A la izquierda le convienen los riesgos de la democracia

No existe la democracia de riesgo cero. Pese a que, si miramos registros históricos, los casos de vuelcos políticos no detectados son excepcionales y se dan más en el grado que en el fondo, exponerse ante la urna –o ante la mano alzada– siempre genera incertidumbre. Incluso en el contexto histórico actual, en el que la democracia está formalizada y empobrecida hasta el límite, la capacidad de decisión de la ciudadanía sigue comportando un riesgo evidente: es tan sencillo como que se puede ganar o perder.

Por eso el poder establecido tiene pavor a los escenarios democráticos, a los que no domina, donde sus palabras no son órdenes para el resto. Y eso que juega con la gran ventaja de ser eso, poder y establecido. No es fácil derrotarlo, tampoco en las urnas, porque ostenta todo lo necesario para imponerse: sobre todo recursos y unas normas dictadas para favorecer sus intereses. A pesar de todo, no le gusta el juego democrático si este implica la opción de perder. Por la misma razón no le gusta debatir si no conoce de antemano el resultado del debate. Lo cual equivale a no debatir, a no negociar de verdad.

Es cierto que algunas de las tradiciones de la izquierda derivadas de la guerra fría tampoco han cultivado la democracia como elemento central de su cultura política. Por fría que sea, la guerra siempre establece una excepcionalidad que cuesta superar. Pero del fracaso se suelen extraer algunas de las más importantes lecciones. Y la historia reciente de las revoluciones en favor del socialismo, la justicia y la libertad han evidenciado que todo cambio que no vaya acompañado de un firme apoyo popular no deja el poso que una revolución requiere para establecerse, perdurar y dejar el legado deseado en generaciones venideras. Despreciar lo que la gente piensa o siente, por ajeno y erróneo que parezca, no suele ser un buen método para cambiar esas creencias. En su versión extrema, la prohibición puede tapar realidades, pero no evita que estas perduren y renazcan, a menudo reforzadas. Mientras tanto, el autoritarismo inhibe el carácter emancipador de toda lucha. El autoritarismo siembra el miedo, el temor incluso a decir lo que se piensa.

Es un deber revolucionario desterrar el miedo
Precisamente, el recurso principal de quienes no quieren arriesgar sus privilegios es el miedo. Desgraciadamente, este es un rasgo definitorio de las sociedades occidentales, un defecto convertido en un valor casi absoluto, que rige el destino de los pueblos y las personas desde lo más cotidiano a lo más esencial.

Con todo el poder económico y político que acumulan los mandatarios europeos frente a los líderes helenos, este ha sido su principal argumento: inducir el miedo a los griegos y ocultar el suyo. Ocultarlo hasta el punto de esconder sus discrepancias, desde las de Francia hasta las del FMI.  

Durante un largo periodo, la derecha ha contagiado ese miedo a una izquierda que tras ver caer con estrépito sus referencias históricas, aspiraba más a la alternancia que a la alternativa. Hoy por hoy, tras la crisis que ha puesto al capitalismo contra las cuerdas pero sin que por el momento tenga enfrente a un adversario global a la altura del reto, la izquierda no tiene otra opción que ofrecer una alternativa de calado y de largo recorrido. Por definición, esa alternativa deberá ser tan de izquierda como democrática. Aunque eso ralentice en algunos momentos su apuesta, porque si quiere ser realmente revolucionaria debe ser estructural, y la única garantía de que así sea es que tenga un fuerte y sostenido respaldo popular.

Esa es la apuesta de Syriza y debe serlo del resto de la izquierda europea y mundial. No tienen otra. De lo contrario, las mismas condiciones objetivas que les posiblitarán llegar al poder les obligarán a abandonarlo sin acometer los cambios políticos profundos que se deben realizar para mitigar el sufrimiento de amplias capas de la sociedad y revertir las políticas neoliberales.

Sea cual sea el resultado del referéndum de hoy en Grecia, Syriza ha reforzado su posición negociadora ante la UE, ha legitimado su agenda ante la sociedad griega y ha marcado una estrategia ganadora para la izquierda europea. Si aciertan a gestionar ese resultado, pueden vencer a corto y medio plazo. Su mayor debilidad era la situación económica, pero los mandatarios europeos se han empeñado jugar en el terreno político, donde mayor fortaleza ha demostrado la coalición. Y con un poder muy limitado, Syriza ha decidido que o juegan o pierden, y que en términos democráticos tiene mucho más que temer su adversario que ellos.

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