El espejo catalán; la política reclama decidir y decidirse

Catalunya en torno a la investidura y que mantiene en «stand by» la hoja de ruta soberanista se resolverá hoy en una dirección u otra: o Govern o  elecciones. Han pasado casi 100 días desde que el 27S deparó una mayoría independentista en el Parlament y la llave de que disponía la CUP aquella noche se ha convertido más bien en un cepo del que difícilmente saldrá indemne. Llegados a este punto no parece que haya hoy ninguna salida buena para la Esquerra Independentista. No ya solo por la división interna en dos posiciones difícilmente reconciliables o porque a estas alturas dar vía libre a Mas suena malo pero enfrentarse a las urnas parece peor, sino sobre todo porque el propio proceso ha quedado muy tocado. Si hay elecciones, la Declaración de desconexión se convertirá en papel mojado. Y si hay Mas, porque ese Govern no gozará ya del colchón de mínima confianza mutua que exige una alianza, por muy táctica que sea, entre sectores políticos tan alejados como la anticapitalista CUP y la burguesa CDC.

La crítica más general que se ha hecho a la CUP esta semana resulta difícilmente rebatible: ante todo y sobre todo, una fuerza política tiene que decidirse, y más aún cuando una de sus principales aspiraciones políticas es conseguir el derecho a decidir para su pueblo. Desde la cercanía ideológica y la crítica constructiva, se han echado de menos otras cuestiones que también resultan imprescindibles para hacer política transformadora, eficaz: definir prioridades (¿es más importante Mas que el proceso o el proceso que Mas?), no perder el realismo (qué cabe conseguir y qué no), saber gestionar los tiempos (cien días son una eternidad en los actuales ritmos políticos y mediáticos), disponer de liderazgos que resuelvan situaciones de empate (no mesiánicos ni impositivos, sino convincentes y determinantes), lograr mecanismos de decisión certeros y a la vez eficientes (Sabadell no parece un modelo a imitar)... Viendo las cosas así, no es difícil terminar concluyendo que en realidad el atasco de la CUP no es el problema particular de una fuerza concreta, sino más bien el síntoma de defectos muy comunes entre la izquierda de esta parte del mundo, también en Euskal Herria. Por eso, las moralejas de este caso no son particulares, son generales.

De la CUP a EH Bildu

Sin ir más lejos, el análisis del doble bajón electoral de EH Bildu a lo largo de 2015, que está en marcha, seguramente lleve a conclusiones idénticas o muy similares a las enunciadas en el párrafo anterior. Y en consecuencia, remontar vuelo solo será la consecuencia lógica de volver a marcar la jerarquía de las prioridades, recuperar iniciativa, acortar tiempos, definir liderazgos ilusionantes, implantar modos de decisión efectivos, saber comunicar y contactar, recuperar el «bildu» que se ha ido difuminando y añadirle el «batu», ese espíritu de la acumulación de fuerzas que resulta premisa imprescindible para el logro de sus objetivos. Porque si en 2011 la suma (de siglas) trajo la multiplicación (de votos), en los últimos tiempos lamentablemente lo predominante entre los abertzales de izquierdas han sido las ariméticas contrarias: restas, cuando no divisiones.

El proceso Abian lanzado por la izquierda abertzale es una excelente oportunidad para decidirse, sin prisa pero sin pausa. Con la ventaja de que ahora no hay que inventar, como ocurrió en el giro estratégico de 2009-2010; basta reinventar, reinventarse.

Proceso y procesismo

En su peculiar diccionario urgente para seguir los últimos avatares del proceso catalán, publicado el martes en estas páginas, nuestro analista Beñat Zaldua incluía un apartado sobre la creciente suplantación del «proceso» por el «procesismo», que definía como «cultura política en auge, tendente a perpetuar el proceso sin dar pasos efectivos para que avance». La decisión hoy de la CUP decantará si realmente existe un proceso en continuidad, si la batalla la ha ganado el procesismo, o si en realidad no hay ni lo primero ni lo segundo.

Volviendo a saltar del Mediterráneo al Cantábrico, la misma incógnita habrá que resolver en este 2016 recién entrado, después de un ciclo electoral entero de profundo letargo, desde las autonómicas de la CAV en 2012 a las estatales del pasado 20 de diciembre, en el que como mucho se puede hablar de procesismo. Para recuperar y relanzar el proceso habrá que decidir, y decidirse.

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