El gran cambio es no tratarles a ellos como ellos trataron a la mitad de la sociedad navarra

La manifestación de ayer de Iruñea se basa en un conjunto de farsas e imposturas que no hay que asumir como marco del debate. No hay un solo navarro que no considere la bandera de Nafarroa como su bandera. Los que se manifestaron ayer no tienen el patrimonio de esa bandera, ni de la identidad navarra, no son mi más ni mejores navarros que el resto de ciudadanos. De hecho, la gran mayoría de los que se manifestaron ayer acudieron no por que se sientan navarros, sino porque se sienten españoles, lo cual es legítimo pero no es igual. No al menos para una parte de la población, que les respeta a ellos pero a la que ellos no respetan. Nadie les niega ni su identidad ni sus derechos, solo les piden respeto. Los navarros no son una minoría étnica en su propia tierra, un grupo perseguido y menospreciado por nadie, ni institucional, ni social ni culturalmente.

La diferencia más fundamental en términos ético-políticos entre los gobiernos del cambio en Nafarroa y el régimen que ha mandado en el herrialde hasta hace dos años es que ahora no se segrega a la ciudadanía, que los representantes políticos actuales no están tratando a los que perdieron en las últimas elecciones como ellos trataban a la mitad de la población cuando mandaban.

Como protesta, como muestra de su enfado, la manifestación de ayer tiene un sentido comunitario evidente y que hay que tener en cuenta, aunque sea para combatirlo. Hay que comprenderlo, no negarlo. Que se base en falsedades no quiere decir que no exista. Más allá de la manipulación por parte de sus dirigentes, entre la base social del unionismo navarro esa percepción se corresponde en gran medida con la perdida de privilegios, con el miedo por el desmoronamiento de lo que les habían hecho creer que era el «orden natural de las cosas».

Como estrategia política, sin embargo, la marcha muestra la debilidad de la oposición, su falta de realismo político, su visión retrógrada y de baja calidad democrática. Son muy reaccionarios, reproducen esquemas de resistencia que en ellos no tienen autenticidad, que buscan esconder su falta de proyecto y liderazgo. Por eso, sin minusvalorarlo, la movilización de ayer queda muy lejos de ser una demostración de fuerza.

Los mismos que prohibieron la ikurriña se quejan ahora de una falta de derechos inexistente, de un ultraje inventado. Son victimistas y dados al pantojismo, pero eso sí, arrojo no se les puede negar. Intentar dar lecciones de la Historia de Nafarroa a personas como Joseba Asiron es arriesgado. Ayer en las redes sociales el alcalde de Iruñea volvió a mostrar el origen del escudo y la bandera navarras en 1512, en la lucha contra la conquista, y dejó en evidencia la indigencia intelectual de algunos.

Son incapaces de asimilar que perdieron las elecciones por sus desmanes, por no atender a las prioridades de la ciudadanía, por no defender sus intereses, por lucrarse a cuenta de un entramado clientelar, por empobrecer a la mayoría para favorecer a unos pocos y por hundir las estructuras socioeconómicas que podían acrecentar y repartir la riqueza y el bienestar entre los y las navarras. Traicionaron incluso la confianza de muchos de los suyos, que les dieron la espalda.
 
La participación del PSN ayer en la marcha resulta vergonzosa. Compartieron pancarta con grupos y partidos abiertamente fascistas, cuando gracias al cambio muchos de sus simpatizantes y votantes se han atrevido por fin a relatar la historia de lo que les hicieron a sus familias durante el franquismo y, en su caso, incluso a sacar la bandera republicana española.

La estrategia del miedo no les funcionó entonces y no les va a funcionar ahora, cuando todo el mundo ha visto no solo que los nuevos gobiernos forales y municipales están enfocados a garantizar los derechos de todos y todas, sino que son eficaces en la gestión, mucho más transparentes y cercanos a la ciudadanía.

Los inventores de «se envuelven en la bandera para tapar sus vergüenzas e intereses» convocaron la manifestación para intentar marcar la agenda política, en parte para tapar los escándalos que dos años más tarde siguen saliendo sobre su nefasta gestión y en parte porque los temas que pensaban que podrían suponer un desgaste para los gobiernos del cambio no han provocado ese efecto. El euskara, la educación o la memoria histórica son debates con los que pensaban revertir el mandato electoral compartido. No ha sucedido. El cambio ha tenido más crisis autosugestionadas por algunas de sus fuerzas que por una oposición articulada o por una verdadera demanda social. El trabajo bien hecho, el talento colectivo, la eficacia y la templanza estratégica son las claves para que esta experiencia trascienda a esta legislatura y no se pueda revertir en casi ningún escenario.

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