Ayer se conmemoró el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza que, como ocurre habitualmente con estas celebraciones, fue aprovechado por organismos internacionales, organizaciones sociales e instituciones para reafirmar su compromiso contra la pobreza. Centrado en su ámbito de acción, cada uno explicó conceptos, definió umbrales y ofreció cifras. En una maraña estadística cada vez más compleja la constatación general es que a pesar de que se afirma que la crisis ha quedado atrás, la pobreza continúa aumentado en el mundo y especialmente en el entorno europeo. Situación que contrasta con el paulatino aumento de la riqueza, lo que lleva a concluir que no solo crece la pobreza sino también las desigualdades y la acumulación de la riqueza en una parte de la sociedad.

Ante este panorama, los discursos gubernamentales e institucionales olvidaron los derechos para centrarse en la igualdad de oportunidades, concepto falaz que rehuye el hecho de que las desigualdades sociales condicionan radicalmente las oportunidades de las que pueda gozar una persona en nuestra sociedad. Al discurso de la igualdad añadieron referencias a valores como la solidaridad o la fraternidad que apelan a los buenos sentimientos de las personas. Difundieron de este modo un mensaje que puede calificarse como altruismo fatalista que sirve para aliviar a las personas de buena voluntad por su mala conciencia, mientras que no deja otra opción a las personas empobrecidas que aceptar el destino de la destrucción silenciosa de la vida que provoca la pobreza.

Los sindicatos y movimientos sociales pusieron el contrapunto a los discursos oficiales señalando directamente las relaciones que provocan la pobreza y, como la otra cara de la misma moneda, la acumulación de la riqueza. Dejaron a un lado las buenas palabras y apuntaron a los trabajos precarios, los recortes sociales y la ausencia total de justicia fiscal como las principales causas de la pobreza. Un diagnostico certero siempre es un buen comienzo.