Clientelismo, primera estación hacia la corrupción

Se supone, según afirman diversos expertos y gobernantes, desde el FMI hasta el Gobierno de Lakua, que tras su más profunda crisis el capitalismo está remontando en Occidente y que el centro de ese sistema se está recuperando. Aseguran que viene un nuevo ciclo económico que, como en anteriores ocasiones, será de bonanza. Dicen que todavía no es lo suficientemente fuerte como para que lo note la ciudadanía, la clase trabajadora, los desposeídos, el 99% de la población. Lo dicen, cómo no, los portavoces del 1%.

«Uno de los nuestros»

Precisamente, en nuestro contexto, esta semana los protagonistas han sido miembros de esa élite y, en concreto, banqueros. Esos héroes convertidos en villanos que, sin embargo, siguen marcando las políticas y recibiendo primas por sus ruinas, que son las de todos menos las suyas. Desde el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, con su congelado rictus ante las protestas por sus políticas, hasta Rodrigo Rato, la estrella estrellada del Partido Popular y del «milagro económico español», los banqueros han copado las portadas de los medios.

Sin olvidar a Mario Fernández, el considerado «local hero» de las finanzas vascas, que ha tenido que hacer el paseíllo hasta los juzgados a cuenta de una puñalada trapera de sus antiguos colegas. Con su habitual chulería ha buscado que el debate sea su honor, no un caso flagrante de clientelismo en el que un ex alto cargo de la «lucha contra ETA» y dirigente del PSE, Mikel Cabieces, ha recibido obscenos pagos por no hacer nada, por los servicios prestados, con dinero de la entidad que privatizó Fernández, dinero de sus clientes y ahorradores.

Muchos tacharon de demagogo al líder de las CUP, David Fernández, cuando llamó «gángster» a Rato. Este se mostró altivo. Una soberbia que no ha abandonado ni en su detención, que parece una explosión controlada por parte del PP para sostener lo insostenible: que la corrupción es cosa de unos pocos, no un mal endémico del sistema político español y de sus clases dirigentes.

Esa misma imagen arrogante ha transmitido Mario Fernández al advertir a quienes le han vendido que él «no acostumbra a dejar heridos». Ambos banqueros tienen información suficiente como para derribar entidades financieras e incluso gobiernos. ¿Qué no puede contar, por ejemplo, Fernández sobre el pacto no escrito que él mismo admitió? ¿Qué no sabrá Rodrigo Rato sobre las sucias finanzas del PP? Y sin embargo, que nadie espere que, más allá de pequeños recados, tiren de la manta. En este momento Rato y Fernández son rehenes de las urgencias, necesidades y obsesiones de sus antiguos compañeros. Tienen material para negociar su salida y, por el momento, lo utilizarán en su beneficio. Para empezar, porque particularmente tienen mucho que esconder. Y para seguir porque, como en la película sobre gangsters de Martin Scorsese, no dejan de ser «uno de los suyos».

Clientelismo, primera estación de la corrupción

El principal argumento de los políticos vascos para defender sus políticas, desde Yolanda Barcina hasta Iñigo Urkullu, es que en comparación con el resto del Estado la situación económica vasca no es tan catastrófica. Lo mismo ocurre con los escándalos de corrupción. Sería necio sostener que esto no es así. Mario Fernández no es Rodrigo Rato. Ahora bien, está en sus manos demostrarlo. Empezando por ser honesto y aclarar lo que sabe sobre esas prácticas clientelares. Porque la lacra que en España se llama corrupción, en Euskal Herria se llama clientelismo, beneficiar a los amigos, lo que no deja de ser la primera estación hacia la corrupción.

Igual de necio es pensar que se puede construir una sociedad decente solo por comparación con el desastre más absoluto, con un proyecto institucional fallido y en descomposición como es el Estado español. No van a cambiar, no quieren. Y quienes quieren, no aciertan. Esto no es un juego, ni de tronos ni de cromos.

Para la sociedad vasca ser los mejores de entre los españoles en corrupción no es una aspiración política digna. Deberíamos ser lo mejor que podamos ser, de manera endógena, con nuestro esfuerzo y nuestras fuerzas, mirando a los mejores modelos, mimando nuestro mayor capital, el humano. Frente a tanta arrogancia e irresponsabilidad, con humildad, inteligencia y perseverancia, es hora de promover la necesidad de un cambio profundo, un verdadero cambio de ciclo que vaya desde lo político hasta lo económico. Es la manera de liberar de esa hipoteca a las siguientes generaciones.

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