Deslocalización que agrava el drama migratorio

Según los datos la Organización Internacional para las Migraciones, más de 3.000 personas han muerto en lo que va de año en el intento de llegar a Europa vía el mar Mediterráneo, convertido ya el peor cementerio marítimo del mundo. En la Unión Europea la narrativa del miedo frente a los migrantes está haciéndose dominante. No hay una política de bienvenida para quienes escapan de la guerra y la miseria, los estados incumplen las cuotas establecidas, los gobiernos, más que hacer pedagogía y crear opinión, sucumben ante las encuestas por miedo a perder elecciones y son reacios a establecer rutas seguras y legales que permitan procesar ordenadamente el fenómeno y atender adecuadamente a cada persona. El pretendido humanismo es desafiado por su indiferencia ante la muerte de miles de migrantes.

Además, la UE acaba de proponer un «código de conducta» para las organizaciones no gubernamentales dedicadas al auxilio y salvamento de los migrantes en el mar, apuntándolas así con el dedo y acusándolas de favorecer un efecto llamada. Países como Austria anuncian su disposición a enviar tropas y tanques para impedir que los migrantes crucen su frontera desde Italia, puerta de entrada de cuatro quintas partes de los migrantes. Y a ello, con la bendición y el dinero de la UE, hay que sumar la apuesta por deslocalizar el problema, como se hizo con Turquía, pagando por mantener a los migrantes fuera de la zona euro, y como ocurrió entonces, cerrado el paso del mar Egeo, obligándoles a tomar vías mucho más peligrosas.

Los fenómenos migratorios son siempre complejos. Pero la deslocalización a Libia del problema de la migración mediterránea, contratando con millones de euros a tribus, milicias y redes de traficantes que se benefician de la extorsión, del mercado de esclavos, de la tortura y la violación de migrantes, para que hagan el trabajo sucio y eviten la salida de botes, resulta insoportable. Por las pérdidas de vidas humanas y la vergüenza que genera.

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