón» por la prensa. Querer solucionar el problema de la crisis con ingenuidad poniéndose en manos de estos «inversores» demuestra que el equipo directivo no está bien potenciado, pues inciden en aspectos con visión industrial, pero carecen de capacidad estratégica, que no es un término militar, sino la capacidad para comprender que la empresa es un ente dinámico que necesita una estrategia permanente. Prueba de ello es que los recientes fracasos han afectado a empresas que en su día fueron punteras, pero han errado al tomar decisiones eficaces de futuro. Fabricaron electrodomésticos, papel, cocinas o piezas para la automoción y lograron gran éxito en aquella coyuntura, pero no han sabido adaptarse evolucionando el producto o las técnicas de marketing. Las decisiones estratégicas críticas tomadas han sido erróneas porque los que las tomaron no son expertos en prospectiva, son técnicos cualificados, pero desconocen la función de los estrategas. Los «tiburones» permanecen al acecho para captar subvenciones presentando proyectos brillantes que prometen crear empleo y con proyección exterior que deslumbran a los técnicos. Estos se limitan a analizar en contenido del proyecto, no su fundamento y esencia, pues no son estrategas. Las instituciones económicas vascas poseen aun mentalidad industrial, propia del siglo pasado. Valoran en exceso la fabricación, pues consideran que «los departamentos de servicios» son males necesarios. No han entendido todavía que la empresa en un sentido global comprende todos los colectivos que la dinamizan para adaptarse al cambio permanente. De ahí las crisis que se presentan de forma inesperada. Su visión es limitada, pues su referente es el mercado español, un erial y que se basa en servicios masivos, de escaso valor añadido y poco tecnificados, como el turismo y otros vinculados a la temporalidad. Nuestros gobernantes se sienten orgullosos porque tenemos la tasa de paro más baja del Estado y cuentas saneadas, pero es una complacencia banal, pues se debe competir en todo el mundo y desarrollar nuestros propios proyectos y productos. Las instituciones no acaban de entender que los fondos públicos son escasos, que pertenecen a toda la ciudadanía y deben ser administrados con la máxima eficacia. La crisis súbita de varias empresas es el resultado de la impericia de los gestores públicos, quienes ante las crisis de empresas, el Gobierno Vasco debe hacer frente al problema de los trabajadores que pierden sus puestos. La estrategia lógica hubiera exigido establecer garantías sólidas de continuidad a los «emprendedores», siempre al acecho de subvenciones, para evitar el «pelotazo» y para que las instituciones vascas argumenten excusas que ni ellos se creen.

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